Tintoretto, entre Dionisio y Apolo.
Por Leonardo Páramo:
Artista: Tintoretto
Obra: Susana sorprendida por los viejos.
Técnica: Óleo sobre lienzo
Fecha: 1560-1565
Espacio: Museo de historia del arte, Viena, Austria.
Tintoretto fue uno de los pintores Venecianos más influyentes y colocados en el corazón del manierismo durante el Cinquecentto italiano. En dicho periodo el influjo de la reforma protestante y la contrarreforma formaron un estímulo social, económico y religioso de todo un siglo, que configuro el sentir de toda Europa, y que en el espíritu renovado de Tintoretto coloreo la más extravertida y acogedora Venecia.
En esta extraordinaria obra pictórica confluyen infinidad de interpretaciones que, a propósito del lenguaje figurativo que le otorga Tintoretto, es menester desbastarlas desde el punto de vista dionisiaco y apolíneo en los cuales quisiera abordar la pintura. En primer término, la vivacidad de los colores crea un contraste que realza el barnizado que intensifica la profundidad del color en todos los trazos. Por otro lado, Susana, desnuda frente a un espejo como limpiando su matinal cuerpo el cual contemplan dos ancianos, crea la controversia figurativa que puedo apreciar muy alejada de todo prosaísmo, que probablemente puedan encontrar a primera vista como una contemplación vulgar del cuerpo femenino desnudo siendo observado.
En este primer acercamiento se contemplan dos hombres ancianos que miran indiscretamente a Susana, la cual observa su belleza frente al espejo en un ambiente natural enriquecido de flora y fauna. Por la edad de los ancianos, esta contemplación hacia Susana y no del entorno que los rodea demuestra el desinterés hacia la propia vida, y coloca la imagen bella de la mujer como un consuelo metafísico por el devenir de la muerte. Este goce místico que parte de la idea de la muerte por sobre la vida, eleva el apetito de llenar el alma más allá de llenar la materia.
En este tenor José Vasconcelos lo aborda con lo siguiente:
La pasión dionisíaca, artística, se distingue del apetito desmesurado, en que, por una parte, la idea, o sea el sentido apolíneo que en ella va implícita como antecedente, y de la otra parte el anuncio de la vida mística, la obligan a moverse dentro de cierto fluir en que busca expresiones valerosas y transcendentes. Apenas hay arte en el simple goce que se harta, pero empieza la categoría divina en el momento en que el apetito se sacia y el alma padece de sed.[1]
En esta perspectiva encontramos a Susana como pulsión de la vida, en quien se concentra la juventud y vivacidad de un corazón latente, entregado a sus propios deseos y que forma la unión de la idea dionisiaca y apolínea como un perpetuum vestigium[2] que designa el instinto artístico entre las pasiones, la belleza y lo racional. En la embriaguez íntima en que se desnudan todos los caracteres morales, nace en todo esplendor la libertad, y en ella se expresan todos los caminos de un lenguaje universal manifestado en símbolos.
En los caminos en que se cruzan por un lado la juventud, y por el otro la vejez, emerge una pequeña tragedia por la continuidad de la vida y por el goce de esta misma, en ella misma Nietzsche habla acerca de que el placer no se debe buscar en las apariencias, sino detrás de ellas; y, citando el siguiente texto sobre el arte dionisiaco, Nietzsche expone:
Nosotros mismos somos realmente, por breves instantes, el ser primordial, y sentimos su indómita ansia y su indómito placer de existir; la lucha, el tormento, la aniquilación de las apariencias parécennos ahora necesarios, dada la sobreabundancia de las formas innumerables de existencia que se apremian y se empujan a vivir, dada la desbordante fecundidad de la voluntad del mundo; somos traspasados por la rabiosa espina de esos tormentos en el mismo instante en que, por así decirlo, nos hemos unificado con el inmenso placer primordial por la existencia en que presentimos, en un éxtasis dionisiaco, la indestructible y eternidad del placer. A pesar del miedo y de la compasión, somos hombres que viven felices, no como individuos, sino como lo único viviente, con cuyo placer procreador estamos fundidos.[3]
Realmente esta obra evoca en sí misma un sentimiento dirigido al deleite, al goce furiosísimo que como un rayo estruendoso hace vibrar cada parte sensible del ser; podría incluso cada luz y sombra semejarse a un movimiento sinfónico, cada imagen y cada detalle encuentran dinamismo consecutivo que se incrementan como en una sinfonía de Wagner, Schubert o Schumann, hasta llegar al punto culminante, como apoteosis máxima que irradia placer y dolor, y en él poetizar el morir estético. Llegado el momento de excitación comparable con la música, esta obra pareciese un interminable universo de interpretaciones simbólicas posibles cuyo resultado sólo cabría disfrutar. En esta obra como rumor, se oculta la tragedia con las más nobles intenciones de dulcificar el devenir de la muerte.
Bibliografía:
Vasconscelos, José. Estética. México: Ediciones Botas, 1936,
Nietzsche, Friederich. El nacimiento de la
tragedia o Grecia y el pensamiento. España: Alianza, 2016.
[1] Vasconscelos, 1936, p. 355.
[2] Instante infinito
[3] Nietzsche, 2016, p. 168.
Muy buen aporte. Gracias por compartirlo.