La canción de un perdedor
Por Oliver Miranda
La empatía es uno de los rasgos más particulares del ser humano, el poder ponernos en los pies de otro es lo que nos permite tratar de concebir cómo es que éste se siente, por este motivo que Norman Mailer nos pone en una situación incómoda al ponernos en el lugar de un asesino que contra todo instinto de supervivencia lucha por que su sentencia a muerte se cumpla; el autor estadounidense nos lleva a un viaje en donde la compasión florece en el lector, aún a sabiendas de que no es exactamente lo que se debería de sentir por alguien que en un arranque de locura le arrebató la vida a dos personas en un pequeño pueblo de Utah.
En The executioner’s song (o La canción del verdugo) nos convertimos en partícipes de la vida del exconvicto Gary Gilmore desde que sale de prisión hasta su ejecución en enero de 1977, la primera realizada en Estados Unidos en años. La turbulencia de sentirse permanentemente fuera de lugar por el tiempo que pasó en la cárcel, la extraña calma en su relación con Nicole, su pareja de la que se enamoró perdidamente, la putrefacción de su noviazgo, los crudos asesinatos que finalmente desembocaron en la fatídica sentencia y la resignación de un hombre que no lucho en contra de su condena, sino al contrario, hizo hasta lo imposible para que se llevara a cabo, son algunos de los crisoles que componen una novela en donde el lector se atormenta con el inevitable destino de Gary, pero no deja de tener una atracción hipnótica (quizá un tanto morbosa) hacia la historia, cuyo final ya se sabe, pero importa cómo es que se llega a él.
Norman Mailer se inspira en el famoso caso y lo recrea de una manera literaria a través de más de 500 páginas en donde el mismo peso de la historia vuelve la experiencia densa, pero contundente a la vez. A pesar de no ser un pionero en la manera de contar un hecho real a través de una non-fiction novel (el primero fue Truman Capote, quien fue criticado por el mismo Mailer), el escritor hace gala de su maestría en la materia y nos empuja a un desolado punto donde reina un sentimiento compasivo que se entrelaza la empatía del lector con la de un asesino confeso.