EL GOCE EN LA CREACIÓN POÉTICA

Por Jessica Ebauche:

Cuando me miras
mis ojos son llaves,
el muro tiene secretos,
mi temor palabras, poemas.
Sólo tú haces de mi memoria,
una viajera fascinada,
un fuego incesante.

Quien alumbra de Alejandra Pizarnik.

Aquellos que disfrutamos de leer poesía hemos experimentado emociones diversas al procesar el texto, sin interferir el género seleccionado. Es una realidad que desde pequeños generalmente estamos expuestos a un lenguaje rítmico, desde cómo se dirigen los adultos hacia nosotros, la música en los primeros años de vida y la repetición para aprender números o colores, quizá el lenguaje poético posea grandes propiedades para ser un vehículo de aprendizaje.

La poesía nos conecta con la infancia, y no es porque sea un proceso consciente, sino porque la creación poética puede ser considerada como un proceso lúdico o fantasioso: si un niño cuando juega es creador de un mundo propio e historias subjetivas, el poeta cuando escribe realiza un proceso similar. Tanto el niño que juega como el poeta que escribe crean una realidad subjetiva, con gran contenido fantasioso que transforma los sentimientos y pulsiones[1] más internos a algo materializado, que en sí mismo también ayuda a elaborarlo internamente para comprenderse a sí mismo.

La vida alquiló mi cuerpo a cambio de existencia parida
con puños cerrados, exprimiendo la teta de las emociones.
Pero aprendió a abrirlos con el cincel de la imaginación
y astillas del tiempo prófugo.

Imagemas de Antonio Repiso

Desde la psicología, podríamos considerar que la poesía también compensa y satisface ciertos deseos o goce, pues provoca cierta descarga de tensión o de emociones de una manera socialmente aceptable.

Podrá nublarse el sol eternamente;
podrá secarse en un instante el mar;
podrá romperse el eje de la tierra como un débil cristal.
¡Todo sucederá!
Podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón;
pero jamás en mí podrá apagarse la llama de tu amor.

Amor eterno de Gustavo Adolfo Bécquer

EL psicoanálisis freudiano estableció que la creación literaria implica un placer para el escritor, pero también para el lector que logre identificarse con la obra y proyectar sus propias necesidades de descarga pulsional. Freud analizó (El chiste y su relación con lo inconsciente, 1905) el vínculo entre la literatura y el placer a partir de los chistes, los cuales están relacionados con el ingenio, el humor y lo cómico. El chiste debe materializarse a través del lenguaje, como la literatura, y en la base de su elaboración se encuentran los mecanismos propios de la elaboración onírica, el desplazamiento y la condensación: al escribir una obra o al contar un chiste, el autor ahorra una considerable energía, un gasto psíquico. Las modificaciones que se hacen en la expresión (el lenguaje) o en el contenido son las que provocan el placer de la risa: formación de palabras, modificaciones en éstas, variaciones en el orden, dobles sentido y repeticiones.

En el poema podemos encontrarnos a nosotros mismos o aquello que podríamos ser. Hay algo en esencia que padecen los poetas, los artistas en general, que no siempre es traumático, aunque provoque angustia, y es en este padecimiento donde se encuentra la descarga, donde hay una profunda conexión interna con la interpretación del creador del mundo exterior e interior, vinculado de manera excepcional con el lector, que re-crea esa interpretación y la hace suya. El poema permite ser.

Trato de escribir en la oscuridad tu nombre.
Trato de escribir que te amo.
Trato de decir a oscuras todo esto.
No quiero que nadie se entere,
que nadie me mire a las tres de la mañana
paseando de un lado a otro de la estancia,
loco, lleno de ti, enamorado.
Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote.
Digo tu nombre con todo el silencio de la noche,
lo grita mi corazón amordazado.
Repito tu nombre, vuelvo a decirlo,
lo digo incansablemente,
y estoy seguro que habrá de amanecer.

Tu nombre de Jaime Sabines

El poema tiene una alta concentración de significado porque nos muestra de un modo más claro los procesos de la mente, desde la neurosis hasta la perversión. Los juegos de palabras, la transmisión oral de los sueños, el diálogo analítico y la asociación libre son el material específico del trabajo analítico, después de haberlo sido, durante siglos, para la poesía. El psicoanálisis y la poesía tienen por tanto en común la característica de que únicamente en el lenguaje, y a través de él, pueden obtener los resultados que se proponen.


[1] la pulsión es la energía psíquica profunda que dirige la acción hacia un fin, descargándose al conseguirlo. El concepto refiere a algo dinámico que está influido por la experiencia del sujeto.

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