El epitafio de un genio
Por Oliver Miranda:
Carl Sagan es uno de los seres humanos más ilustres de la historia de la humanidad, y eso es quedarse corto tomando en cuenta todo lo que envuelve su ahora legendaria figura. Fue un astrónomo, astrofísico, cosmólogo, astrobiólogo, escritor y divulgador científico, siendo las últimas dos últimas facetas las que más nos ocupan en este texto. Hacer de la ciencia un interés general a través de la escritura era una habilidad que Sagan hacía parecer fácil.
Textos como Cosmos (1980), El mundo y sus demonios (1995), Los dragones del Edén (1977), El cerebro de Broca (1979), así como su última obra, Miles de millones (1997), mostraban la apasionante visión del científico sobre el mundo, nuestro sistema solar y el universo. Sobre este último libro es sobre el que ahondaré más. En este libro, a lo largo de 19 ensayos, tenemos una nostálgica mirada de Sagan a manera de despedida; la publicación fue posterior a su muerte en 1996, y en varios de los ensayos podemos percibir las nostálgicas ideas de un hombre que sabe que va a morir. Probablemente pocas cosas definieron tanto a Carl Sagan como el cuestionamiento de todo, y dicha idea se respeta hasta el final.
En las tres partes en que se divide el libro (“La fuerza y la belleza de la cuantificación”, “¿Qué conservan los conservadores?” y “Allí donde chocan corazones y mentes”) se hace un recorrido con distintos tópicos relacionados con los grandes números, como la ecología y su relación con el futuro de la humanidad; pero, sobre todo, es en la tercera parte, donde se hacen las reflexiones sobre la racionalidad, el relativismo y los dogmas, entre muchas otras cuestiones, que encontramos al científico mostrando su faceta humana y al humano en su actuar científico.
La invitación de Sagan es clara a lo largo de toda su obra y se hace más presente en los momentos finales de ésta: cuestionar desde la visión científica y desapasionada del lado dogmático, pero ávido de conocimiento pensante; entender dónde estamos parados en el universo. Carl Sagan falleció hace casi 25 años, pero su legado reside en la difusión de la ciencia. Leyendo su familiar manera de tomarnos de la mano y llevarnos paso a paso a través del cosmos, es fácil olvidar que el neoyorquino era un respetado científico que trabajaba en la NASA, que fácilmente se pudo quedar en su oficina y redactar sus textos de tal manera que sólo los pudieran descifrar los científicos que tenía como colegas; sin embargo, la ética desarrollada para ser un incansable defensor del pensamiento escéptico y poderlo compartir con nosotros nos dice más de Sagan como hombre, que de Sagan como científico.