“Never let me go” de Kazuo Ishiguro
Por Oliver Miranda:
A menudo la distopía nos ubica en un futuro fantástico en donde los avances tecnológicos nos tienen tan rebasados que estamos en un punto de no retorno. En la supercelebre Never let me go, Kazuo Ishiguro toma un riesgo y no se tiene que ir ni tan al futuro ni a lo supertecnológico; sin embargo, su distopía es dolorosa, real y cruda, como el futuro que parece que ya nos está alcanzando.
La historia escrita en tres actos nos lleva desde la infancia en el internado donde se conocen Tommy, Ruth y Kathy, criados en un lugar con reglas que no parecen distar mucho de un colegio de este tipo, hasta su adaptación a la adolescencia donde hay una conexión con el mundo real así como con su verdad, donde buscan respuestas a las dudas que surgen, y posteriormente el final del camino en la adultez, en donde buscan una última esperanza antes de caer en la resignación de su destino aparentemente inevitable.
En las tres etapas Ishiguro juega con la aparente normalidad, dejando en claro que ahí se encuentra algo incómodo y turbio; no nos equivocamos, siempre hay algo que está a flor de piel esperando encontrarnos y es sólo gracias a la maestría del autor que sabe en qué momento darnos esos detalles.
Más allá de la soltura con la que se conduce Kazuo Ishiguro en su labor como novelista, es precisamente la maraña de ideas que empieza a desenredar con paciencia y calma antes de mostrarnos el hilo completo lo que vuelve a esta novela tan especial. La temática que acompaña al libro, la atmósfera incomoda en la que se desarrolla y la empatía que tenemos para con Kathy, Ruth y Tommy nos lleva de la mano en una historia que sirve para cuestionarnos nuestro papel propio en el mundo, así como la pregunta clave de qué es lo que realmente nos vuelve humanos.