Clío y Calíope
Por María del Carmen Rivero Quinto
La senda hacia los orígenes del vínculo entre historia y literatura podría conducir hasta el primer relato contado por el prototipo del hombre moderno. Por ello, con el paso del tiempo, se hizo necesario representar su relación antes que establecer metodologías específicas que profundizaran más un abismo que vino a hacerse notorio, aunque no voluntario, a partir del siglo del historicismo y de la novela realista: el siglo XIX. El mito es esa forma de representación, puesto que su relato explica de manera simbólica las cuestiones fundamentales de lo humano, una de ellas lo sucedido y su narración.
Las Musas y sus advocaciones resultan un claro ejemplo de la necesidad de explicaciones que los mitos pretenden ofrecer, pues cada una de ellas representa virtuosismos que la humanidad aspira poseer y es su ciclo mítico el que mejor expresa este estrecho vínculo, pues en él no existe diferencia alguna entre poesía e historia. Comparten, por así decirlo, el mismo rango en tanto artes de la palabra y porque en la concepción griega la misma importancia tenía conocer el pasado que cantarlo.
Hijas de Zeus, el padre de los dioses, y de Mnemosine, la diosa de la memoria, fueron concebidas durante nueve noches consecutivas “para que fuesen olvido de males y fin de penas”, según recita Hesíodo. La primogénita fue Clío, semejante a su madre, la Memoria, pero, según el aeda, es Calíope “la más señalada de todas. / Pues ella acompaña también a los reyes augustos”,[1] lo cual es comprensible si se piensa que los edictos de los mandatarios debían recitarse con elocuencia y con gracia ser registrados.
Las Musas son energía en movimiento, su energía ilumina a las mentes humanas dignas de ese resplandor, inspiran el conocimiento espiritual. Así desfilan ante los ojos dichosos ya de Apolo, ya de Artemisa, según la representación, Clío, la Musa de la historia; Calíope, la musa de la poesía épica; Talía, la Musa de la poesía bucólica, la poesía del mundo natural que nos rodea; Terpsícore, Musa de la danza; Melpómene, de la poesía trágica; Erato, del arte de la poesía amorosa; Euterpe, la del arte de la flauta; Polimnia, del sagrado canto coral, y Urania, la Musa de la astronomía.
La iconología y la historia del arte acumulan un rico acervo de representaciones de las Musas que van de la pintura a la escultura o al emblema; están, por mencionar un ejemplo, las célebres imágenes de Cesare Ripa. En los términos de esta columna, se recupera algunas imágenes cuya singularidad radica en que Clío y Calíope son representadas juntas.
Historia y literatura no constituyen discursos icónicos, no son ciencias iconográficas, sino ideográficas, esto es que mediante la descripción (una estrategia discursiva, hecha de lenguaje) ponen frente a los ojos situaciones, personajes u objetos que no están ahí para proporcionar sólo una explicación, sino, ante todo, una comprensión. Sin embargo, antes de la escritura, la imagen proyectaba ideas del mundo.
En el bajorrelieve Danza de las musas en el Helicón (figura 1), Bertel Thorvaldsen representa un conjunto armonioso en el que las Musas se distribuyen en cuatro conjuntos. Las primeras dos tocan una flauta doble y un pandero o tambor apoyadas una en el hombro de la otra. Llama la atención el trío que está al centro y que supone el eje de la composición. Las tres Gracias desnudas (Eufrosine y Aglaia ceñidas por Talía) representan la liberación de las limitaciones corporales, temporales y espaciales.
Las Musas, que representan el mensaje de esa verdad desnuda, están vestidas porque con ese velo revelan y a la vez ocultan lo que los mortales desean conocer, es decir, el solicitante de sus favores podía ser también víctima de sus caprichos. Ellas saben, confiesan a Hesíodo, “sabemos decir muchas mentiras a verdad parecidas / mas sabemos también, si queremos, cantar la verdad”.[2]
Alte Nationalgalerie de Berlín.
Otras Musas bailan al ritmo que marca la lira de Apolo. Una más, la menos visible, quizá se trate de Urania. Sin embargo, hay una parareja que se retira del ambiente festivo, a pesar de que otra Musa parece detener su paso; no caminan en línea recta como el resto, sino que la disposición de sus pies hace pensar que quieren salir de la composición por la línea tangente.
La mujer de la izquierda es Clío. Se le identifica por su cabeza girada hacia dicho costado y su mirada dirigida atrás, al pasado. En su diestra sostiene el pergamino en el que ha tomado nota de la danza que ella y sus hermanas realizaron al ritmo de la lira de Apolo. La rigidez de su pie derecho y la pose de su mano izquierda sobre el hombro de la Musa que la atrae hacia sí, muestran una postura incómoda, como si se resistiera a abandonar la escena, pues acaso un evento importante pudiera ocurrir en su ausencia.
Más liviana, la mujer que ciñe el dorso de Clío inclina su cuerpo hacia la derecha de la composición, gira su cabeza al lado contrario y con su mano izquierda recoge su manto en señal de retirada. Se trata, al parecer, de Calíope, la Musa de la poesía épica. En esta escena, la poesía ciñe la cintura de la historia, quiere sacarla de su rigidez y llevarla aparate con ella, cosa comprensible si se recuerda que la historia devino en línea directa de la poesía en forma de épica o epopeya.
En cambio, en Atenea junto a las musas (figura 2), del pintor flamenco Franz Floris (ca. 1560), llama la atención que Clío cobija bajo su brazo a Calíope, quien atenta mira al cuaderno que la Musa de la historia sostiene con su diestra. Se identifica a esta Musa porque su pierna derecha está desnuda y por lo general es la parte del cuerpo que en las distintas representaciones alude al rigor del discurso histórico. Acaso Calíope, la épica, esté adaptando el registro riguroso al canto, a la revelación del sentido de las acciones bélicas.
En las numerosas representaciones iconográficas de Clío se le muestra ya apoyada en una columna (figura 3), ya con su pie, generalmente el derecho, posado sobre una rueda, sobre una especie de banquillo o en la tierra, cualquiera de estos elementos simboliza la firmeza y que esta Musa habla con veracidad de las acciones de los hombres. Su figura suele acompañarse por elementos relativos al tiempo que transcurre como un reloj, un globo terráqueo, la Muerte o acompañada por Cronos anciano. A sus pies, suele colocarse una caja en la que acumula los rollos con los registros.
Museo Nazionale Romano.
Calíope, por su parte, suele ser representada con la cabeza coronada por una guirnalda, en señal de que ella solía acompañar a los reyes cuya obligación era dictar mandatos (figura 4). Un estilete y una tabla de escritura se suman a sus distintivos. Calíope, la de la bella voz, a veces lleva una corona dorada, una trompeta o una lira en una mano y un rollo de pergamino en la otra, pues se pensaba que podía narrar en cualquiera de los tres tiempos, pasado, presente o futuro, debido a su capacidad profética.
¿Cuál es la importancia de señalar que en algunas representaciones estas Musas aparecen juntas? Calíope es la Musa de la poesía épica, es decir, de la historia que se traduce en acciones narradas, luego verbalizadas. La épica traduce la historia en mito y, por tanto, en revelación, a decir de Joseph Campbell. Clío, por su parte, se ocupa de las acciones de los hombres, según la aristotélica, mientras que Calíope se encarga de elevar los asuntos mortales, pero significativos para una colectividad, con retórica. Coexisten en las imágenes de los artistas y en las letras de los poetas, ¿por qué el empeño en separar lo que desde el inicio ha sabido convivir?
En un principio, según permite inferir la iconología aquí señalada, la historia era un arte retórico, la historia desciende de la poesía para hacerse épica y mucho después ciencia de lo verídico ocurrido. ¿Cómo se expresan, pues, historia y literatura en los textos?
El compendio de los viajes de Heródoto se llamó, simplemente, Historias. Se sospecha que algún bibliotecario alejandrino, según informa María Rosa Lida (1978, p. 25) en su estudio preliminar sobre el historiador y su obra, alrededor de los siglos II o III de nuestra era, al notar que por su contenido estos documentos se podían dividir en nueve apartados, decidió llamarlo Los nueve libros de la historia y con este título ha llegado a nuestros días el primer ejemplo de historiografía y, de manera involuntaria, uno de los primeros en el ámbito filológico. Desde la lógica de ese bibliotecario-editor, dada la procedencia del autor y el número de libros, nombró a cada apartado con el nombre de una Musa.
En estos libros el historiador toma datos de autores fidedignos y otro tanto lo logra gracias a sus viajes por las tierras mediterráneas del mundo antiguo. De estas historias, se dice que el gran logro de Heródoto es que se propuso relatar lo que vio y experimentó como una enmarañada red de sucesos y de anécdotas de las que se encarga de ir introduciendo a los sujetos cual si de personajes se tratase, sólo que mediante el proceder del examen, el cotejo, la experimentación y el razonamiento, es decir, como hace el historiador.
El libro primero se titula Clío y el último de ellos, Calíope. Esta nomenclatura es un indicio que revela, desde la lógica del editor alejandrino, la tesis que se sustenta en esta columna: la relación entre historia y literatura. Una encargada de iniciar la narración de los hechos y la otra, de concluirlos. El párrafo de apertura del libro dedicado a la Musa de la Historia inicia de este modo:
Ésta es la exposición del resultado de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido y que las notables y singulares empresas realizadas, respectivamente, por griegos y bárbaros –y, en especial, el motivo de su mutuo enfrentamiento– queden sin realce (Heródoto, Historias, 1, 0).
El libro concluye con la interpretación, por parte del historiador, del sacrificio de un caballo que los masagetas hacían al dios solar. Heródoto infiere que “al más rápido de todos los dioses le ofrendan el animal más rápido de todos”.[3] El contenido de los fragmentos reproducidos avala, de cierto modo, la consagración de este legajo a la Musa Clío, pues el primero responde a algunas preguntas fundamentales de la escritura de la historia: quién, para qué y por qué, mientras que el segundo ilustra el ejercicio del historiador cuando los datos duros no precisan reducción, sino interpretación condicionada por el contexto del observador.
En el libro noveno, destinado a Calíope, Musa de la poesía épica, Heródoto cierra su exposición de las guerras Médicas entre Grecia y Persia y la marcha de Alejandro con un estilo puramente narrativo, aunque con un dejo aleccionador, sobre la retirada de los persas:
Al oír estas palabras, Ciro no mostró sorpresa ante la idea y consintió en ponerla en práctica; pero, al tiempo que daba su consentimiento, les recomendó también que se prepararan para no seguir impartiendo órdenes, sino para recibirlas, pues en las regiones con clima suave –concluyó– suelen criarse hombres de idéntico carácter, ya que es de todo punto imposible que un mismo territorio produzca frutos maravillosos y hombres valerosos en el terreno militar (Hdt., His., IX, 122).
Si Heródoto se posiciona entre los hombres y sus acciones, lo opuesto sucede en Ilíada, el poema épico atribuido a Homero, que cuenta la década de guerra entre aqueos y troyanos. A diferencia del oriundo de Halicarnaso, para quien el viaje y el registro fueron su incipiente método histórico, y que le posicionó entre los hombres de los que deseaba dar noticia, para el poeta al que se atribuye este canto bélico, la empresa lo rebasa dado que no estuvo ahí.
Si bien es cierto que los métodos de Homero y Hesíodo respecto a la historia que cuentan son diferentes, puesto que no tienen ni el mismo objetivo ni surgieron en el mismo contexto, lo que aquí se desea comparar son las formas discursivas en las que inician sus textos y cómo la poesía evoca a la Musa de forma explícita en una concepción en la que era inherente que los dioses o los seres divinos intervinieran en las cosas terrenales, mientras que en el texto de historia, riguroso y libre de interferencias metafísicas, esto no ocurre, sino que la nomenclatura que refiere a las Musas fue un acto de nombramiento arbitrario y posterior a la época de Hesíodo.
En el contexto homérico, el poeta debería posicionarse por encima de las acciones de los hombres para cantar una epopeya que incluye tanto a los dioses como a los hombres, pero, mortal, su limitación sólo puede ser resuelta por quienes sí están en lo alto: las Musas. “La cólera canta, ¡oh, diosa!, del Pélida Aquiles”,[4] es el verso inicial del poema que evoca a la madre de las Musas, Mnemosine, la Memoria, y tal vez a la primera de sus hijas: Clío, la historia.
La voz de las Musas no ha perdido fuerza con el paso del tiempo. A diferencia de Walter Otto, quien piensa que el hombre moderno ha dejado de escuchar lo que ellas tienen que decir, es la literatura, en especial la poesía, la que aún recupera los ecos del Helicón. Entre 1955 y 1959, el poeta angloamericano W. H. Auden escribió Homage to Clio, libro que reúne pequeños poemas de corte histórico, entre ellos el que da nombre al conjunto. Agobiado por ser miembro de las entreguerras mundiales, Auden interpela a la historia para encontrar algún sentido al caos del momento.
A la inversa de la manera clásica, en la que el poeta invocaba a la Musa para evocar lo sucedido, su permiso para ser digno de la gracia de la evocación, Auden recurre al pasado para poner en perspectiva el desencanto de la era moderna siempre consciente de que como artista no puede influir en la historia ni tampoco pretende que ésta se digne a dirigir su gracia a él. Desde su perspectiva, la historia valora lo que es productivo en el día a día, aquello cuya tiranía es reducible a una cifra, es decir, la tiranía de lo cotidiano como el brote de las flores o el canto de los pájaros, cosas triviales que aplastan al hombre de entreguerras, ya aplastado por el peso de las consecuencias de ambos eventos bélicos.
El poeta se pregunta por el verdadero rostro de Clío y repasa las representaciones iconográficas que de ella ha visto, pero todas le parecen imprecisas porque no hay modo de representar su silencio ni su inmanencia. Para Auden, éste sería el rosto de la historia:
How shall I describe you?
[…]
what icon
Have the arts for you, who look like any
Girl one has not noticed and show no special
Affinity with a beast? I have seen
Your photo, I think, in the papers, nursing
A baby or mourning a corpse: each time
You had nothing to say and did not, one could see,
Observe where you were, Muse of the unique
Historical fact, defending with silence
Some world of your beholding (1960, 16-17).
A decir de Auden, hemos visto su rostro siempre, en lo grandioso y en lo cotidiano, disfrazada del rostro de la chica que pasa desapercibida, pues el historiador debe ser invisible ante los hechos que relata. Su rostro es tiempo, ha estado ahí, retratada en los periódicos, alimentando al recién nacido y llorando al fallecido, de principio a fin, y no se puede precisar dónde ha estado porque no se la escucha, ella toda es inmanencia.
Por su parte, Alessandro Baricco, gran novelista italiano, se propuso una labor digna del auxilio de las Musas: adaptar la épica homérica de Aquiles a un guion radiofónico para que se leyera de manera ininterrumpida en la radio italiana de inicios de los años dos miles. Con el ánimo de que la historia no resultara aburrida, el autor decidió eliminar la participación de los dioses y dar un giro al inicio clásico del relato al personificar a Clío y Calíope en un solo cuerpo y en una sola voz, la de Criseida, una de las raptadas. Una de las víctimas es quien evoca y narra las acciones de los hombres:
Todo comenzó en un día de violencia.
Hacía nueve años que los aqueos asediaban Troya: a menudo necesitaban víveres, o animales, o mujeres, y entonces abandonaban el asedio e iban a procurarse lo que querían saqueando las ciudades vecinas. Ese día le tocó a Tebas, mi ciudad. Nos lo robaron todo y se lo llevaron a sus naves. Entre las mujeres a las que se raptaron estaba yo también (2005, p. 15).
¿Qué rebelan estas representaciones? Que originalmente la historia era concebida como un arte que expresaba el pasado con virtuosismo. Ellas revelan que para el pensamiento clásico había una relación estrecha entre poesía, retórica e historia, es decir, las Musas extendían su patrocinio para quien deseaba conocer y narrar con virtud lo acontecido. Tiempo después revelan que la primera historia que se contó fue la historia de la gracia, de lo bello, y que lo que se necesita para vivir es la belleza, eso es lo que nos revelan los mitos de las Musas de la historia y la literatura.
Fuentes citadas
Auden, W. H. Homage to Clio. Faber And Faber, 1960. https://archive.org/stream/in.ernet.dli.2015.186562/2015.186562.Homage-To-Clio_djvu.txt
Baricco, A. Homero, Ilíada. Anagrama, 2005.
Hesíodo. Teogonía. Versión de Paola Vianello de Córdoba, UNAM, 1986.
Heródoto. Los nueve libros de la historia. Versión de María Rosa Lida, Cumbre, 1978.
———. Historia. Versión de Carlos Schrader, Gredos, 2015.
Homero. Iliada. Versión de E. Crespo, Gredos, 2015.
[1] Hesíodo, Teogonía, I, 79-80.
[2] Idem, 27-28.
[3] Heródoto., Historias, I, 215-216.
[4] Homero, Ilíada, I, 1.