My Sassy Girl y el dilema de un amor platónico-agustiniano
Por Héctor Fabián García:
En efecto, el espíritu espera, atiende y recuerda, porque aquello que espera pasa a través de aquello que atiende hacia lo que se recuerda. ¿Quién niega que las cosas futuras aún no son? Pero, sin embargo, ya existe en el espíritu una espera de lo futuro. Y ¿quién niega que las cosas pasadas ya no son? Más en el espíritu también está ya la memoria del pasado.
Agustín de Hipona. Confesiones.
Cuando vi la película coreana de My Sassy Girl (2001) no sabía si clasificarla como un melodrama, pero puedo decir sin error a equivocarme que es una comedía romántica. Hace unos días la volví a ver por nostalgia y me di cuenta de que aún tengo mis dudas sobre que sea clasificada como un melodrama. Sin embargo, de lo que sí estoy seguro es de que sin duda debe ser considerada un «clásico» del cine coreano.
Son varios los factores que hacen especial a este filme, como el hecho de que en ningún momento se mencione el nombre de la «chica», lo que hace que el espectador sienta la necesidad de bautizarla de manera simbólica con el nombre de aquella mujer de la cuál uno se ha enamorado o idealizado alguna vez. Conforme conocemos a la protagonista nos percatamos de que a veces uno anhela en algún momento de su vida conocer alguien así, pero que jamás habrá de encontrarla por el sólo hecho de ser una idea platónica. La película nos presenta a un joven que se comporta desde lo femenino y a una chica masculinizada, los estereotipos nos han hecho creer que este tipo de relaciones no funcionan, pero la película desarticula de manera inteligente este prejuicio.
Otro elemento importante es el factor que juega el tiempo; si hay algo que ha caracterizado al director coreano Jae-Young Kwak es precisamente que el problema del tiempo es una constante dentro de sus filmes: Windstruck (2004) y Cyborg Girl (2008); sin embargo, en este filme el director introduce lo que va ser su sello distintivo, que veremos en su Sassy Girl Trilogy: por un lado tenemos el dilema del azar, pues al parecer ambos están destinados a conocerse pese a las diferentes circunstancias, o por lo menos se crea un puente de posibilidades para que ambos puedan (des)encontrarse; por otro lado tenemos la percepción sobre el tiempo, que nos lleva a reflexionar sobre si el destino se encuentra ligado con el azar y la espera, o si simplemente éste ya está escrito, poniendo en entredicho la idea de la libertad humana de poder cambiar esa noción determinista y fatalista.
My Sassy Girl pone sobre la mesa una visión escatológica, en donde la idea de sacrificio emana como un elemento cohesivo sobre la importancia que tiene la espera, pone como prioridad la tolerancia y la prudencia como un elemento característico del joven protagonista, el cual es un factor primordial para poder comprender la ausencia de aquello que en verdad ama. La actitud paciente de este joven enamorado es similar a la paciencia y penitencia del buen cristiano en miras de la promesa escatológica y mesiánica, pues como buen samaritano nunca se sabe realmente lo que el futuro le depara, haciendo que la espera sea el elemento redentor de la fe y el amor perdido.
Asimismo el dilema del amor platónico-agustiniano se centra primordialmente en buscar no sólo a alguien que llene un vacío emocional, sino en comprender que el vacío emocional surge cuando crees que el amor se reduce a algo físico y corporal, he ahí la importancia de por qué durante todo el filme de My Sassy Girl no se ve ningún beso o relación sexual, manteniendo a expensas de ello la emotiva imagen del romance que, sin evaporar en ningún instante la tensión romántica, mantiene de manera hábil ese latente amor simbólico de la negación del cuerpo como factor romántico que se reduce siempre a lo sexual. Esto por lo tanto resulta ser claramente un elemento muy característicos de la época cortesana y de la figura simbólica del caballero medieval.
Contrario a la tesis de Gaspar Noe, quien afirma en su filme Irrevesible (2002) que “el tiempo lo destruye todo”, My sassy girl invierte la formula poniendo de manifiesto lo contrario: el tiempo lo construye todo, pues si el futuro aún no es, como afirma Agustín de Hipona, entonces el destino es construir un puente de posibilidades para lo que uno quiere y ama. El director coreano se acerca un poco a la idea nietzscheana de un amor fati, pero, en vez de asumir un destino trágico, emerge la tesis agustiniana del amor en el sentido de appetitus, o sea, de anhelo, incluso de cierta nostalgia por el pasado. El amor al prójimo implica un sacrificio, de ahí que un amor basado en la cupitas es aquél que sólo nos traerá infelicidad ya que se basa en el apego, pero un amor basado en la caritas establece un ordo amoris, o sea, un amor que va del prójimo al amor a uno mismo y como último peldaño queda el amor al cuerpo.
Uno aprende amar cuando acepta dejar en libertad al ser amado, aprender a amar es aprender a renunciar al cuerpo, pues el cuerpo es intranscendente, pero la libertad del alma en términos platónicos es perfección, pues un amor verdadero perfecciona el alma y, al igual que Sócrates, esto implica aprender a aceptar nuestro destino. Pero eso no significa que no exista el libre arbitrio, pues gracias a la voluntad es que el destino, como se afirma en la película, es un puente de posibilidades, que aún no existe, pero que podría llegar a existir con el paso del tiempo. En suma, el amor implica tiempo, y si pudiera darle una categoría filosófica a este filme sería sin duda una película de corte platónica-agustiniana.