Salman Rushdie, el Sah de Bla
Por María del Carmen Rivero Quinto:
Para Elsa, Laiza, Martín y Noé
porque su fe en mí ha sido compensada.
Donde quiera que mis libros se encuentren,
Salman Rushdie
junto a un sillón favorito, cerca de un baño caliente,
en una playa o en un charco de luz de cabecera
a altas horas de la noche: ese es mi único hogar.
El 12 de agosto de 2022 el escritor indobritánico Salman Rushdie fue víctima de un atentado en Nueva York, Estados Unidos, mientras subía al estrado a dictar una plática sobre la persecución de la que algunos escritores han sido víctimas. Él, paradójica y tristemente, es uno de ellos. La razón para desviar el cauce de mis reflexiones acerca de la relación entre historia y literatura obedece a que soy devota lectora de sus ficciones y a que el 24 de octubre Andrew Wiley, su agente, informó que el escritor sobrevivió, aunque con secuelas serias como la pérdida de la visión en un ojo y de la movilidad en una mano, además de varias heridas en el cuello y el torso. Por razones obvias, no se puede hacer público cuándo y a dónde lo llevarán a convalecer, y así, en medio de las libertades y derechos que asegura la aldea global, Salman Rushdie es un clandestino de nuevo.
Sin embargo, mis comentarios no resultan un desvío del todo, sino una desembocadura del cauce del río de las aguas mezcladas de la historia y la literatura, pues la historia de este escritor y la poética de la mayoría de sus libros están sumamente relacionados con el tópico de Ianus. Sirva esta columna a manera de deseo por la recuperación de una de las plumas fundamentales para comprender la distancia y la intolerancia que la brecha entre Oriente y Occidente ha zanjado y de la que este hombre ha sido, tal vez de manera involuntaria, su víctima propiciatoria.
¿Por qué son importantes las fechas al hablar de Rushdie? Nacido el 19 de junio de 1947, en Bombay, India, quizá la fecha no signifique más que para sus lectores (comparte año de nacimiento con otro escritor mayor de nuestros días, Paul Auster). Ese mismo año, pero en el mes de agosto, la India inició su proceso de independencia de la Corona británica. Si esto resulta mera coincidencia, en 1961, Ahmed Salman Rushdie abandonó el seno de una familia privilegiada en un país con altos índices de marginación, y tuvo la oportunidad de ser enviado a Inglaterra a estudiar Historia en la universidad de Cambridge y algunos de sus libros se suscriben en la polémica categoría de novela histórica.
Midnight’s Children es el libro que lo proyectó a la fama literaria al ganar el Premio Booker of Bookers, el más prestigioso en el mundo editorial británico, en 1993. A caballo entre la ficción, la historia, la autobiografía y una pizca de realismo mágico, al que con frecuencia se le asocia y del que Rushdie se confiesa deudor luego de leer la obra de Gabriel García, ésta es la historia de Saleem Sinai y los niños que, como él, nacieron la medianoche del 15 de agosto de 1947. A cada momento su relato se interrumpe por la historia de su país a la que ha quedado atado. Niño y nación independiente contarán su crecimiento en medio de varias situaciones fantásticas selladas por la hora de nacimiento. La medianoche de independencia le concede a Saleem y su pandilla poderes mágicos que se manifiestan en la vida cotidiana de Bombay.
Proveniente de una de las últimas colonias británicas, como estudiante de historia, Rushdie se centró en el estudio de la religión y la historia musulmanas, pues, a pesar de haber nacido en territorio indio, en varios ensayos el autor declara que la línea religiosa de la mayor parte de su familia es musulmana, aunque sin practicantes, y un número menor se adscribe al hinduismo, cosmovisión de la que le interesa la historia de la supervivencia de lo autóctono, sus sagas míticas que nutren varias de sus ficciones y cómo éstas siguen manifiestas en la sociedad india.
De ahí que puede identificarse en él una tendencia a destinar libros que ficcionalizan aspectos de la historia de Pakistán o Cachemira, los casos de Vergüenza o Shalimar el payaso, una de sus más logradas novelas, en la que recupera el mito del Paraíso ubicado en esa región del mundo, o bien novelas en las que revisa el sartal de perlas que conforman la historia de la India difícilmente desvinculada de su cosmovisión.
En este grupo está Los versos satánicos, de 1989, y de la que sólo digo una cosa: es una historia de amor.[1] Saladín Chamcha es rescatado por el amor y el perfecto ángel, Gibreel, es aniquilado por su hedonismo. El autor nos recuerda que amar es mundano y que la perfección no existe y advierte de los peligros de las religiones y sus extremismos irracionales. Sí, el amor también es irracional, pero al final es lo que nos salva hasta de nosotros mismos.
En un muy emotivo ensayo titulado “14 de febrero de 1989”, el escritor comparte su experiencia temprana a raíz de la declaración de la fatwa. Sarcástico como es, rememora que su regalo del Día de los Enamorados del año que culminaba la revolucionaria década de los ochenta fue una condena de muerte por un grupo de fanáticos religiosos que ni si quiera habían leído una página del libro, pero, necios y fáciles de manipular, se dejaron llevar por la basura religiosa y política mal regurgitada de un líder.
De los años de la peste, como él los llama, publicó Joseph Anton, pseudónimo que usó para moverse clandestinamente por el mundo luego de la furia que desatara la pena de muerte. Está tomado del nombre de dos sus autores favoritos: Joseph Conrad y Anton Chéjov. Es un libro difícil en el que comparte cómo la vida de los suyos se vio afectada y la amenaza fue pasando de círculo en círculo: de su familia, a sus hijos, sus amigos, sus editores y traductores o el lector que públicamente tuviera un libro suyo en las manos.
Furia o La decadencia de Nerón Golden se ambientan en los Estados Unidos. La primera es una comedia negra sobre un filósofo educado en Cambridge y originario de Bombay (Rushdie suele recurrir a la autoficción) que abandona a su familia en Londres para huir a Nueva York en espera de que la ciudad o la cultura americana lo engullan, y así sucede, sus devoradores son los arquetipos de esa nación: un asesino de mujeres o una mujer con gorra de béisbol que lo acecha (el ejemplar que poseo es una lujosa edición de pasta dura, separador y medidas no convencionales, de la editorial Areté; me la regaló y dedicó quien era una de mis mejores amigas y de la que hasta la fecha lamento la separación).
La decadencia… es una sátira política y cultural de aquel país ambientada en los años del gobierno de Obama y la amenaza de un peligroso bufón de discurso fanático (ya se sabe quién). De este grupo mi favorito es Quijote, en el que un escritor de thrillers de espías crea a otro personaje, llamado Quijote, un viajante de carretera que vende productos farmacéuticos de una empresa que enferma más que curar. En compañía de su hijo imaginario, Sancho, echará a andar por las carreteras americanas en busca de su doncella sorteando peligros como los ciberespías rusos, racistas violentos y la amenaza del fin del mundo.
Varias tesis universitarias sobre su obra se han escrito a partir de enfoques como la historia, el decolonialismo, y principalmente en la rama lingüística, pues Rushdie siempre recupera precisiones sobre los varios dilectos y jergas que se hablan en India con el afán de corregir erróneas concepciones que algunos escritores occidentales han descrito sobre aquel país, o el realismo mágico. El sarcasmo y el humor negro son su escudo de protección, la vida que ha llevado lo ha hecho así. Mejor reírse de uno mismo a ser víctima de los malos chistes y atentados de los otros. Por tanto, el interesado en su obra debe saber que no hay que tomarse las cosas muy a pecho, pues esta es la estrategia del autor para cuestionar protegerse del mundo.
Pero no debo desviar mis intenciones de aquello que es fundamental para el escritor. Por sobre la polémica, incluso por sobre su propia vida, Rushdie es un escritor de ficciones y como tal desea ser identificado y leído. Heredero de una de las tradiciones orales más célebres del mundo, la hindú, el escritor reconoce su abrevadero en las grandes épicas como el Ramayana o la rica tradición mítica del país que lo vio nacer.
Las mujeres reinan en las ficciones de Rushdie. Vina Apsara será la Eurídice de Ormus Cama, el orféico rockero que pierde a su amada en un terremoto y desea bajar al inframundo de los recuerdos y los escombros para traerla de vuelta a la vida en El suelo bajo sus pies, una de mis favoritas. En El último suspiro del Moro, otra logradísima novela que intenta contener el caos cultural de Bombay, las mujeres orquestan la trama y el Moro oscila entre Aurora, su madre, y Uma, su amor. En La encantadora de Florencia el Mugal del Amor llega a la corte de Akbar a contar la historia de una misteriosa mujer que casi es nombrada santa y que habita en la lejana tierra de Florencia donde se abrirá camino en un mundo dominado por los hombres del alto Renacimiento.
Con Rushdie se aprende de literatura, de historia y de cualquier tema. Prolífico ensayista y columnista, se tiene la impresión de que realmente el autor está sentado junto a ti hablándote de sus amigas, las escritoras Angela Carter o Carmen Boullosa, con quien fundó la Casa Refugio Citlaltépetl, en 1999, de política, lo mismo que de Carlos Fuentes, la pintura de Amrita Sher-Gil o sus anécdotas de cuando conoció a Muhammad Ali. Imaginary Homelands, A Step Across This Line y Languages of Truth son volúmenes que recuperan sus ensayos y las columnas que ha escrito en diarios británicos por décadas.
De ellos, el segundo es mi favorito porque tiene un ensayo titulado, simplemente, “U2”. En él, Salman rememora cuando vio saciado su deseo de sentirse rockstar al subir al escenario en medio de la gira Zoo TV. Apenas cuatro años después de haber sido declarada la fatwa, en 1993, el escritor subió sorpresivamente al escenario en un concierto en Wembley a favor de las víctimas de la ex Yugoslavia. Frente a más de 70 mil personas, Rushdie saludó a Bono, ataviado a lo Mister McPhisto, y le dijo: “No tengo miedo de ti. Los verdaderos diablos no llevan cuernos”. Así llegué a la obra de este escritor.
En 2000, un año después de publicado El suelo bajo sus pies, U2 puso música a la letra de una canción, autoría de Rushdie, y que forma parte del soundtrack de la película Million Dollar Hotel del director alemán Win Wenders. Así seguí leyendo a Salman Rushdie, ¿y qué?
En la faceta farandulesca del autor, Rushdie estuvo casado un año con la modelo Padma Lakshmi (es fácil idealizar al escritor, pero tal vez difícil vivir con el hombre). La actriz Elizabeth West logró casi diez años de matrimonio con Rushdie y procreó a Milan, su segundo hijo, mientras que con la editora Lisa Luard, otra bella mujer, tuvo a Zafar, su primogénito.
El cine también ha sido objeto de sus reflexiones. En español, hasta donde sé, se puede leer El mago de Oz, un ensayo-homenaje del autor a la película de Victor Fleming y al libro. Salman ha aparecido en películas como El diario de Bridget Jones y su célebre Midnight’s Children fue adaptada al cine, aunque no con la satisfacción del escritor.
Ha escrito dos libros para los niños que fueron sus hijos. El primero es Harún y el mar de las historias que se publicó al año siguiente de la condena y que tiene por personaje al Sah de Bla, es decir, el alter ego de Rushdie, quien se gana la vida contando historias y que de pronto se queda sin motivación cuando su esposa lo abandona y es el pequeño Harún el héroe que va en busca de lo que se ha perdido. Este libro lo escribió para Zafar. El segundo es Luka y el fuego de la vida, para Milan. Es la historia de Luka, el hermano menor de Harún, quien debe salvar a su padre de cierta maldición, muy similar al primero (aquí una lágrima de melancolía me asalta, pues recuerdo a un gran amor con quien hice un viaje en el que conseguí este libro).
Cuentista, en Oriente, Occidente, Salman dedica relatos a la tradición cuentística hindú, un relato a las míticas zapatillas rojas de Dorothy, lo mismo que un cuento sobre las peripecias de Colón buscando India, su país de origen. Cronista, en 1986 el autor viajó a Nicaragua para entrevistar a Violeta Chamorro, Ernesto Cardenal, campesinos de cooperativas o militares sandinistas y redactó La sonrisa del jaguar (este libro se lo debo a una antigua compañera de licenciatura quien vio mi entusiasmo, ¿envidia, codicia?, cuando la vi entrar al salón con ese libro y me lo obsequió).
Finalmente, Grimus, su opera prima, es una historia que invierte el mito de la vida eterna. Un joven indio bebe el elíxir de la inmortalidad, pero, luego de setecientos años de mismidad, emprende el viaje para recuperar la mortalidad y liberarse del terrible efecto del elixir que da su nombre al libro.
Dos cosas memorables me sucedieron en 2015. La primera, tuve la oportunidad de viajar por trabajo a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Fue la primera vez que asistí a ese monstruo que te devora monetaria y librescamente. El país invitado en aquella ocasión fue el Reino Unido. Uno de sus escritores estelares fue, en efecto, Salman Rushdie. La segunda fue que gracias a mi gafete de prensa pude asistir a la presentación de Dos años, ocho meses y veintiocho noches, libro que atesoro porque tiene la firma de su puño. Por razones de seguridad, que no fue laxa en ningún momento y estábamos en Guadalajara, no se podía platicar con el autor, tomarse una foto con él, abrazarlo u obsequiarlo, sin embargo, cuando mi turno llegó, pude decirle lo que de sobra él ya ha escuchado: “Sir, I love your books so much. I love you”. Luego de firmar mi copia, Rushdie me miró, me sonrió y me dijo: “Thank you, beatiful”.
Ahí la importancia de las fechas. Ahí la importancia de la historia y la literatura. Si Salman Rushdie me llamó hermosa, entonces, ¿qué me importa que tú no me quieras? Los criminales irracionales que atacan a una pluma con un acero tendrán que multiplicarse porque los lectores de Salman Rushdie somos legión.
Cuando supe la noticia del ataque, el mar incesante de la Internet me informó que el próximo febrero se publicará su siguiente novela, Victory City, de la que él había adelantado que se trata de una vuelta a la India y a su inagotable mar de fantasía. El título es prometedor y ahora me suena premonitorio o mi deseo así lo quiere. Victorioso, el Sah de Bla contará sus historias sentado sobre una alfombra mágica tejida con sus palabras en esa ciudad de la victoria, el único lugar seguro para él y su arte, que hoy se reafirma como una utopía.
Me sentía impotente, temerosa y triste por lo sucedido, así que decidí leer lo que tengo pendiente del autor y releer mis favoritos en una especie de vigilia. Por su pronta recuperación física y espiritual. Porque gracias a su pluma, que él sabrá cómo sostener de nuevo, la literatura tiene sentido en un mundo con habitantes sin sentido.
[1] Su publicación costó la vida de su editor al japonés, el incendio de varias librerías y, en el caso de la versión al español, varios editores ibéricos decidieron publicar el libro en conjunto, es decir, no bajo uno, sino bajo quince sellos editoriales que asumían la responsabilidad.