El club icariano de la carne en arrojo

Por Jared Hernández.

Hace algunos días me encontraba escuchando, una vez más, el álbum Unreal Unearth del maravilloso Andrew Hozier. En este disco el cantante decidió que sus canciones se correspondieran con los círculos del infierno de La Divina Comedia de Dante. Una de mis canciones favoritas es I, Carrion (Icarian), una pieza que retoma la figura griega de Ícaro, el cantante explicó en una entrevista lo que deseaba reflejar en ella; este texto va más del lado de la letra.

Cuando estaba escribiendo el álbum por primera vez, intentaba escribir canciones que existieran por encima y por debajo de la tierra. Y la forma en que comenzó esta canción es, si puedes imaginar, ya conoces al hombre; la historia de Ícaro cuyo padre lo ató en una trampa mortal y le dijo: «Vete». Y golpeó el agua y se acercó demasiado al sol, etc. El pegamento de sus alas se derritió. Pero esta canción ha tratado de imaginar que estaba tan enamorado, tan sin aliento y tan extasiado en el momento en que sintió el aire corriendo a su lado, que nunca supo que había muerto. Y que de alguna manera se despertó, se despertó muerto, como decimos, y lo negaba por completo, habiendo estado en tal lugar de éxtasis, y es algo así, mezclado con una especie de canción de amor.

La figura de este personaje me ha maravillado durante muchos años, y cada una de las razones ha ido creciendo conmigo. Primero me atraía porque consideraba que era una figura de libertad, por esta imagen del hombre-pájaro. Después vino la conciencia de su destino trágico, y toda esta imagen de la caída, la desmesura y la desobediencia; pero, como el mismo Andrew dijo en alguno de sus conciertos, Ícaro tiene un club; es increíble cómo este personaje tiene muchísimos seguidores. Mishima (en honor a quien esta columna lleva su nombre) era uno de ellos, por supuesto que su figura cobró sentido para este escritor nipón en relación con la práctica kamikaze, con una profundidad que apenas nos roza; el sentido del deber y la realización última a través de aquella acción de arrojo, sin embargo, tal honor le fue negado, tal vez por ello se abocó a la literatura y el kendo como actividades de redención, hasta que finalmente eligió su forma de caer.

La explicación del irlandés me pareció de lo más hermosa; cuando la escuché por primera vez la consideré una canción de amor, del tipo romántico de pareja, pero entré más la escuchaba más me daba cuenta de que era una clase de amor más sublime. Es quizás el amor que nos concede todo aquello que nos separa de la tierra: de la propia, pero también de una tierra ideológica en la que afincamos toda nuestra construcción, la que nos ofrece seguridad y nos concede cierto reconocimiento; sin embargo, también existen esas personas que nos anclan y nos devuelven al mudo cuando estamos demasiado perdidos o demasiado ensimismados. Me parece que la idea de Hozier va sobre este breve momento que lo abarca todo, que nos rebaza interiormente, en el cual abandonamos nuestros miedos más atávicos, donde el lenguaje cotidiano ya no lo es más, cuando nos miramos mutuamente con otras personas y el calor de su calma, de su generosidad o cuidado, nos calienta tanto que nada más existe, somos en ese espacio con lo que ocurre. ¿Quiénes son nuestra tierra y nos mantienen aquí? Si despertamos muertos es por la fuerza de esta “tierra”, de ese “suelo”, que nos devuelve violentamente hacia abajo.

Once I had wondered what was holdin’ up the ground
But I can see that all along, love, it was you all the way down

Sin embargo, al mismo tiempo todo ese amor que nos retiene sobre la superficie tiene la capacidad de salvarnos, de elevarnos en cada instante. Pienso que eso hace la creación. Hay quienes dicen que crean arte para sí y otros que lo hacen para los demás; yo me inclino por una lectura en la que el arte ayuda al artista a contemplar y comprender su propia herida, y a través de esta exposición ofrece un espacio en el que el otro también puede exponerse así mismo, puesto que la obra contempla un espacio en el que caben todos los dolores y anhelos de quienes se acercan a ella. Como cuando Hozier canta:

If you need to, darling, lean your weight to me
We’ll float away, but if we fall
I only pray, don’t fall away from me

De alguna manera siempre encontramos esos lugares. Sea planeado o de forma fortuita, todos hemos leído algún libro que parecía estar esperando ese momento de nuestras vidas; las palabras de un amigo e incluso de quien nos ama, palabras que no pensamos escuchar; hemos visto alguna fotografía, una película o escuchado, como es el caso, una canción que se vuelve un refugio o consuelo para el dolor. Quizá nos conectó con algo que creíamos perdido, nos devolvió a un momento olvidado o simplemente nos reconfortó:  nos apoyamos o “recostamos” ahí mismo y bajamos todo aquello que cargamos por breve que sea el momento, para que nuevamente el mundo que cargamos tire de nosotros: Soarin’ over a world you are carryin’.

La condición icariana se refleja perfectamente en el juego de palabras que utiliza el cantante cuando escribe “Let me be your own Icarian carrion”. Esto nos revela nuestra condición humana, somos carroña icariana, carne que se precipita hacia abajo en su cálido sueño sobre los cielos. Siempre habrá alguien que nos construya unas alas, nos muestre un cielo sin limite aparente, que por amor nos dé “libertad”, pero de alguna forma también busque retenernos, como sucedió entre Icaro y Dédalo; el padre quería conservarlo y a la vez liberarlo, jamás imaginó que sus jóvenes deseos se le escaparían, pues su carne conoció otros anhelos. Somos carne arrojada al mundo (al igual que él) por un Dios ausenté, pero cada segundo que pasemos en los momentos en los que estamos tan enamorados de algo que revivamos de esta muerte cotidiana valdrá la pena. Creo que el propósito del arte y los actos contemplativos es ése, hacernos mirar la cotidianidad desde otra perspectiva para transformarla, y quizá esta idea sea una de las más masticadas, sin embargo, no hay muchas otras formas. En la medida en la que miremos las cosas, las vidas y las circunstancias con un amor arrojado nos desharemos del miedo de ir por ellas, no seremos gobernados por el miedo a nuestra propia voluntad y fragilidad. Volveríamos felizmente a pesar de la caída y esperaríamos que en cada vida (desde la mirada religiosa o filosófica) pudiéramos encontrarnos con todo aquello que despierta en nosotros la calidez del arrojo. Quizá nuestra libertad reside en la fuerza de nuestro estallido contra el mundo.


Pintura de portada

La muerte de Ícaro, siglo XIX – Alexandre CABANEL (1823-1889)

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