EL DIABLO.

Por Alejandro Martínez Jiménez

Son los días rancios aquellos los que me gustaría no vivir, pero es inevitable, el camino no está definido la vida en este tiempo es como un mar inmenso y salado, un mar a merced del viento y la luna, sus mareas cada mañana traen cadáveres a mi orilla y el ansiado alimento del alma yace en el fondo más oscuro, allá, mar adentro.

  1. EL VIAJE, PRIMERA PARTE.

I

Desapareció hace más de dos semanas. Desde entonces apenas sobrevivo al encuentro diario conmigo mismo y su recuerdo en esta casa; no hay alcohol suficiente que adormezca mis tripas para evitar el mareo, y, aunque el mezcal quema hasta el alma cuando baja, han de saber que después de ese primer trago llega algo de alivio. Siento ese bendecido momento que aletarga mis latidos, anunciando el reinicio del ritmo de una respiración digamos normal, así, llega un poco de paz profunda justo cuando media botella se ha consumido entre el tabaco, mis ganas de besarla y mis labios resecos.

Las noches son largas, ásperas, frías y lúgubres, llenas de sombra y penumbra. Me harto tanto de estar conmigo mismo que por ratos enciendo mi moto y abandono la casa. Deambulo por los valles y colonias, mi moto ha rugido por todas las calles de la ciudad. Acepto que la he buscado por cada callejón, he ido a cada lugar que visitamos estos últimos años, los lugares de los tiempos de gloria y perversión, pero también de incertidumbre y vestigios de una existencia que apenas parece humana. Voy a cada bar donde sé que ha trabajado. Donde sea que pare mi moto siempre encuentro algún grupo de personas o una fiesta llena de desconocidos, me bajo de la moto y corro a ver si entre ellos la puedo encontrar o si al menos puedo imaginar que una mujer se le parezca; quizá entre los comensales, o quizá entre la banda que ameniza el lugar aparezca de pronto algún vestido de lentejuelas como el suyo y corra hacia mí, me dejaría seducir sin dudarlo. Le gritaría que me decore el cuello con sus venenos… Pero no ha sucedido y con todo no pierdo la fe, sin duda, contra todo. Permanece conmigo esa cosa dentro de mí, esa sensación agridulce que convive todos los putos días con el miedo de no encontrarla.

Así, sin que alguien lo arreglara, pasaron muchos días, incontables horas de olvido en las que no sé cómo es que llegué a esta precisa noche que parece la peor de todas.

II

Se me acaba el dinero, he vendido todas mis cosas de a poco; el auto ya lo ofrecí a remate hace unos días, no importa que esté casi nuevo. Necesito moverme pronto porque el tiempo, como en todos estos casos de desolación obligada, siempre juega en mi contra, el tiempo es absoluto y caprichoso y como dije, mi mente consciente no sobrevivirá por siempre. Sé que debo dejar el alcohol, pero tampoco puedo parar de beber; en cuanto dejo de consumirlo la realidad se muestra todavía más culera y se nubla el poco pensamiento ordenado que aún me queda.

Comienzo a olvidar cosas tan simples como el nombre de las personas aleatorias que de la nada aparecen. No recuerdo donde putas dejé el encendedor y los cigarros. La casa está en desorden desde hace tanto tiempo que no puedo caminar sin tropezar con ropa, vasos y latas vacías; por ratos no encuentro las llaves de la moto, y no sé si mi ropa está limpia ni cuánto tiempo llevo con el mismo pantalón, no hay paz ni gloria, ni siquiera hay descanso en cama y la comida escasea en el refrigerador, Nada pasa y sólo queda al anochecer el olor a su cuerpo, a tabaco y a alcohol.

Y, no, no es obsesión, simplemente desapareció de mi vida. Una noche no volvió más, seguramente está viva, pero no sé en qué lugar del universo habita. No hubo un adiós, sólo desapareció, y yo siento esta culpa. Sé que no hice algo que la traicionara, pero todo está en mi contra, todo como un gran malentendido; sin posibilidad de explicar algo desapareció entre sus lágrimas y la bruma de la muerte que nos acompaña a todos lados. Se fue con toda esa cosa loca de hechos encimados, uno sobre otro, traslapados en el tiempo, como acoplados intrincadamente para provocar el efecto de traición… En un pequeño instante me acusó, me juzgó y me sentenció a la soledad de esta casa.

Todo estaba bien antes de eso. Planes, besos, caricias, amor del bueno, del puro, del que ya no se hace en estos tiempos de dolor y ego de género supremacista, me dejó ver una cosa tan bonita que hasta el mismo dios enviaría[FB1] [CA2] . Eso vi en ella, eso me mostró y eso mismo devolví y devolvería cada vez que decida volverse a mí, pero con ella nada es por siempre. Con ella todo es de pronto, el estallido, la supernova de oscuridad en medio de la luz. Fui como el venado en la trampa del cazador, me torcieron a fuego cruzado, con la mirada al cielo la pinza se cerró… Así es la oscuridad en la que vivo, guiado por la pequeña luz de la vela de la fe en el océano de lágrimas y oscuridad, y los murmullos de la esperanza resoplan mis velas en cada ocaso. Así, esta noche, viajo en mi moto dispuesto una vez más a encontrarla en entre las luminarias de la ciudad.

III

Paro en un bar del centro de la ciudad.  Me reconocen por las tantas veces que he llegado y partido solo, se han acostumbrado a mi presencia; pero esta noche algo fue diferente. Poco después de mi llegada aparece Edgar, uno de sus muchos amigos, lo conozco y él me reconoce. Me saluda amablemente, es raro porque nunca fue habitual que me saludaran sus amigos; les aseguro[FB3]  que siempre asumieron que el malandro motociclista era el hombre quien la lastimaba, y asumieron que era casi por deporte o placer, por eso pocos realmente me han conocido más allá del güey loco con la ropa negra y chaleco de cuero, chaleco en el que envuelvo mi alma para que no se abra con cada caída.

Para ser sinceros todos ellos me valen verga. Nunca me ofendió lo que otros pensarán ni cómo se gastaran sus cortas ideas en considerarme un motociclista malandro o un demonio, sólo soy un simple biker; sin embargo, siempre supe que entre las charlas de ella con sus amigos yo era el villano de la historia, incluso sé que apostaban a que yo terminaría siendo un psicópata peligroso encerrado en una cárcel, o algún otro como aquellos asesinos seriales de historias de ficción gringas.

El caso es que esta noche ese amigo de ella me saluda y convive por unos minutos conmigo, cosa que agradezco, después de tantos días sin hablar con otro ser humano; aunque sea ver a alguien de frente es algo que se agradece. Le propongo invitarle una cerveza y acepta. En el tiempo que esperamos a que nos las traigan a la mesa se sienta a fumar un cigarro, a la primera oportunidad me pregunta por ella, a lo que le respondo la verdad, al menos la que yo conozco porque la viví; le informo que entre una trampa de mi exesposa y lo que ella vio en mi teléfono aquella noche de hace unos días simplemente asumió que la estaba engañando, y que iracunda se había desaparecido de mi vida diciéndome que era un pendejo.

Lo noté sorprendido al escuchar lo que le estaba narrando. Permaneció en silencio por un rato para confesarme que no lo podía creer, que él mismo la había visto días atrás y al escuchar que ella estaba en algún lugar, muy dentro en lo más emotivo de mi ser, esa pequeña candela de esperanza residente se volvió un faro fulguroso, ese algo en mi interior destelló de alegría, una sinfonía de trinos y violines cruzó de mi oído izquierdo al derecho, y como perro cazador olfateé: Pregunté por el lugar donde la había visto…

IV

Me dijo que hace algunos días habían coincidido en un evento, que ella le platicó que le habían ofrecido trabajo en Guadalajara y que se iría a vivir allá, pero también dijo que ella no había mencionado nada de mí, y que él no tenía idea de que estábamos comprometidos desde hacía tanto tiempo; que la veía muy bien, decidida en sus planes y que seguramente ya estaba trabajando en Guadalajara. Pregunté si era la misma mujer de la que estábamos hablando, ella, la mujer que me tenía envenenada el alma con sus besos, su amiga y la mujer de mi vida, y me lo confirmó. Sí era ella… Me quedé sin palabras, no pude decir nada porque mi mente se llenó de imágenes de su rostro, su sonrisa y sus ojos arabescos aparecieron frente a mí. Edgar lo notó o quizá sólo asumió que estaba ebrio. En el momento más incómodo se volteó hacía otro lugar del bar para después marcharse de la mesa e ir a sentarse con sus amigos.

Pedí otra cerveza más en lo que digería lo que estaba pasando. No podía comprender cómo es que yo estaba sufriendo tanto, y ella simplemente se había ido, sonriente, contenta, a trabajar a otra ciudad, sin detenerse a pensar en los años y los planes de hacer una vida juntos. No era posible tal cosa. Nadie puede moverse en medio del mundo con tanta frialdad ni en tan poco tiempo, menos ella, un ser tan luminoso y dulce como era. Me había amado tanto tiempo que en unos cuantos días no podía simplemente hacer como si yo no hubiera existido nunca. Juro que dudé incluso de mi propia existencia, pensando que yo podría ser sólo la pesadilla de otro ser que hermoso dormía plácidamente en su cama, que cuando ese ser despertara, ella, estaría a lado de él, y le daría un beso mientras yo me desvanecía entre la realidad y el mundo onírico que me había dado esta miserable vida.

V

Un par de cervezas más y pude notar que ese ser del cual yo era una pesadilla no despertaba. Estaba yo solo por mi cuenta para resolverlo, y con un mar de emociones dentro de mí. Decidí pagar mi cuenta e irme del lugar, me subí a mi moto y busqué en la zona vieja de la ciudad unas flores y un mariachi. Con un amor que pareció más un desamor trillado me fui, es lo que había y, como dije, iba tomar todas las opciones necesarias para poder llegar a ella. Ya había desechado la idea de que se había ido a Guadalajara, abordé a los mariachis, les dije que me siguieran, le llevaríamos serenata a la mujer de mi vida. Ninguno se negó obviamente.

Una motocicleta y una camioneta cargada de mariachis, en petit comité, partimos hacía su casa en aquel barrio que la vio florecer, la casa de su madre en la colina. Yo medio borracho iba cantando canciones de Fito Páez, con un faro dentro del pecho que tiraba una luz más larga que el faro de cinco pulgadas de mi moto. Cantaba a coro, escuchando mil voces de aves de lenguaje extraño dentro de mi cabeza, asustado, con depresión, pero determinado a encontrarla.

En cuanto llegamos les pedí que cantaran lo que ellos quisieran. Les expliqué que quería reconquistar a la mujer que había amado por varios años y que por consecuencias indeterminadas la había perdido, les dejé claro que confiaba en su buen gusto musical para enamorar bellas mujeres enojadas como la mía.

La música mexicana en mitad de la noche comenzó. Brillaba un poco la luna en el cielo, mucho frío en el aire, pero ya nada se podía detener. Había estacionado mi moto al frente de todos los músicos y yo bien jefe sentado en ella. Hermosos músicos, hermoso yo y hermosa mi moto en la colina frente a la casa de la creación más bella, con trompetas y violines, todos estábamos esperando que su ventana se abriera. Yo, sonriendo por dentro e intentando seguir el paso de las apologías del amor ranchero, cantando canciones que no recordaba más que de mi niñez, con el sonido de violines y trompetas en mi espalda, sin nada que perder y con toda una vida que ganar, el show continuó.

Así iban transcurriendo las seis canciones contratadas, una tras otra. Después de quizá la tercera canción, se abrió la puerta de la casa. “¡Ya chingué!”, pensé. Bien contentote caminé hacía la puerta para encontrar entre la penumbra lo que suponía era la luz de mi vida. A pocos metros me di cuenta de que no, no era ella, era su mamá. Me valió madre, ya nada se podía detener, así que la saludé de lejos y la señora se acercó con calma hacía donde estábamos el mariachi, la moto y yo. Mi suegra cantó emotivamente las últimas tres canciones con nosotros, pues ella bien las conocía desde su juventud…  

VI

Cuando la última nota cedió ante el silenció, el ambiente, de por sí oscuro, se enrareció más. Se volvió turbio, extraño y sepulcral. Con perros ladrando en los alrededores y autos que lampareaban mis ojos al pasar por la avenida, la señora me mira por un instante, los mariachis después de unos segundos me miraron y después se miraron entre ellos con extrañeza y murmuraron entre ellos, entendieron que quien había salido era mi suegra más no la mujer a la que veníamos a regalar magia en forma de canciones de mariachi…

No tuve otra opción que ir hacia ellos, pagarles y agradecerles por su tiempo. Uno de ellos me dijo que así era la vida, que buscara otra que entendiera lo que vale el cariño de un hombre y no el de un niño… Que no me sintiera mal por ellos, que ellos ya habían visto a muchos cabrones caer de rodillas en las noches más tibias, pero que esa noche el frío no me había doblado. Sentí ganas de llorar, pero los hombres no sabemos llorar; nadie nos enseñó y tampoco lo entendemos, pensé.

VII

Aguantando, conteniendo, la luz del faro que me guiaba desde dentro se volvió entre el silencio y el frío de la noche una soga que me ataba el pecho, una soga que cada vez apretaba más y más. Entre las buenas noches de los mariachis al despedirse di media vuelta y caminé lo más entero y gallardo posible hacía la señora que esperaba a un lado de mi moto mientras me miraba con esa mirada extraña con la que se mira a un hombre roto, mirada que se mueve entre ternura, alegría o quizá lástima.

Me aguanté y volví a saludarla, le ofrecí una disculpa por llegar de madrugada a despertar a todo el mundo y le dije que buscaba a su hija porque no sabía nada de ella. La señora, moviendo la cabeza de lado a lado, me regañó por andar bebiendo en la motocicleta, la comprendo, y juro que entiendo el cuidado de la vida, pero ella no supo ni sabrá jamás cuántas veces anduve así mientras su hija desaparecía acusándome, con excusa o sin ella, calumniándome de ser un traidor, así, lo aceptó sin culpas. Las cosas como son. Los hechos sucedieron de esa forma tan arcaica cada vez que ella desapareció, nada que lamentar, sólo los dolores éticos y morales residentes… 

De pronto, la señora a mitad del regaño me dice que su hija no estaba, que desapareció de su casa hace una semana sin decirle algo, que no tenía ni una pista de dónde estaba su hija esa noche y comenzó a llorar. Comenzó a culparme por la desaparición de su hija, dijo que ella ya no sabía dónde buscarla, y me preguntaba dolorosamente lo que iba a hacer ella sin su hija. Yo mirando su rostro lleno de lágrimas me sentí peor de lo que ya me sentía, comencé a imaginar lo peor, supuse que de verdad algo le había pasado. En ese momento entré en un pánico de muerte, sudando a mitad de la noche fría y conteniendo el temblor en las manos mientras la señora seguía llorando y yo con ganas de llorar, pero sin poder al menos parpadear por momento.

VIII

La verdad es que no supe qué estaba pasando, y no podía recordar otra cosa que estar encerrado en mi casa por más de dos semanas. Pensé que quizá ella me había ido a buscar a casa y que tal vez yo sin querer le había hecho daño, quizá ebrio y doliente, todo podía pasar. Dudé de mí, ella lo había dicho siempre, dudé si en verdad yo era un psicópata que no recordaba lo que hacía. Quizá pude haberle hecho daño y quizá su cuerpo estaba escondido en mi casa, quizá yo mismo le había hecho daño, la pude haber matado y no lo podía recordar…

Si ella y sus amigos tenían razón cuando hablaban de mí, entonces todo ese tiempo yo habría sido un monstruo brutal y salvaje, y simplemente no lo recordaba. Quizá siempre fui ese asesino con doble personalidad, de los que tanto ella admiraba y por eso estaba conmigo…  ¡Yo podría ser un psicópata! Pensando en todo eso, preguntándome otra vez, qué parte de todo lo que estaba pasando esa noche y durante esas últimas semanas era real, sintiendo cómo el piso se movía junto con todo alrededor, escuchando a la señora llorar y los perros a lo lejos… El tiempo se detuvo. Mi mente se puso en silencio, busqué un cigarro, pero al introducir mi mano apreté de más la caja de cigarros que traía en la bolsa del pantalón y todos valieron madre. Me giré un poco y sólo me quedé con la caja de cigarros en la mano, mirando la moto estacionada sobre el pasto en la colina. Por un instante ya no escuche nada del ruido de la colina, ni perros ni autos, no sentía frío; un momento hermoso que terminó muy pronto cuando la voz de la señora me volvió a traer a la realidad. No estaba soñando, todo estaba sucediendo en vivo y a todo color en la tragedia de mi vida. La señora me pregunta por otra maldita vez más -–¿Qué voy a hacer ahora sin mi hija?…

IX

Le dije que de verdad yo no sabía qué había pasado, intenté explicarle que ella pensó que yo la estaba engañando y que simplemente había desaparecido,  que se había llevado con ella mi teléfono, que en cuanto tuve forma de contactarla lo intenté mil veces y no me contestaba las llamadas y que no sabía algo de ella hacía algunas semanas.

En pocos minutos la señora dejó de llorar. Cuando se tranquilizó comenzó a hablar más apaciguadamente, pero otra vez negó saber de su hija y lo único que pude hacer fue sentir su dolor de madre a la distancia, unirlo a mi dolor de esposo en mi interior como siempre. Entre yo y mi otro yo que sigo siendo yo, nos aconsejamos y nos hicimos paz, nos dimos ánimo y deseamos que todo estuviera bien de buena voluntad, todo desde el interior de mi propio ser doliente.

Más repuesto, le dije a la señora que averiguaría dónde estaba su hija, que buscaría traerla con bien a su casa, que no se preocupara, seguramente ella estaba con alguno de sus amigos como otras tantas veces… Encendí mi moto y me fui de la colina.

Iba en la moto y no tenía ni puta idea de a dónde ir, sólo recordé a Edgar, aquel sujeto, que me había dicho que mi prometida estaba en Guadalajara, así que fui por más alcohol. La cerveza no me haría un efecto tan grande por lo que esta vez compré ron y me fui a casa a planear mi viaje para encontrarla.

X

Al siguiente día finalicé la venta del auto. Llamé a un viejo amigo malandro que conocía de hace tiempo, él tenía el dinero y yo la urgencia, así que le ofrecí un trato irresistible en el que yo perdí y él ganó; finiquité la venta en mi casa esa misma mañana. Naturalmente, una vez que estuve solo y con el dinero en mis manos, compré más cervezas y cigarros. Planifiqué la ruta, y creo que en el intento de despedirme de mi madre, hermanos y sobrinos algo me delató o alguien delató con ellos mi forma de vivir de esos días, de cualquier forma se enteraron de que estaba en los preparativos del viaje.

Me encontraba bebiendo los últimos sorbos de alcohol cuando ellos, mi familia, llegaron a casa. Llegaron con algunos amigos míos, a ellos no recuerdo cuánto tiempo tenía sin verlos, una mezcla algo extraña debo decirlo: amigos y familia juntos rara vez sucede en mi vida.

Todos se reunieron para hablar conmigo. Con toda honestidad no recuerdo qué fue lo que les dije ni cuánto de mis planes de buscarla les dejé saber, sin embargo, todos se reunieron para hacer una oración por mí. Hacía tanto tiempo que no los veía, que no sabía de ellos, que no sabía que me extrañaban o me querían, no recordaba cómo era mi familia ni cómo eran mis amigos. Su oración fue un vaso de agua después de mil días de alcohol y cigarro, fue hermoso sentir un alivio que no proviniera del alcohol o el cigarro.

Mis sobrinas limpiaron la casa y pidieron pizza para comer. Mientras compartimos el pan y la sal supuse que serían duros conmigo y se irían pronto, pero no fue así. Fueron extrañamente amables, pero firmes, me dijeron que me llevarían a otro lugar para tener una buena forma de vivir, que ya no debería estar ahí. Como dije, yo no les conté del todo mis planes, pero en mi mente seguía planificando cómo y dónde encontrar a la mujer de mi vida.

Ya de noche, cuando terminó la comida y el aseo de la casa, me hicieron saber que ésa era la última vez que íbamos a estar en esa casa. Dijeron que era tiempo de irnos y que sería para siempre, que todo lo que fue mi vida hasta ese momento iba a desaparecer, a olvidarse o a cambiar. Tengo que aceptar que contra ellos no se puede defender lo que era a toda vista indefendible, sólo me quedó suplicar conservar unas cuántas cosas, entre ellas, les pedí llevarme mi moto porque era lo último que me quedaba de valor y sobre todo no quería olvidar de dónde provenía este ser roto que andaba medio muerto, pero que aun así andaba en dos ruedas para sentir la vida.

Confiaron en mí a regañadientes y aceptaron que conservara a mi compañera de vida y tragedia. Ya todo estuvo decidido , y una vez afuera de la casa encendieron sus autos y yo mi moto, salimos con la promesa de llegar en primera instancia a la casa de mi madre, pero yo tenía mi propio plan.

Nunca llegué al jardín de mi madre, les mentí. A medio camino avisé que pararía por cigarros en una tienda. Me detuve en el primer lugar que encontré, y en una distracción de mi familia, mientras esperaban a que yo saliera del lugar, corrí sigilosamente hasta el estacionamiento del local y encendí la moto; cual delincuente, aceleré a fondo para que no me pudieran alcanzar y salí rumbo a la carretera, tomé el camino a Guadalajara, donde ahora me encuentro. Estoy a ciento cincuenta kilómetros de esa ciudad, a mitad de la noche y con una lluvia torrencial, con mi moto encendida a la orilla del camino, alumbrando una carretera que parece desierta e interminable, fumando un cigarro que sabe cada vez peor mientras se humedece rápidamente con cada gota de lluvia, sentado en mi moto, esperando a que amaine un poco el clima y ceda el temblor de manos para continuar mi viaje. Permanezco con fe en lo que sea que esté allá afuera, más allá de las estrellas moviendo los hilos de la vida y la muerte, con fe suficiente para lograr encontrarla… Sólo permanezco.


 [FB1]¿Envidiaría?

 [CA2]Sí, envidiaría.

 [FB3]Puedo asegurar

Si te gustó, ¡Espero nos puedas compartir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *