La querella histórico-literaria en el México de entre siglos
Por María del Carmen Rivero Quinto.
Para Martín,
por los mutuos consuelos.
En la entrega anterior de Ianvs comentamos la extraordinaria, aunque tardía, exposición en homenaje al escritor mexicano Germán List Arzubide, uno de los fundadores, junto con Manuel Maples Arce, del movimiento Estridentista, la vanguardia mexicana de inicios del siglo XX. Este mote conlleva una interesante querella que hasta hoy es causa de revuelo y que en aquella entrega sólo mencioné de paso por tratarse más bien de un aspecto vinculado por contraste entre el Modernismo y el Estridentismo, ambos movimientos literarios del México de los siglos XIX y XX, respectivamente, y que en esta ocasión quiero desarrollar.
En el caso de ambas corrientes, la adjudicación del título la vanguardia literaria mexicana, ¿a qué grupo corresponde? Esta pregunta tiene respuestas que obedecen a dos aspectos, el primero de ellos es temporal, pues la palabra se refiere a aquello adelantado a su momento, que va delante de. En el caso del Estridentismo, el manifiesto con el que sus miembros se dan a conocer se publicó en los últimos días de 1921, esto es, dos años antes de la proclama del escrito surrealista en Francia y en el mismo año en que Brasil se sumaba a los frentes del Concretismo.
Por otro lado, está la cuestión histórica y eso, en el tenor de nuestra columna, es lo que más nos interesa. El movimiento ya mencionado irrumpió en las letras mexicanas once años después de iniciada la revuelta nacional de la que, según comentamos en la entrega anterior, algunos de los estridentes como List Arzubide fueron testigos de. Por otro lado, el Modernismo desprendía las últimas plumas del cuello azul del cisne que Enrique González Martínez torciera cuando Porfirio Díaz se exiliaba en Francia, en 1911, al atisbo de otro importante documento, no artístico, sino político: el Plan de San Luis Potosí, firmado por Francisco I. Madero, que lo desconocía como presidente y convocaba a nuevas elecciones.

Por las razones enunciadas, de manera breve, yo llamaría a estas dos corrientes con los motes de entre siglos o de entre revueltas, y es precisamente por estas dos causas que ambos representan con claridad los estatutos de las relaciones entre lo histórico y lo literario. Concentrémonos ahora en los modernistas, pues los suyos también fueron tiempos convulsos.
Así como el exponente anterior nombró a su movimiento a partir de los ruidos y los estremecimientos de los fusiles revolucionarios, estos también escribieron en tiempos de gran agitación política y social. Parafraseando al querido José Emilio Pacheco, en su detallado estudio sobre dicha escuela, si bien el Porfiriato no tuvo como consecuencia artística al Modernismo, este sí estuvo condicionado por la dictadura de tal modo que casi todos los miembros del grupo una vez exiliado Díaz, se declararon huertistas, por ejemplo.
Pacheco sitúa el movimiento entre los años 1884 y 1921 y se atreve a (o tiene que) ir más allá de mediados de siglo con la muerte de Enrique González Martínez, en 1952, con lo cual quedaría cerrado lo que él llama el ciclo modernista. Históricamente hablando, estas fechas indican que dicho frente generó poesía desde la primera reelección de Díaz hasta el gobierno de Álvaro Obregón, La Bombilla incluida, o incluso hasta el México actual, resultado del llamado Milagro Mexicano, producto de la revolución y de la apertura comercial del país al mundo, luego de las guerras globales, y con una serie de matices y contrastes que lo hacen realmente especial.

Sin embargo, es el propio Germán List, quien en su libro sobre el avance estridentista, publicado en 1926, arremete apasionadamente, aunque de forma justificada y desde la posición artística y poética, en contra del compromiso y la actitud respecto a la opresión porfiriana. En este punto, es importante señalar que los artistas que cuestionan a sus predecesores son los que terminan, sin querer, creando nuevas corrientes literarias, pues estos, a su vez, suelen ser manifestaciones de la inconformidad social o política.
De ese ensayo recupero dos sentencias importantes: “La Revolución llamó vanamente a los poetas oficiales a sus filas y ninguno aceptó la invitación” y “si esta hubiera seguido su curso natural, a la postre hubiera creado sus poetas”. El reclamo del autor en cuestión tiene un gran fundamento no sólo por la inmovilidad ideológica o política de lo innovador ante la dictadura, sino porque en realidad la rebelión necesitaba poemas además de balas, cantos épicos que dieran continuidad a la tradición que se había ido engrosando, por ejemplo, con las odas insurgentes de la Independencia y con los de otros grandes momentos de la vida nacional durante el siglo XIX.
Me parece que el Viajero en el Vértice, como se autonombró dicho escritor, reclama la necesidad de continuidad en la tradición lírica histórica mexicana, pues, formalmente, el corrido no está considerado como una muestra de esta, sino más bien como una heredera de la tradición juglaresca, de la narrativa y la primera revuelta social del continente americano que tuvo muchas y variadas voces en la prosa con la llamada novela de la Revolución y sus soberbios representantes que no por ello fueron de posturas menos polémicas.
Ambas declaraciones merecen algunas líneas más, desde la postura de List, un suceso histórico de escala nacional que sentó las bases para las futuras sublevaciones en el continente fue el motivo para escribir, para crear, por eso el mote que le pusieron a su exposición fue “en las letras está la vida”. Desde su perspectiva, la rebelión no debía ser cantada, tenía que convertirse en el arma más estridente, y la pólvora debió haber sido puesta por los modernistas, quienes estaban sumamente interesados en adaptar las formas lingüísticas francesas que el mandatario en turno también quería para México.
A pesar de los fuertes cuestionamientos del autor, infundados en la ideología y en la toma de postura, el Modernismo también se merecería el título de movimiento literario mexicano de vanguardia, porque no fueron plumas menores las que dieron nuevos aires a la poesía mexicana, que venía de ser insurgente por la Independencia a imitar modelos franceses venidos del simbolismo y, también hay que decirlo, por el deseo renovador del presidente en turno que quería un México a la francesa.
Visto desde estas perspectivas, creo que el encabezamiento bien puede adjudicarse a ambos grupos si se tienen en cuenta tanto las respectivas agendas con las firmas de importantes trovadores de ambos momentos, como las obras y la actividad cultural, que desde sus circunstancias generaron para el México de fines e inicios de siglos.


Si bien suele atribuirse al rimador nicaragüense Rubén Darío la creación del movimiento contemporáneo, él introdujo las nuevas tendencias innovadoras en el continente americano, pero fue en México donde sentó sus fundamentos con la publicación de dos revistas que dieron a conocer la nueva poesía mexicana de ese momento: la Revista Azul, fundada por Manuel Gutiérrez Nájera, en 1849, y la Revista Moderna, fundada por José Juan Tablada, en 1904, seis años antes del estallido revolucionario, pero, ¿quiénes fueron los que conformaban dicho movimiento?
Si seguimos la datación propuesta por Pacheco, dos poetas podrían considerarse los precursores del movimiento, se trata de Salvador Díaz Mirón y Manuel José Othón, aunque en realidad este último nunca se sintió identificado y sus temas aún expresan el sentimiento romántico. En cuanto al primero, quisiera detenerme un poco más pues se trata, para mi gusto, de uno de los mejores líricos mexicanos y, ciertamente, aquel contra quien Germán List apunta el fusil de su crítica, no sólo por haber puesto sus versos al servicio del dictador, sino porque siempre dedicado al periodismo, dirigió, en los últimos años de su vida pública, el periódico El Imparcial, a petición de Victoriano Huerta.
En 1910, con motivo del centenario de la Independencia, el escritor compuso “Al buen cura”, oda dedicada a Miguel Hidalgo, y la recitó en la inauguración del mal llamado Ángel de la Independencia, un acto encabezado por Porfirio Díaz. Dado que esta es una columna que reflexiona sobre historia y literatura, aquí algunos versos del poema en los que se exalta el triunfo ansiado de la libertad, hija de un sólo hombre: “Hay crisis en que un hombre,/ávido de justicia y renombre,/sirve para trocar la suerte;/y entonces riñe a muerte/combate de querube con vestiglo;/y hoy una libertad, hija de un fuerte,/consagra un esplendor que cumple un siglo!”. El verso de Díaz Mirón es clásico, rebuscado, si así se le quiere llamar, pero resultado del trabajo con la palabra que todavía transmite sensaciones del viejo, aunque nunca pasado de moda, Romanticismo.

Un hombre virulento, en su época, conoció la cárcel por tres períodos a raíz de batirse a duelo de pistolas con otras figuras públicas, en el último escarnio, su tiro acertó y mató a Federico Wólter. Por otro lado, durante su encierro, Díaz Mirón escribió lo más refinado de su poesía y se enteró de que un astuto editor americano había hecho una edición apócrifa de su obra, por lo que se propuso desmentirlo y componer Lascas, el único libro de poemas que reconoció como de su autoría; el único con el que se sintió satisfecho.
Exiliado en España y Cuba, fue hasta el mandato militar de Venustiano Carranza pudo regresar al país, se le ofreció ser titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), pero prefirió retornar al terruño veracruzano donde murió. Me resulta difícil decidirme por una sola de sus lascas. ¿Será “La giganta” o sería “Ejemplo” mi poema predilecto?

En el apogeo del Modernismo, la lista de nombres es difícil de abreviar. “La duquesa de Job”, de Manuel Gutiérrez Nájera, destaca por ser el retrato de la mujer promedio que no es más la musa ni la imposible, es una fémina que no entiende bien la vida citadina, pues “No baila Boston, y desconoce/ las carreras el alto goce/y los placeres del five o’clock”. ¿Son los poemas casi místicos de Amado Nervo, quien sí conoció a Rubén Darío? Tal vez se trata del poeta que escuchó, desde su época, mi desespero y el de mi generación: “Oremos por las nuevas generaciones,/abrumadas de tedios y decepciones;/con ellas, en la noche, nos hundiremos”.

Se dice de Enrique González Martínez, quien en 1912 sustituyó al clasiquísimo Antonio Caso en la presidencia del Ateneo de la Juventud, que fue también el autor que puso fin formal y temático a la corriente anterior con su famoso escrito “Tuércele el cuello al cisne”, en el que declara, desde su primera estrofa, su distanciamiento del grupo: “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje/que da su nota blanca al azul de la fuente;/él pasea su gracia no más, pero no siente/el alma de las cosas ni la voz del paisaje”.

Por último, si hubo un literato de este período con el que los estridentistas simpatizarían un poco fue José Juan Tablada. A medio camino entre lo contemporáneo y la cascada de las vanguardias, la segunda parte de su obra da claras muestras de las tendencias europeas de los años veinte del siglo pasado. En 2019, el Palacio de Bellas Artes montó una espléndida exposición en su honor llamada Pasajero 21. El Japón de Tablada. Amado Nervo lo consideró el verdadero introductor del Modernismo en México porque con su viaje a Oriente, en especial a Japón, en 1900, conoció y practicó otros estilos que introdujo al campo literario mexicano, en especial el pequeño y complejo haiku o el caligrama, del que reproduzco aquí el compuesto para Amalia.

Por tales razones, se puede decir que el Estridentismo fue el detonador cultural de la Revolución, según el escritor y crítico mexicano Evodio Escalante, mientras que el Modernismo fue su precursor lingüístico al evidenciar aquello de lo que adolecían los poetas, además de una persistencia en el ideal porfirista, una especie de anquilosamiento en las formas, en sus motivos y en la necesidad de admitir que la gente que andaba por las mismas calles que ellos no hablaba ni se expresaba con ese refinamiento.
La querella literaria de entre siglos o de entre revueltas posiciona a la Revolución Mexicana como un evento histórico que involucró todos los aspectos, ningún sector quedó indiferente, mucho menos el artístico y el literario, el poético en particular, es uno de los que mejor ilustra esta disputa, pues estamos en 2025 y la gesta sigue siendo motivo para crear y cuyas formas líricas podemos intentar rastrear en las próximas entregas.
Imagen de portada:
David Alfaro. El derecho a la cultura (o las fechas en la historia de México) (1952-1956) Torre de Rectoría, Ciudad Universitaria, UNAM, México.