«Romcoms: El Consuelo de una Mentira Hermosa»
Por Emiliano Peña:
El día que vi When Harry Met Sally por primera vez algo cambió en mí, recuerdo claramente cómo, al terminar la película, me invadió una sensación que pocos filmes me han hecho sentir, despertó cosas; fue entonces cuando comencé a ver las famosas y poco valoradas romcoms. No es como si nunca las hubiera visto, pero desde entonces empecé a apreciarlas de una manera distinta: no como meros relatos cursis, sino como espejos que reflejaban las contradicciones del amor.
A partir de ahí, mi visión se transformó y comencé a notar cómo este género no sólo despertaba sentimientos, sino que también moldeaba expectativas, invitándome a soñar con un algo mágico e instantáneo. Con el tiempo entendí que las romcoms no son mero entretenimiento, sino piezas clave en la construcción de mitos y modelos sentimentales, pero para entender por qué esta categoría moldea, hay que reconocer que históricamente han sido un pilar fundamental en la historia del cine, fusionando humor y romance para explorar las complejidades de las relaciones humanas.
Sus raíces se remontan naturalmente a Shakespeare, con comedias como Much Ado About Nothing y A Midsummer Night’s Dream, que sentaron las bases. En el cine, nacieron durante la década de los 30 con la aparición de la screwball comedy, un subgénero que ofrecía alivio cómico durante la Gran Depresión con cintas como It Happened One Night (1934) y Bringing Up Baby (1938), que establecieron las convenciones de esta variante, presentando enredos amorosos y diálogos ingeniosos.
Pero fue en los 90 cuando esta categoría experimentó un renacimiento, consolidándose como una de las formas más influyentes del cine contemporáneo. Durante esta época, figuras como Nora Ephron, Richard Curtis y Nancy Meyers redefinieron la comedia romántica, aportando profundidad emocional y sofisticación a las historias de amor. Ephron, en particular, con películas como When Harry Met Sally (1989) y You’ve Got Mail (1998), pues introdujo y perfeccionó la fórmula predilecta. Esta no sólo revitalizó el género, sino que dejó una huella imborrable en generaciones posteriores, moldeando así cómo muchas personas, yo incluido, percibimos el amor y las relaciones.
Ahora hay que profundizar en E. Nora, quien antes de incursionar en el mundo del cine forjó una sólida carrera como periodista y ensayista en Esquire y The New York Post. Su aguda observación social, humor y su capacidad para diseccionar las contradicciones de lo cotidiano le permitieron desarrollar un estilo narrativo único. Esta sensibilidad le otorgó una mirada muy perspicaz, que se tradujo en su forma de abordar el amor en sus películas: lejos de presentar una fantasía inalcanzable, lo muestra como un proceso imperfecto, lleno de momentos de conexión, desencuentros y obstáculos comunes. Su habilidad para capturar la esencia de las conversaciones reales hizo que sus romcoms resonaran con el público, ofreciendo una visión del amor que, aunque idealizada en ciertos aspectos, subraya la importancia del compromiso, del diálogo y del autoconocimiento.
¿Pero cuál es exactamente esa fórmula? Se podría resumir en tres momentos
clave:
- El primer encuentro: Un acontecimiento inesperado une a los protagonistas, creando la idea de que el amor verdadero surge de forma casi mágica.
- El gancho emocional: A lo largo de la historia, los personajes desarrollan una conexión profunda, generando la idea de una compatibilidad predestinada.
- La alegre derrota: Tras una crisis o separación, se produce un gesto de reconciliación que resuelve el conflicto de forma casi simbólica. Este clímax recurrente en los finales felices transmite que, ante cualquier adversidad, todo puede salvarse con un sólo acto dramático y romántico.
Esta fórmula, al final de cuentas, ha moldeado mis expectativas sentimentales, pues me hizo creer que los problemas amorosos pueden resolverse con un gesto dramático, una confesión a tiempo o una acción espontánea cargada de romanticismo, pero el amor real no funciona así; requiere paciencia, diálogo, compromiso y, sobre todo, constancia.
Aun así, no puedo negar el consuelo emocional que esa fórmula ofrece. Nora Ephron, con su mirada única y su habilidad para retratar lo cotidiano, nos dio a mí y a toda una generación lo que inconscientemente anhelábamos: un final en el que, aunque lo arruinemos todo, aún haya espacio para redimirnos, para recuperar lo perdido con una última declaración. Nos vendió con maestría la idea de que el cariño verdadero lo perdona todo, que siempre hay tiempo para arreglarlo.
Y esa promesa, tan emocionalmente reconfortante, no me ha afectado solo a mí, he visto cómo muchas personas a mi alrededor amigos, conocidos, incluso extraños, también han adoptado esa fantasía compartida: la idea de que siempre habrá una escena final que lo solucione todo. Se generan expectativas irreales en las que el amor debe sentirse como un guion perfecto, con clímax, conflictos
breves y finales felices. Pero la vida, muchas veces, no da segundas tomas, no hay carreras al aeropuerto ni confesiones bajo la lluvia; a veces, simplemente, llegamos tarde.
Al final, he aprendido a reconocer la belleza de estas historias sin perder de vista su naturaleza ficticia. Las romcoms tienen una poderosa capacidad de emocionar, de hacernos soñar y desear, pero también tienen el poder sutil, pero constante de moldear cómo entendemos el maldito amor.
Referencias
Smith, A. R. (2025). La evolución de la comedia romántica: ¿Qué nos enseñan las comedias románticas actuales sobre el amor, la narración y el éxito? KW Foundation.
Medium. (s.f.). Nora Ephron, Nancy Meyers, and the death of the Romantic Comedy.
Moore, M. M., & Ophir, Y. (2021). En 40 años, las comedias románticas han cambiado muy poco. Psychology Today.