Jeff Buckley: a 25 años de Grace.

Por Leonardo Páramo :

The memories fire, the rhythms fall slow black beauty I love you so. Es una de las frases con las que inicia Grace, un disco intemporal lanzado en el apogeo del grunge y, evidentemente, incomprendido por su armonía, porque, ¿cómo pueden converger el folk, rock, blues o jazz  en un solo género? Por lo tanto este álbum es un disco solitario, sin género, andrógino y personal. Es la tristeza en su máximo esplendor. ¿Cómo es que algo tan profundo tuviera frontera? Grace rompe con toda la estructura de definición, que encasilla lo que no siempre puede conceptualizarse.

A propósito de los 25 años de está opera magna, la relaciono con la sinceridad en la esencia de esta obra con el dasein (ser-ahí) de Heidegger. ¿Por qué? Porque Buckley transmutó la errante ansiedad en música. El ser hijo de uno de los músicos folk más importantes del momento, de la talla de Dylan, ya era una gran presión, el ver solo dos veces a su padre fue también una enorme confusión,  el saber que Tim buckley había dejado todo por la devoción a la música, como en la frase de la última pieza que presumiblemente es una declaración a su padre presupone el abandono de la figura paterna para vida de Jeff Buckley.

Don’t be like the one who made me so old

Don’t be like the one who left behind his name.

Jeff Buckley está eyectado al mundo, vulnerado, cabizbajo, roto, fue ahí donde ir a contracorriente ya no era opción, pero no por ir así, lo hizo, sino porque se reconoció, y el peso de la existencia ya era suficiente como para no hacer nada con ella. Por ello este disco es una confesión de la bilis negra, de un hombre saturnino con atmosferas crepusculares que abundan en los ambientes titánicos de sus piezas, pero también en las introspectivas y los tenues contrapuntos logrados con sus ocho octavas vocales.

El escuchar cada pieza es un recorrido a las entrañas del ser, un viaje espiritual al inframundo y un renacimiento simbólico. He bear her off, he bear her down suena en Corpus Christi Carol. En los noventas el lanzamiento de este álbum no tuvo aceptación por el contexto musical en que se desenvolvía. Sin embargo esta obra rompió barreras en el tiempo, y músicos de la talla de Jimmy Page, Pj Harvey, Elizabeth Fraser, Tome York, entre otros, eternizaron el legado de quien hallaba en la música el medio para llegar ahí, al dasein. Postrado con mirada tímida, vivió como un idilio la propia vida y muerte, él recogería en el suicidio a ambas que inspiraron el encanto de sus piezas. Así es como termina la vida de alguien para quien la música sólo fue la transmutación del dolor en belleza.

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Leo Páramo

De la nobleza del corazón y de la mente

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