El tamaño no importa
Por Félix Barquera:
Imagínate que entras en una tienda, volteas a la derecha y ves un objeto grande, luego a la izquierda y ves uno pequeño. ¿Por cuál de los dos te inclinas?
Ya lo han mencionado mis compañeros columnistas de Arte Futura en sus escritos, el mundo moderno nos ha cambiado, aunque no queramos. Un objeto ya no es valioso aunque sea grande; un objeto pequeño, aunque chiquito, puede ser mucho mejor que uno grande. No sé qué piensen ustedes, pero eso impresiona.
El tamaño ha dejado de importar en favor del contenido que contiene, y esta tautología es importante. ¿Por qué importa el contenido del contenedor? Pensémoslo con una analogía que más de uno entenderá: ¿qué es mejor, un Alighieri o un Platón, tomando en cuenta que ambos son clásicos de la literatura universal? La respuesta es…
Hoy día, 2019, podemos encontrar cualquier cosa en cualquier presentación, desde una botella de agua de 200ml hasta pequeñas partes electrónicas por montón; y todo diseño tiene una historia detrás. Hay unos objetos que han estado presentes en nuestras vidas, pasan casi desapercibidos para algunos y dicen tanto de una persona para otros. De éstos, uno que ha llamado mi atención recientemente es el libro, un conglomerado de hojas que causa tanta revuelta entre las personas, naciones, continentes e, incluso, razas.
Los libros son contenedores de información, información que es útil para el ser humano y, a la vez, muy inútil. Desde tiempos tan antiguos como los griegos, los libros han tenido una gran importancia, misma que es diferente a la que nosotros les damos en el siglo XXI. Ahora hay pequeños libritos que caben en el bolsillo de un pantalón y unos que se dicen de bolsillo, pero que son más grandes que una mano y más anchos que un puño.
La elaboración del libro ha variado en todo este tiempo, y su diseño, sin embargo, no tanto. Fuera de las paredes, las piedras, los caparazones de tortuga y demás soportes duros, lo primeros escritos, que nosotros podríamos llamar libros, estaban en un soporte llamado papiro. Era un material frágil, por lo que no tenía una larga durabilidad; no obstante, tenemos algunos ejemplares todavía legibles. Lo sucedió el pergamino, del latín pergaminum y éste del griego bizantino περγαμηνή (pergamene), que significa “de Pérgamo”. El pergamino es un nombre de origen, aunque no era exclusivo de esta ciudad ni original de ella, pero en ella se hizo pergamino de una gran calidad, lo que le dio gran fama.
Estos dos soportes no tenían el formato que nosotros conocemos como libro, eran rollos más o menos grandes y, supongo yo, muy complicados de leer. Se escribía en columnas. Empezabas a desenrollar de un lado, con una mano, y enrollabas del otro lado conforme ibas avanzando en la lectura. Ahora imagínate tener que regresar al inicio del escrito por una referencia al final que ya no recuerdas…
El pergamino luego tomó el formato que nosotros conocemos, pero, por el soporte, reciben el nombre del códice, codex en latín. Ésta fue la revolución en la forma de la lectura, la consulta se hizo más fácil y la lectura más cómoda. Sin embargo, la distribución del contenido siguió siendo una especie de problema. Si bien había libros que tenían un solo texto, también había personas que mezclaban varios o partes de algunos en un mismo volumen. El problema no termina ahí; incluso con los rollos de papiro y pergamino, plasmar el texto no es sólo poner letras y ya, se pone también, si se quiere, ornamentación, tipografías diferentes, letras capitales, imágenes, esquemas, y todo esto afecta la distribución del espacio del soporte. ¿Cómo ordenamos esto para que se vea bueno y bonito, aunque no barato?
Hay un trabajo del que se habla poco, pero que todo escrito, desde tiempos vetustos, debe pasar y, además, es muy laborioso. Como actualmente hay programas de edición de fotografía, de audio, de texto, de video y de todo lo que quieran, así existe la figura del editor desde hace mucho tiempo.
Los escritores y autores se encargaban de crear sus obras y, cosa que luego se separó, editaban sus textos. Ellos mismos los escribían y así se hacían las copias. Pensemos que en la antigüedad griega y romana los textos no estaban pensados para leerse como ahora, en voz baja, más bien era una ayuda a la memoria o un registro que luego se leía en voz alta para un público. La lectura no era personal y silenciosa. Incluso en las bibliotecas, hasta el siglo V de nuestra era, San Agustín lo menciona, se escuchaban las voces de los lectores al entrar en ellas.
La edición de los textos luego respondía a diversos aspectos, si era para consulta o si era para lectura en voz alta. Los editores también se encargaban de recopilar y publicar las obras de autores pasados; así tenemos el trabajo de Henricus Stephanus, o Henri Estienne para los no latinistas, quien hizo una edición de la obra σωζόμενα[1] de Platón en el siglo XVI, por ejemplo, a la cual se hace referencia hoy en día por su numeración al citar a este escritor y que se usa en las ediciones respetables del filósofo griego, porque hay algunas que no tienen esa numeración.
En el siglo XV vino otra revolución en el arte de publicar escritos. La imprenta de tipos móviles hizo posible las copias en grandes volúmenes de una obra; no obstante, sigue habiendo el mismo trabajo, la disposición, las obras a publicar, el diseño, la fuente, y más cosas que no sólo se hacen con obras ya establecidas como las antiguas. El editor tiene una gran función en los escritos y, como si fuera un autor mismo, hace con los escritos que publica una obra propia. Así podemos hablar más grande con las editoriales, las hay especializadas y las hay populares. Un libro no es sólo la creación de un escritor, sino también la de un editor. Con esto en mente, un editor puede rechazar un libro. “¿Por qué un editor rechaza cierto libro? Porque se da cuenta de que publicarlo sería como introducir un personaje equivocado en una novela, una figura que arriesgaría desequilibrar al conjunto o desvirtuarlo”.[2]
“Traten de imaginar una editorial como un único texto formado no sólo de la suma de todos los libros que ha publicado, sino también de todos sus otros elementos constitutivos, como las portadas, las solapas, la publicidad, la cantidad de copias impresas o vendidas, o las diversas ediciones en las que ha sido presentado el mismo texto. Imaginen una editorial de esta manera y se encontrarán inmersos en un paisaje muy singular, algo que podrían considerar una obra literaria en sí, perteneciente a un género específico”.[3]
[1] “Soozomena”, en griego antiguo significa “sobreviviente” o “que sobrevive”. Tengamos en cuenta que en la antigüedad no había un registro exacto y cuidadoso de las obras producidas, ni una consciencia de cuidar y salvaguardar los textos de un autor, por lo que muchas obras de la antigüedad griega y latina no han sobrevivido hasta el día de hoy y algunas, incluso, ni siquiera unos siglos después de concebidas.
[2] Véase “La edición como género literario” en Roberto Calasso. La locura que viene de las ninfas. México: Sexto Piso, 2008.
[3] idem.