Silencio

Por Maya González:

Advertencia: esta columna revela detalles importantes de la obra, si no la ha leído, hágalo antes o continúe la lectura bajo el riesgo de querer adquirir Niebla al finalizar.

Cuando las palabras justas no se encuentran o cuando no atinan a nombrar una experiencia, el silencio puede ser un medio para aprehender una vivencia. Don Miguel de Unamuno tiene en su Niebla un momento que suprime el lenguaje de su protagonista porque la emoción solo puede manifestarse a través del llanto.

Si algo caracteriza a esta obra es el diálogo: Augusto Pérez, protagonista, charla consigo mismo, con su perro Orfeo, con su amigo Víctor, con una bella mujer, con los tíos de esta y con el mismísimo autor de la obra, el Sr. Unamuno, porque Niebla no es una novela sino una nivola, género literario que es mencionado por el personaje principal, quien dice: 

«Invento el género e inventar un género no es más que darle un nombre nuevo, y le doy las leyes que me place. ¡Y mucho diálogo!» (177).

Qué fácil es deducir así que Niebla es un diálogo, incluso el monólogo no es cosa de uno sino de dos, pues Augusto Pérez lo destina a Orfeo. Un pretexto más para el flujo constante de la comunicación es una bella señorita de nombre Eugenia, maestra de música, a la que el protagonista quiere desposar. Ella, sin embargo, tiene un noviazgo; como también es huérfana, vive con sus tíos, y ellos toman partido por el pretendiente, situación que le da esperanza.

Todo parece indicar que la situación es perfecta para que el bueno de Augusto mire en esa criatura al ser que lo acompañaría en el porvenir y a quien puede beneficiar con su generosidad y, claro está, con su mano. Así es como gracias a los azares del destino, o a la pluma del escritor, Pérez se convierte en el prometido y protector de la joven.

Sin embargo, Eugenia no sólo es quien desordena y encamina el diálogo de la nivola, también es la razón por la que Augusto deviene silencio. La situación es muy sencilla, ella decide no casarse, quizá no de la forma más civilizada, pero es un compromiso que, por otra parte, no era su genuino deseo, sino sólo la imposición de los tíos, lo cual también es un gran motivo para renunciar a un matrimonio.

No hay que perder de vista el silencio de Augusto, tema que nos ocupa; al inicio decíamos que el silencio llega cuando no hay más por decir, cuando la experiencia sobrepasa nuestras posibilidades de expresión, por eso el único silencio de Niebla es impactante, esto en el sentido de que las palabras de Augusto ya no alcanzan para nombrar su sentir:

«Se echó sobre la cama, mordió la almohada, no acertaba decirse nada concreto, se le enmudeció el monólogo, sintió como si se le acorchase el alma y rompió a llorar. Y lloró, lloró, lloró. Y en el llanto silencioso se le derretía el pensamiento» (46).

Un ser construido por palabras se transforma en lágrimas, su cuerpo habla en su lugar y su rostro enjugado en llanto es el único testimonio del dolor que pesa sobre el hombre que es; se ha convertido en una línea de diálogo vacía, en silencio, lo que implica que no existe. Augusto desaparece. Augusto no es.

Tratemos de entender así lo que implica en un ser los dolores inefables o aquellos para los que nunca se está listo y que rasgan lo más íntimo del ser  descubriendo viejas heridas, porque, en todo caso, algunas veces las palabras no son suficientes para mitigar el dolor que puede ser vivir y existir.

Bibliografía:

de Unamuno, Miguel (2016). Niebla. España: Cátedra.

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Maya González

Literatura, cultura, psique, poesía, psicoanálisis, humanidad, sujeto creador, textos antiguos.

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