A las puertas de Jano

Por María del Carmen Rivero Quinto:

Jano (Ianus en latín), dios primitivo de la antigua Roma, tiene unos orígenes oscuros que se corresponden con su naturaleza simbólica y su iconografía da cuenta de ello. Su atributo característico: las dos caras que miran en direcciones opuestas, pero en el mismo eje, de ahí que uno de sus epítetos sea bifronte, es decir, el de los dos rostros. Jano, entonces, se define por su indefinición y en este sentido es una deidad con una fuerte carga simbólica. El dios de la transición, que, con una cara, la del anciano, mira al pasado o al inicio y con la otra, la del joven, mira al futuro o al final. Ambos rostros en la misma línea, lo que habla del valor del tránsito. Jano es la deidad del umbral, aquel que está en medio de las cosas.

Bernard de Montfaucon. Jano.
L’antiquité expliquée et représentée en figures.
El dios y el culto

Los orígenes de Jano son inciertos. Según las fuentes, pudo haber sido un dios originario de Lacio o una deidad importada antes de la fundación de la ciudad, con algún remanente a la diosa griega Hécate, quizá. Este dios primigenio se asocia con aspectos relativos al paso del tiempo y, por tanto, a los comienzos, los finales, pero sobre todo al instante de la transición.

Jano está relacionado con las puertas, los umbrales y con los elementos arquitectónicos que suponen la transición de un espacio a otro. Dos de sus epítetos son “el que abre las puertas” y “el que cierra las puertas”. Su escultura se colocaba en lugares como la entrada de la ciudad, el pórtico de algunos templos o en el Velabro, una zona que antiguamente marcaba la entrada al Foro Boario. Este lugar era de gran valor simbólico, ya que, según la tradición, ahí se alzaba el árbol que logró atrapar la cesta que transportaba a los gemelos Rómulo y Remo. En fin, su imagen se colocaba en los lugares que marcan el límite entre lo que está dentro y lo que está fuera, para que abriera y cerrara el paso no físicamente, sino en un sentido simbólico. De ahí que se le asocie con ciertos cultos de iniciación.

A diferencia de la concepción griega, para la cual todo debía tener un origen y una explicación, los romanos creían que, más allá de los elementos físicos de separación como murallas y puertas, existía un límite invisible y sagrado que otorgaba una naturaleza distinta, indeterminada, al intersticio y que condicionaba la esencia de los espacios externos o internos y que esa era la residencia de Jano, concediendo así gran valor al instante de la indeterminación y al no-lugar.

Arco de Jano. Foro Boario.

La función de Jano era favorecer el inicio de toda empresa desde la más cotidiana hasta la más compleja y, sobre todo, favorecer su desarrollo, esto es, su tránsito, lo que ésta durara. Al iniciar un trabajo, abrir un negocio, proceder en un rito social como el matrimonio o en la mayoría de edad de los varones romanos, pues con el rostro que miraba al futuro, sólo Jano, se pensaba, podía ver el recorrido de aquello que iniciaba.

Su relación con la historia

El culto a Jano está documentado en monumentos como pórticos cuyos vestigios se encuentran en los límites de lo que fuera la ciudad original. Así, una de las puertas de Roma llevaba su nombre y según la tradición, su clausura impidió la entrada de los sabinos cuando los romanos secuestraron a sus esposas. Sin embargo, en el saqueo de la ciudad a manos de los galos, a principios del siglo IV de nuestra era, los documentos anteriores a la fundación de Roma se destruyeron, por lo que la tradición, la oralidad y el rito son las únicas fuentes restantes. Esto señala que la continuidad de su culto fue lo que lo preservó en la memoria de los primeros latinos durante casi mil años hasta el triunfo del cristianismo como religión oficial.

Estatua de Ovidio en Constanza,
realizada por Ettore Ferrari

Según fuentes romanas, cuando la ciudad declaraba la guerra, las puertas de su templo permanecían abiertas para solicitar el buen término de la empresa bélica en favor de su pueblo. Procopio, historiador romano del siglo VI, narra que cuando Roma se encontraba asediada por los ostrogodos, en el 537, alguien abrió por la noche las puertas de Jano que habían permanecido cerradas desde el 390, cuando el emperador Teodosio prohibió los cultos paganos. Gracias a este acto, se dice, los ostrogodos no consiguieron entrar en la ciudad, defendida por el general Belisario. Estos datos advierten un tono épico, es decir narrativo, cuando la intervención del dios en los asuntos humanos es registrada por los historiadores y también evocada por poetas y otros escritores.

Su relación con la literatura

En los Fastos, el poeta latino Ovidio se propuso explicar el origen del nombre de los meses en el calendario romano. Este compendio quedó inconcluso a causa del exilio al que Augusto condenó al poeta. Sin embargo, de lo seis meses de los que se tiene noticia, el primero está dedicado a Jano (Ianuarius, enero para nosotros) y se estima que el poeta hace su propia invocación antes de iniciar su descripción de los meses siguientes. Al igual que otras deidades clásicas, Jano sigue presente en la literatura de diferentes épocas. En algunos relatos de Borges, por decir lo menos, o en la novela del escritor mexicano Álvaro Enrigue Ahora me rindo y eso es todo, en la que se le menciona al inicio de la obra.

Jano, emblema de la relación historia y literatura

El atributo de Jano como aquel que está en medio de las cosas, el que está en el umbral, es el que aquí interesa, pues define la naturaleza de esta columna que inaugura las reflexiones acerca de la relación entre historia y literatura. Si esta deidad latina presidía lo relacionado con el cambio, ¿cómo hablar del tránsito que existe entre la historia y la literatura en algunos textos?

A partir de la relación historia y literatura, se puede pensar que las puertas de Jano tienen una orientación como la que simboliza su cabeza. Una de ellas, la que mira al pasado, esa realidad que ha dejado de ser (Carlos Montemayor dixit) se correspondería con la historia y la otra, la que mira al futuro, lo que está siendo o lo que aún no es, hacia la literatura. En medio de lo que ha dejado de ser y de lo que aún no es. Esta relación significa a partir de lo que no está, pues incluso el presente es transitorio.
Historia y literatura en medio de todo lo humano o bien, que sitúan a lo humano en medio de ellas en tanto su objeto más deseado (Marc Bloch dixit). Esta columna pretende remarcar la transición de un espacio a otro: de la historia a la literatura y viceversa, pues lo indeterminado, el umbral, parece ser el espacio de coexistencia entre ambas.

Jano, numismática romana.

El umbral es el espacio del instante, de lo no definido, es decir, de lo que realmente permanece, pues cuando algo se define, se acota, y queda limitado a su definición. Y así como histórica resulta una etiqueta polémica, ficción se asocia con lo relativo, lo indeterminado, lo subjetivo o, peor, con lo falso. El culto a Jano enseña que permanecer en el umbral es estar en el enigma, pues en lo oculto inicia el ser, y así parece suceder con estas dos artes para unos, ciencias para otros. Si el rostro joven del dios podía ver el desarrollo del porvenir, entonces se podría hablar de una metahistoria y también de una metaliteratura, de lo que está más allá de las acepciones convencionales de estos dos saberes y que tendrá cabida en esta columna.

Dado que este espacio se dedicará a comentar una doble razón (histórica y literaria), resulta propicio invocar el nombre de Jano para acceder a lo que ambas tengan que decir por mediación del texto, logos. ¿Quién hizo la historia?, se pregunta Bertolt Brecht al reflexionar sobre las construcciones y las hazañas del mundo antiguo. Según se menciona líneas arriba, se dice que alguien abrió por la noche las puertas del templo de Jano para resistir el asedio ostrogodo. En ese momento, quien hizo la historia, lo hizo recuperando la tradición, renovando el rito. La historia, entonces, la hizo un anónimo, uno entre muchos, uno entre los asediados. Tal vez ese alguien vaya revelando su identidad en las líneas subsecuentes de esta columna.

Contrario a la Pandora griega, quien al abrir la caja funesta liberó a las desgracias que azotan a los humanos, ese sujeto anónimo abrió los pórticos de Jano para abrir los brazos de la protección. Paradójicamente, ese gesto de apertura del umbral obstruyó el paso de los enemigos, supuso la salvación y el triunfo. Un relato de aventuras.

Si los rapsodas griegos invocaban a las musas para que mediaran entre sus plegarias y las divinidades, los romanos, incluso cuando rendían culto a otras deidades, primero invocaban el nombre de Jano, puesto que él abría el camino para que los mortales pudieran comunicarse con los dioses. Se recupera, pues, la imagen de Jano para inaugurar las reflexiones sobre historia y literatura en las que inevitablemente el mito se hace presente porque esta lógica de sabiduría enseña que lo ocurrido sólo puede escribirse (logos, de nuevo) o narrarse desde la retórica. Que Jano traiga la buena fortuna a esta columna y que el tránsito de estas reflexiones sea de duración indefinida.

Templo de Jano (Templum Jani)
Peter Paul Rubens
1634
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