“Cuaderno de un retorno al país natal” de Aimé Césaire

Por Jared Hernández:

Aimé Césaire nació en una pequeña isla gobernada por un volcánico titán, una tierra donde vivieron ceramistas, donde la esclavitud negra tuvo lugar, donde hubo visitantes españoles, pero principalmente franceses. Fue poeta y político, lo coloco en ese orden porque sin importar el curso de su vida y su escritura la poesía no lo abandonaría jamás. Abrió sus ojos en junio de 1913 y sus pulmones se inundaron con la brisa húmeda y salada de la Martinica, geografía que exploraría y dejaría plasmada en sus versos:

[…] desde Trinidad hasta Grand’Rivière, la gran lamedura histérica del mar.[1]

[…] el mar es un perro gordo que lame y muerde las corvas de la playa, y a fuerza de morderla terminará por devorarla, con toda seguridad, por devorar la playa y con ella la calle de la Paja.[2]

En este artículo hablaremos sobre su producción poética, específicamente de su célebre poema de largo aliento Cahier d’un retour au pays natal (París, 1939; Cuaderno de un retorno al país natal). Al leer los versos anteriores nos convertimos en testigos de las fuerzas naturales que gobiernan la vida en las Antillas, del eterno ritual entre el mar y las islas, fenómeno terrible y maravilloso que nos habla sobre cómo se conformaba el pensamiento, la mente y sus construcciones. Es importante recordar que nuestras interpretaciones de la vida y sus procesos están fuertemente ligados al lugar del que venimos y a las condiciones reunidas en ese espacio particular. Él mismo es un reflejo de las islas y así todos los hombres que las habitan:[3]

Islas cicatrices de las aguas
Islas evidencias de heridas
Islas migajas
Islas informes

Behind The Myth of Benevolence by Titus Kaphar, 2014, Kaphar Studio.

El profesor en filosofía Guido Fernández Parmo dice que el discurso siempre se emite o surge desde un locus, es decir, desde un lugar en particular. Cuando hablamos entonces del discurso poético en Césaire, el antillano, el “gran poeta negro”, como lo llamaría Breton, estamos obligados a movernos de nuestro sitio, de nuestro territorio conocido, de nuestras ideas prefiguradas. Porque su poesía, es la gran herida, una que la historia ha tratado de ocultar, una herida que ha sido disfrazada, arrojada bajo la alfombra o simplemente ignorada.

Parmo señala que, por lo general, los discursos o “las verdades” se articulan desde la visión de Europa, del hombre blanco, desde lugares privilegiados y dominantes. Lo que hace Césaire justamente es eso, nombrar aquello que no había sido nombrado: la negritud (concepto desarrollado por él mismo) manifiesta que existe otra realidad, otro lugar y otro hombre. Ésta es la palabra del archipiélago, la otra cara que las Américas han intentado extirparse, una palabra que nos muestra nuestra naturaleza, revelando partes de la humanidad que quisiéramos ocultar; en palabras del propio autor, “la negritud será, pues una pasión surgida de una conciencia que estalla y brilla en un verbo que tiene virtudes de anunciación y de creación…”.[4]

Las imágenes no son un intento de representación ante la dolorosa realidad de los negros, las palabras no encierran una esencia de los objetos, son más bien herramientas del poeta para mostrar el potencial abierto de dichos objetos. El discurso se pronuncia como una estructura de poder que reorganiza el mundo, no como representación, sino como espacio de posibilidad existencial, en el sentido más sencillo de la palabra, donde el hombre negro exista en el mundo de los hombres:[5]

Y viniendo me diré a mí mismo:

“Y sobre todo cuerpo mío y alma mía, guardaos de cruzar los brazos en la actitud estéril del espectador, porque la vida no es un espectáculo, porque un mar de dolores no es un proscenio, porque un hombre que grita no es un oso que baila…”

Pero la conciencia de su existencia sobre la tierra trae consigo el dolor de una realidad que había estado velada:[6]

[…] el mapa del mundo hecho
para mi uso, no pintado con los arbitrarios colores de los
sabios, sino de acuerdo con la geometría de mi sangre
derramada, acepto

En su gran poema Césaire ofrece una respuesta a la pregunta de qué pasaría si proclamáramos nuestra humanidad, haciendo uso de su poder, de su propia voz. Él no es un instrumento de las fuerzas divinas, su revelación no proviene de las musas; su voz proviene de un ritmo interno, primigenio. Escribe Aimé en una carta que “el ritmo es en definitiva la emoción primera, plegaria y orden, que anuncia antes que nada su rumor […] veo en el ritmo la forma del poema”.[7] Al leer su poema encontramos todos esos elementos reunidos, la voz en el poema nos dice: “Carne de la carne del mundo que palpita con el mismo movimiento del mundo”.[8]

El retorno es más un encuentro del hombre despierto, despojado del sueño infantil. Dice Agustí Bartra en su prólogo a la edición de Laberinto:

“El retorno del poeta no es un regreso al paraíso, porque lo que le es restituido sólo lo posee en función miserable. En realidad, lo que ha regresado es la conciencia trágica y revolucionaria”.[9]

El canto que eleva Césaire es el canto propio, el rugido del tigre, el son del tambor, ése que al nacer la tierra imitaba nuestro ritmo interno embriagándonos de sangre; es el canto de los Hombres sol:[10]

Tibio amanecer de calor y de miedos atávicos
ahora tiemblo con el común temblor
que nuestra sangre dócil canta en la madrépora.
¡Y estos renacuajos nacidos en mí de mi ascendencia
prodigiosa!
Los que no han inventado ni la pólvora ni la brújula
los que nunca han sabido domar ni el vapor ni la
electricidad
los que no han explorado ni los mares ni el cielo
pero que conocen todos los rincones del país
del dolor

Hace algunos años leía que la poesía no se compromete más que con el lenguaje y consigo misma. Al encontrar este poema me preguntó si eso es verdad. La poesía de Aimé Césaire es una declaración, es la poesía rebelde, liberadora, para bien o para mal. Ella desata las fuerzas ancestrales que hace no mucho fueran secuestradas, amordazadas y esclavizadas; es la reivindicación del salvajismo: “Sobre este sueño antiguo en mí, mis crueldades caníbales”,[11] la conciencia identitaria es completa, no sólo revela la grandeza de los hombres negros, también posa la mirada sobre sus faltas, su actitud sumisa y la forma en que lamen con amor los instrumentos y la mano de sus torturas.

Bibliografía

  • Césaire, Aimé. Cuaderno de un retorno al país natal. Traducción y presentación de Agustí Bartra, Laberinto, 2010.
  • Fernández Parmo, Guido. “Eurocentrismo 1 – Aime Cesaire: El discurso sobre el colonialismo”. YouTube, 23 de mayo de 2020, https://www.youtube.com/watch?v=uyykQ-Vhfu8.

[1] Pág. 8.
[2] Pág. 13.
[3] Pág. 46.
[4] Presentación, pág. XV.
[5] Pág. 16.
[6] Pág. 47.
[7] Presentación, pág. XI.
[8] Pág. 40.
[9] Presentación, pág. XII.
[10] Pág. 37.
[11] Pág. 36.

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