De jardines y huertos

Por Jared Hernández.

Quiero comenzar este pequeño artículo confesando que, hace no mucho, conocí a Yorgos Seferis; cuando decidí escribir sobre otro gran poeta griego, Constantino Kavafis, fue él quien me presentó a este sujeto errante y misterioso, hombre de fuertes convicciones. Siempre se pronunció en contra de la ocupación y la intervención extranjera en su país. Nació en Smyrna, Atenas; durante la ocupación alemana de 1941 se ve obligado a exiliarse en Creta, donde continúo sirviendo a su gobierno; en 1956 fue representante del gobierno griego ante la ONU durante el conflicto con Chipre. Si bien Seferis fue un hombre de letras también fue un hombre de acción política: durante sus últimos días —revelándose contra la censura impuesta por la dictadura de Coroneles— exigió que se restableciera el estado de derecho y la democracia, sin embargo, murió en Atenas, donde vivía con su esposa Zánnos, en 1971 sin haber visto que su patria alcanzara la libertad.

En 1963 le concedieron el Premio Nobel de Literatura; pero como ocurre con muchos otros grandes escritores, no es un poeta muy leído, tampoco demasiado publicado. Este texto pretende sumar a las notas a pie que se han escrito sobre su obra, por ello nos centraremos en un poema que dedicó a Yorgos Cachímbalis, un importante promotor de la literatura, con quien comparte su nombre. Pedro Bádenas de la Peña, en su texto Un poema cretense de Yorgos Seferis, realiza un extenso análisis sobre la estructura griega del poema que el ateniense dedica a Cachímbalis y realiza una traducción del mismo: Balada a Yorgos Cachímbalis, en este texto nos dice que

Cachímbalis es el creador, junto con Andreas Carandonis, de la revista literaria más importante de la Grecia de entreguerras, Τὰ Νέα Γράμματα [que se podría traducir como Las Nuevas Letras], y promotor a su vez de la prestigiosa Αγγλοελληνιχῂ Επιθεώρηση (1945-1952) en el difícil período de la postguerra. En la primera de estas publicaciones se forjó la llamada generación de 1930, cuyos poetas son el exponente más representativo y valioso de la poesía griega contemporánea. Figuras como Seferis, Elitis, Richos, Engonópulos, Vrettacós, etc., se cuentan entre ellos y casi todos fueron, en buena medida, propiciados por Cachímbalis.

Podemos entender, entonces, que para Seferis los espacios de resistencia poética creados por su contemporáneo fueran no sólo ese hogar o casa de la que tanto escribe el poeta, sino que se alzaran como aquellos jardines o huertos. La poesía de Yorgos Seferis se vio profundamente marcada por guerra, Amor López Jimeno expone que este acontecimiento bélico sobre Europa “le obliga a olvidarse del ‘yo’ y los experimentos formales para preocuparse de ‘los otros’, en especial a su pueblo”. El diplomático había seguido los pasos de Valéry y se le consideró profundamente simbolista, pero cuando leyó a Eliot hubo un cambio en su escritura; mientras volteaba la mirada a su propia tradición poética, este volverse a los otros lo volcó sobre el helenismo, continuando aquello que dejaron otros poetas en su camino, y despertó sus valores más arraigados. Entonces, comprendemos por qué su poema a Cachímbalis nos impele en lo más profundo.

Nuestro amargor es duro cabezal,
el olvido asilvestra la ausencia
y el recuerdo regresa sin piedad
a contar la razón que traían las pasiones
y nos quedó como único consuelo
levantar jardines en el aire.

Su exilio tuvo tantas paradas: Creta, Alejandría, Sudáfrica, entre otras regiones. Éste sería otro de los acontecimientos en su vida que lo marcarían profundamente. Esta mirada hacia el yo estaría derivada de esta expulsión continua y forzada de los lugares que lo acogían, pero sin duda alguna su principal expulsión obligada sería la de su país; para alguien que ama el hogar, el desarraigo debe parecerse a la muerte. Alguna vez declaró: “Me he mudado tantas veces en mi vida que sólo de pensarlo me sofoco”.

Para quienes tener un lugar físico en el mundo ha sido una dura tarea, nos es imposible respirar con tranquilidad. Llegar a un lugar implica no saber si desempacar o resignarse a la idea de que en cada lugar uno va dejando cosas, cada vez que te mueves pierdes un poco, son menos cosas, menos imaginación, menos de ti, porque no existe ese refugio donde cobijarse, donde sentir cómo te expandes y te desbordas, donde el podría ocuparlo todo. Mudarse exige ser pequeño y práctico, no hay espacio para los huertos o los jardines.

no nos importaba ya ni la juventud ni la vejez
en nuestro empeño por hallar un nido
donde levantar jardines en el aire.

En el texto de Bádenas contamos con una pequeña precisión en cuanto a traducción y concepto: el traductor señala que la palabra en griego corresponde más a huerto que a jardín. Esta discrepancia en la precisión o selección del término en español ocurre porque tanto en griego como en latín ambos son correctos, debido a que hay una cercanía semántica en estas dos palabras, pero en español conceptualmente existen diferencias importantes.

Pensemos entonces que cuando el poeta nos habla de levantar huertos en el aire nos habla de la construcción de un espacio que requiere técnica y cuidado, un lugar de dedicación y recreación, donde los hombres y mujeres se sumergen en el cuidado de algo que más adelante los alimentará y dará sustento a sus vidas; el huerto es también el lugar que, simbólicamente, completa el hogar, podemos verlo como una extensión, es donde se nos acoge, el hogar se nutre de él, es el espacio del cual nuestros cuerpos reciben todo lo cultivado, el huerto es santuario, y es deber de cada hombre levantar el propio, y cultivarlo. La negación de una patria y un lugar sobre la tierra al cual pertenecer despierta en Seferis la necesidad de crear un espacio al cual asirse, al menos en espíritu, necesidad urgente en la vida de cada hombre o mujer cuyo espacio le ha sido negado por la violencia más primitiva o sofisticada de la que puede hacer ejercicio el hombre mismo.

Mientras exista para cada uno el aire, como un maravilloso refugio del dolor del mundo podremos mantenernos en pie, como un aliciente del dolor, este espacio mental nos permitirá navegar el irascible mar de la vida; ojalá algún día logremos recrearlo sobre la tierra que pisamos, que cada individuo poseyera un huerto donde poder experimentar una libertad distinta. El mar es otro de los grandes símbolos seferianos, la humanidad ha emprendido sus grandes viajes a través de su inmensidad para estar de vuelta como uno distinto en sí mismo. ¿Cuánto sentido hallaríamos en su misterio si al volver nos retiráramos al huerto?

Llegamos a la vida una mañana
radiante como un manto de plata dorada,
temblaba nuestra alma de premura
anhelante, nosotros, rebaño incalculable.
Sin quererlo, las miradas de todos
buscaban, allí en la lejanía, conocer
en la mar, en el bosque, la honda
experiencia que un día así nos otorgó
y poco a poco el amor fue disponiéndolo
para levantar jardines en el aire.


Referencias

Bádenas de la Peña, Pedro. Un poema cretense de Yorgos Seferis. Interclassica, 1984. Recuperado de http://interclassica.um.es/index.php/interclassica/investigacion/hemeroteca/e/estudios_clasicos/numero_88_1984/un_poema_cretense_de_yorgos_seferis
López Jimeno, Amor. El simbolismo de la casa en la poesía de Yorgos Seferis.Revista de Filología Clásica, 2019. Recuperado de
https://uvadoc.uva.es/bitstream/handle/10324/35540/revistas_uva_es__minerva_article_view_2936_2341.pdf?sequence=5

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