De un cuerpo a otro

Por Jared Hernández.

Hubo una época en la que escribía poesía, con pluma y sobre papel o con un movimiento continuo e incesante de los dedos y tecleos, y estudiaba poesía y leía ensayos sobre poesía; hoy releo y escribo sobre poesía. De una u otra manera ella y yo nos hemos perseguido durante largo tiempo, adquirió sentido para mí cuando recitó Frusciante “I’m a figure of forgotten speech”. En mi último curso de poesía presenté un ensayo que, muy torpemente, intentaba responder a la pregunta, incontestable, y ya demasiado abordada por mejores escritores que yo: ¿qué es la poesía? Me apoyé de autores como Zambrano y Elliot, cuya respuesta me ofreció cierta calma y cierto orgullo; hablaban de la naturaleza y la tarea del poeta, de la originalidad y la maestría de su quehacer. Zambrano sentenciaba que el poeta es quien conoce el nombre verdadero de todas las cosas, incluyendo el suyo. Cuánto cobijo hubiera obtenido el demiurgo de Rilke de haber conocido estas palabras. Elliot por su parte resolvió, a mi parecer, la gran angustia que hay frente al monolítico concepto de la originalidad en la obra literaria, la cual revela su prodigio en la capacidad del creador para esconder a los muertos en su obra, una ruina bellamente sostenida en el tiempo, resistiéndose a abandonar el espacio que alguna vez conquistó.

Escribí sobre la rendición ante la poesía e hice de ella una pequeña escultura lingüística: “la poesía es un voluble pez violáceo que se desliza bajo nuestras ropas”, o algo así había resuelto mi ambicioso texto. Sin embargo, cuanta más poesía invade y conquista los apenas 907,18 gr. que pesa mi cerebro, más regresa la pregunta inicial. Este pequeño artículo, entonces, lo dedico a todas esas personas que se han encontrado con la misma interrogante, sean poetas o simplemente lectores. Para aquellos que nos buscamos incansablemente, qué santuario fue escuchar:

Joseph Campbell and The Rolling Stones
couldn’t give me a myth
So I had to write my own[1]

Santiago Caruso

Así que escribamos nuestro mito. Deseo comenzar por su naturaleza material: la poesía es lenguaje. Roberto Zavala escribe que “toda ideología —de acuerdo con Oliver Reboul— aspira al dominio” y que “éste se expresa primeramente en el lenguaje”.[2] Desde esta idea podemos decir que la poesía como lenguaje es ideología, pero ¿de qué tipo?, ¿cuál será su conquista?, ¿acaso seremos nosotros? No lo sé, quizá la ideología y conquista de la poesía sea sobre sí misma, pues no podemos negar que impone en nosotros su voluntad, revelando su capacidad de existir, y que mediante su imposición silenciosa y seductora pone en acción nuestra propia existencia.

Para Valéry la poesía se asemejaba al pensamiento: un cuerpo capaz de formar otros cuerpos, otras estructuras; ella era la razón última, pero al mismo tiempo la palabra en ella sólo puede revelar aquello que ocurre al interior del poeta.[3] Pero cuando nos acercamos (escribiendo o leyendo) desata su carácter especular (nos refleja). Es un género multiforme, multisustancial, es espacio de posibilidad: recipiente de deseos irrealizables, pero también es un estado, posee al poeta y posee al lector: arrebato y sometimiento de la voluntad. Puede ondear la bandera de todas las ideologías sin contradecirse, sin perder voluntad y sin poner en duda su discurso (lenguaje ꞊ dominio ꞊ poder).

Si la poesía es posesión rezamos como hiciera Mallarme:

—El Cielo ha muerto—. ¡A ti acudo! Concede, oh materia,
el olvido del Ideal cruel y del Pecado
a este mártir que viene a compartir la litera
donde el ganado dichoso de los hombres descansa,
porque allí quiero, ya que por fin mi cerebro, vaciado
como el bote de afeites que yace al pie del muro,
no posee ya el arte de adornar la sollozante idea,
lúgubremente bostezar hacia un fallecimiento oscuro…[4]

Si la poesía es resistencia, entonces proclamamos con Szymborska:

SOMOS HIJOS DE LA ÉPOCA,
La época es política.

[se omite parte del poema]

Los poemas apolíticos son políticos también,
y arriba brilla la Luna,
un objeto lunático.
Ser o no ser, ésa es la cuestión.
Qué pregunta, contéstame, cariño.
Una pregunta política.
No es necesario siquiera que seas un ser humano
para cobrar importancia política.
Es suficiente con que seas petróleo,
forraje o materia reciclada.[5]

Si la poesía es letanía del condenado, reconocemos nuestra oquedad:

I
 We are the hollow men
 We are the stuffed men
 Leaning together
 Headpiece filled with straw. Alas!
 Our dried voices, when
 We whisper together
 Are quiet and meaningless
 As wind in dry grass
 Or rats’ feet over broken glass
 In our dry cellar
I
Somos los hombres huecos
Los hombres rellenos de aserrín
Que se apoyan unos contra otros
Con cabezas embutidas de paja. ¡Sea!
Ásperas nuestras voces, cuando
Susurramos juntos
Quedas, sin sentido
Como viento sobre hierba seca
O el trotar de ratas sobre vidrios rotos
En los sótanos secos[6]

Y si buscamos un canto a nuestro origen se nos revelará:

Hablo de la simbiosis parasitaria
de eucariotas y procariotas,
de la incipiente mitocondria.
Celebro, al fin,
a esa primera célula organizada,
a la primera huérfana
y la última, a ella, inmaculada madre unicelular,
sin pecado concebida, bendita
entre toda la materia estéril.
A ella, he olvidado su nombre,
Melusina, Laura, Isabel, Perséfona, María,
y bendito es el fruto de su vientre.[7]

La poesía tiene la capacidad de hacer desaparecer toda escisión, nos reúne con nosotros mismos y con otros; una vez que nos toca lo transforma todo. Estas líneas no ofrecen una respuesta, pero ponen bajo el reflector a aquellos que tal vez puedan darnos consuelo conectando al gran cuerpo poético, pues si no son los poetas citados es seguro que despertarán en nosotros la poesía olvidada. Yo solo tengo más de lo mismo. ¿Cuál es nuestro deseo y cuál es suyo? ¿Dónde empieza nuestro cuerpo y termina el de ella? ¿Qué palabra, no inventada, despertará su deseo y desatará el estallido se su lenguaje secreto?


Ilustraciones: Santiago Caruso, artista argentino.


[1] Canción de Father John Misty, Everyman needs a companion, del disco “Fear Fun”, mayo de 2012.
[2] Extractos de El libro y sus orillas. FCE, 2012, p. 142.
[3] Desarrolló esta idea desde su concepto de “poesía pura”. Cfr. Zambrano, María. Filosofía y Poesía. FCE, 1996.
[4] Mallarmé, Stéphane. “El Azur”. Blanco sobre negro. Losada Oceano, 2000, p. 36.
[5] Szymborska, Wislawa. “HIJOS DE LA ÉPOCA”. Poesía no completa. FCE, 2008, p.314.
[6] T. S. Elliot. Los hombres huecos. Versión y nota de Jaime Augusto Shelley. https://www.uam.mx/difusion/revista/oct2001/eliot.pdf.
[7] Díaz Castelo, Elisa. “Oda a los ancestros”. Revista de la Universidad de México, febrero de 2019, https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/4de671f0-bf65-48fc-8bc5-e025ef2487c5/oda-a-los-ancestros.

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