Ecos estridentes de un arte olvidado

A Mariano

En memoria de
Carlos Rubén Rivero Díaz
Sol ausente

Yo soy un punto muerto en medio de la hora
equidistante al grito náufrago de una estrella.

Manuel Maples Arce

Por María del Carmen Rivero Quinto:

¿Qué pasa cuando la poesía se reinventa en un momento de la historia en el que el eco que más resuena es el de los fusiles revolucionarios? ¿Qué sonido debe hacer la poesía para ser escuchada? Pensé en estas preguntas mientras recorría los pasillos del espléndido palacio que alberga al Museo Nacional de Arte (Munal) luego de visitar la exposición Germán List Arzubide (1898-1998). En las letras está la vida. Ansiaba verla porque esta muestra del arte poético mexicano que mucho se vinculó con la pintura (aunque no en el formato muralista que tanto los opacó), la fotografía, el teatro, el radio y el comunismo poco ha sido valorada por la crítica literaria, por los lectores y sólo unos cuantos escritores mexicanos reconocen en el estridentismo alguna afinidad o influencia.

Cartel de la exposición. Museo Nacional de Arte (Munal).

Tarde se realiza esta exposición, si se tiene en cuenta que el primer manifiesto estridentista se publicó en 1921, es decir que en 2021 esta vanguardia mexicana cumplió cien años de irradiar el campo de la literatura nacional y poca cosa, según recuerdo, se hizo para conmemorar tal irrupción. La exposición se divide en cuatro ejes correspondientes a cuatro salas; la primera está dedicada a la vida de Germán List en retrospectiva, es decir, desde la celebración de su centenario (en 1998) pasando por el recibimiento del Premio Nacional de Periodismo, junto con las innumerables fotografías que cuentan sus primeros años en Puebla, donde nació en 1898, y luego en Veracruz, lugar que será renombrado por los miembros del movimiento como Estridentópolis.

La segunda sala está dedicada al estridentismo, la auténtica vanguardia mexicana para muchos, lo cual implica que para esos muchos la sofisticación o al menos la innovación poética mexicana no fue el modernismo ni tampoco fueron los contemporáneos (ésta es una interesante polémica artística, social e histórica sobre la que volveré). En esta sala se exponen las primeras ediciones de las obras representativas del movimiento como Andamios interiores, poemario de Manuel Maples Arce, considerado el iniciador del movimiento, El café de nadie, novela de Arqueles Vela, que inspiró el lienzo homónimo de Ramón Alva de la Canal de 1930, y que el museo resguarda, y El viajero en el vértice o Esquina de Germán List. Al igual que las vanguardias europeas, el estridentismo tuvo dos vías para la divulgación de su arte y de sus proclamas: las revistas Horizonte e Irradiador, de las cuales se muestran algunos números junto con las planchas que varios artistas ilustraron para las portadas.

Ramón Alva de la Canal. El café de nadie (1930).
Museo Nacional de Arte (Munal)

Además, se exhibe el facsímil de Actual No. 1, manifiesto fechado en diciembre de 1921, en el que Manuel Maples Arce proclama su inquietud vanguardista y enuncia en un directorio los nombres de los poetas que él estima que habían demostrado matices estridentes en sus obras; a los ya mencionados se suman los de Miguel Aguillón, y más tarde el de José Mancisidor o el de Luis Quintanilla, quien firmaba como Quin Taniya, tal vez uno de los poetas que mejor comprendió el sentido estridentista con su poema Iu iiiuuu iu, título onomatopéyico que reproduce el ruido de sintonización de un dial de radio.

Actual No. 1 anuncia eso, la actualidad de aquel momento, el estado de las cosas y sobre todo el estado de la poesía después del estruendo de la Revolución Mexicana y de la primera gran guerra, ambos estallidos habían cambiado al país y al mundo y esa transformación no podía seguir enunciándose con las anquilosadas palabras del estilo clásico ni con la rima del cisne azul y modernista, sino que el verso libre tenía al andamio, al radiador, al cable o al motor en tanto sujetos líricos, pues la máquina, según habían demostrado los conflictos bélicos, ese nuevo ser en el mundo salvaje y brutal, como lo describe List, implicó una nueva circunstancia que los poetas debían cantar, pero no para encumbrar al objeto, sino para poner el reflector en el hombre manual, en el obrero o combatiente que debía domesticarla.

Es aquí, entonces, en donde encuentro una encrucijada entre arte, historia y literatura de la mano de un compromiso intelectual y social del cual apenas apunto algunas ideas en esta entrega. Considerados a sí mismos hijos de la Revolución, los estridentistas tenían un pasado y ascendencias ligados a la revuelta nacional. Todos, o casi todos, simpatizaron con la causa maderista, por ejemplo, y al niño que fue Germán List le tocó ver el levantamiento de los hermanos Serdán en su natal Puebla, o denunciaron públicamente por medio de revistas o manifiestos los descaros delahuertistas.

En ese manifiesto y en los primeros libros que se publicaron sobre el movimiento, Germán List cuestiona a los poetas de finales del siglo XIX que, a su entender, no supieron rebelarse contra la tiranía porfiriana y prefirieron ser los dioses mayores que salieron huyendo al aproximarse las huestes carrancistas, entre ellos señala a Díaz Mirón –para mí, lejos de las posturas, uno de los más finos poetas de esa época, pero, insisto, regresaré a este debate en otra entrega–.

El breve comentario de algunas estrofas del poema Canto del vagabundo ilustra mi pequeña hipótesis. Se trata de una exaltación a la ciudad, un paseo por las ciudades emblema de la realidad pasada que fue la actualidad de Germán List y sus iguales, Nueva York, la nueva y poderosa ciudad del progreso capitalista, o Leningrado, que desde su distancia radical insufló en el poeta el espíritu comunista. Todo ello visto a través de los ojos de un vagabundo, ese ser marginal y despojado, hijo no grato de la modernización, la industrialización y la urbanización.

LA OVACIÓN DE LOS CLACSON
HACE LA TARDE SIN MURALLAS

Chaufer
ganador del gol
de las ciudades
llévame a Nueva York
para comprar
sonrisas
               y miradas
en el trust imperialista
que se perfuma
                 de cinematógrafos

Lo cosmopolita se lee en las expresiones en otros idiomas y la ciudad es el lugar del consumo y de la construcción de estereotipos en las novedosas pantallas del celuloide. Más adelante, el poema continúa así:

Y las calles
                  esculturas
                  obreras
siguen su marcha
indiferente
desmelenadas
por el rumor
de los motores

La urbe es producto de los hombres que luego de las guerras encontraron el espaldarazo de sus gobiernos como mano de obra que levanta extrañas esculturas que son halagadas por el rumor ensordecedor de los automóviles, es otro sujeto lírico entre los poetas futuristas y del que podemos hacer una lectura comparada más adelante, pues el estridentismo no creció solo en la isla nacional, sino que dialogó con las vanguardias europeas.

La tercera sala de la exposición se concentra en el teatro guiñol y la radiofonía, dos labores del poeta desconocidas para mí, pero que hacen mucho sentido al momento de perfilar a un hombre comprometido con el arte y con las necesidades de la gente de su tiempo. List viajó a la entonces URSS (a las partes que hoy son Rusia, Ucrania, Rumanía y Polonia) y ahí conoció el teatro guiñol que el gobierno comunista empleaba para llevar educación básica a las zonas más extremas del territorio.

De vuelta en México, y gracias a ese descubrimiento, List propuso a sus secuaces, los artistas Germán y Lola Cueto, crear teatro guiñol o de guante para utilizarlo en las brigadas culturales, de las que mi madre fuera una de sus discípulas. Una vitrina de pared a pared exhibe unos cincuenta personajes de rostros y atuendos en extraordinarias condiciones pese a su fecha de elaboración y el uso que tuvieron. De los guiones teatrales, autoría de List y de otros artistas estridentes, surgieron personajes como Troka o Comino, quien representaba varias aventuras, entre ellas la de ir a huelga, vencer al diablo o algo más modesto y a la vez muy difícil de hacer: la de lavarse los dientes.

Muñecos para el teatro guiñol que se muestran en la exposición.

Formalmente, el movimiento estridentista tuvo pocos años de vigencia, de 1922 a 1927; sin embargo, las estridencias combativas permanecieron en el hombre incluso cuando tuvo la oportunidad de trabajar en la Secretaría de Educación Pública (SEP). Desde ahí, List propuso llevar el arte que combinara historia y literatura al teatro radiofónico para la enseñanza de la historia nacional. En esta sección de la exposición se presentan los guiones y los cuadernillos de las obras y las adaptaciones que List escribió, como Quetzalcóatl, Morelos, o de los cuentos Exaltación de Emiliano Zapata u Hombres sin tierra

La última sala, titulada “Un siglo de oposición”, completa el retrato de Germán List. En esta sección son tres las fotografías que roban la atención. En la primera vemos al ya longevo poeta sobre un tanque militar de las fuerzas sandinistas, luego de que el general lo nombrara su capitán. La segunda es una foto en la que Germán List viste a la Mayakovski, a quien conoció, y en la tercera se identifica al artista en la reunión por el décimo cuarto aniversario de la URSS, en 1942.

Uno se asombra al pensar cómo logró sobrevivir. Cierto, también se exponen fotografías con polémicos personajes de la vida nacional de entonces como Adolfo López o Manuel Barttlet; sin embargo, pienso que no debemos precipitarnos a juzgar al hombre que con arte y hechos vio en la literatura una forma de combate y de educación.

Una joya nos despidió de la exposición: una carta, firmada por Martín Luis Guzmán, EL novelista de la Revolución y a quien le debo una columna, lo sé, en la que, con los modos de los caballeros de aquella época, regaña al joven aprendiz de periodismo y lo invita a obedecer lo que su jefe de redacción le encomienda hacer.

Además de la tarea pendiente de rescatar y reivindicar a los poetas estridentistas, pues, insisto, críticos y académicos literarios aún les debemos mucho a estos hombres, hay otra gran tarea para los historiadores del arte, ya que tanto en la exposición como en el espléndido catálogo que recupera numerosas entrevistas a Germán List, la mayoría inéditas y trascritas a manera de facsímil, se reproducen incontables y bellísimas fotografías de autoría desconocida de los años mozos y de los últimos retratos del poeta. Esto trae a colación a otra arista concerniente a los asuntos histórico-literarios: el uso y el valor de la fotografía en tanto documento histórico.

Hombre de casi tres siglos, Germán List nació a finales del XIX, en 1898, vivió y alcanzó la centena en el XX, y se quedó a dos años de ver el inicio del XXI, murió en 1998. Si hubiera alcanzado el umbral de este siglo, seguramente habría incitado a los poetas mexicanos a la reinvención, se hubiera proclamado un nuevo manifiesto estridentista que sonara más fuerte que el rugido del terrorismo como amo del mundo en la aldea global y aun mucho antes, en noviembre de 1989.

De tu mano en las escaleras del museo, me compartías tus pensamientos. Estos hombres, decías, eran artistas empeñados en hacer un arte expresivo y comprometido, un arte que nos haga sentir y decir de nuevo “Tengo hambre y sed de justicia, necesito ser comunista”. Un arte que proclame vivas al mole de guajolote, a la mezclilla y al rock que escuchaba la juventud sesentayochera con la que Germán List simpatizó, y quien probablemente estaría gritando abucheos estridentes y poéticos en contra de las trompetas que hoy suenan amenazantes al norte de este país.

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