El comerciante de arte

Por Félix Barquera:

Hace unos tres mil años, situándonos en la mítica época del ciclo troyano, el legendario Homero nos contaba ya las dificultades y vicisitudes de los viajes, sean de personas, sean de la fama volátil: Telémaco, incapaz de estar seguro del destino de su padre, sufre los agravios de los nuevos pretendientes de su madre, quien bien o mal los seguía incitando con la promesa de desposar a alguno al finalizar un manto para el viejo Laertes; ni de vida ni de muerte rumor alguno llega a Ítaca, por lo que el joven hijo de Odiseo decide surcar la mar en busca de alguna noticia de su padre ausente mucho ha.

No es de sorprender que en aquellos tiempos vetustos, con una tecnología limitada, la comunicación entre ciudades, e incluso entre pueblos, se viera ineficaz siendo también ineficientes los medios para lograrla. No obstante, las noticias tarde que temprano llegaban a diversas ciudades, dando fama a variados personajes que algunas veces servían de fundadores de una escuela o una corriente, como Platón o Aristóteles.

Todo ello se replica hoy aunque con medios casi instantáneos y una similitud cultural abrumadoramente amplia, y claro algunas diferencias más. Esto se puede resumir en la globalización, lo que da una suerte de uniculturalidad pluricultural acorde a ciertos parámetros dentro de una región, pero extraña y segregada en otra.

No en valde el internet es hoy una herramienta usada a veces en extremo, y ella trae la mejor comunicación que hemos tenido en la historia. Nunca antes habíamos podido tener noticias tan rápido del otro extremo del mundo y mucho menos ver en vivo los días de gente del otro lado del Atlántico o de países vecinos. Así es como ahora se ha hecho una herramienta no sólo de comunicación, sino también de publicidad mundial.

Su existencia ha facilitado las cosas para, entre muchos, los artistas con el fin darse de conocer, integrándose a las distintas escenas que hay. Ya de música, ya de pintura, ya de prácticamente cualquier tipo de arte, el internet da la posibilidad de hacerse conocer en lares de los que antes ni habríamos tenido idea. No obstante, el artista, con esta moderna facilidad, enfrenta un nuevo problema: la alienación de la obra del artista mismo.

Aunque lo más obvio es que si se conoce la obra se conoce al artista, la difusión no siempre es mutua y puede bifurcarse: por un lado está el artista y por el otro la obra. Así, podemos conocer tan sólo la obra o tan sólo al artista, lo que puede producir una separación de estos dos elementos, e incluso puede haber mayor separación por el hecho de que la obra puede deslindarse del artista, y con él de su “propósito” u objetivo inicial, y ser apropiada por un grupo de personas para diversos fines de los iniciales; a esto se le conoce como alienación cultural, pero de eso hablaremos en otro momento.

Distribuidas y conocidas ya por diversos medios, las creaciones artísticas son apoyadas por variados personajes, desde una persona asalariada, un estudiante de preparatoria, hasta el director de una empresa, el dueño de la misma o incluso personajes públicos como los políticos. Ello acarrea una problemática a la vez dual: el artista debe buscar un sustento de vida; generalmente, idealmente, debería poder vivir de su arte, pero la realidad no es tan rosa, por lo que el artista debe además buscar, literalmente, vender su arte para hacerlo sostenible para él mismo. Esta venta puede hacerse directamente con el público del artista, aquellas personas que gustan de su arte y lo apoyan comprándolo sin miramientos a su “precio”, pues la idea es apoyar al artista; sin embargo, hemos de recordar que todo artista está, sí o sí, inmerso en un tiempo y espacio, así como todas las cosas y todas las personas; inmerso en una sociedad que tiene una cultura, entendida como el conjunto de factores sociales, económicos y políticos, y, así sea la obra una inspiración de una cultura totalmente diferente, eso también la inserta dentro de la cultura social, económica y política de su lugar natal, y todo esto genera etiquetas que unen, segregan y discriminan a la sociedad ligada a ese arte, a esa creación artística.

Actualmente las etiquetas son varias, pero la que más aqueja el mundo del arte es una, me atrevo a decir, tan intrínseca en el arte que no se puede desprender de ella ya ninguna creación: el arte es comercial; pero… ¿a qué se refiere uno cuando se dice que el arte es comercial? Hay que reflexionar un poco y saber distinguir entre contextos y sentidos, de otro modo caeremos en la decadente espiral de la confusión terminológica. Por un lado tenemos una acepción, podríamos decir, intrínseca y literal, pues un artista no vive de aplausos ni sonrisas, ni de buenos deseos o vacuos “se ve bien”, “me gustó”; un artista es una persona y por ello también necesita comer, dormir bajo un techo, tener cobijo contra la intemperie y algunas otras necesidades básicas. No pensemos ya lo evidente: crear una obra artística requiere su esfuerzo y tiempo, necesita de pruebas y errores, de insumos, de espacio, de equipo, de técnica, práctica y, lo más difícil de conseguir para algunos y el pan de cada día para otros, una obra artística requiere inspiración.

La inspiración varía de persona a persona, pues mientras unos pueden sacar “inspiración” de un baño público otros necesitan emprender grandes viajes ya físicos ya internos; pero lo que es común a todos es la expresión, la formulación de un mensaje, y a veces el deseo de que otras personas capten ese mensaje.

De aquí podemos desprender otra acepción, una, por otro lado, extrínseca: en la búsqueda de transmitir un mensaje, una persona que no puede va con otra que sí puede; el arte es comercial cuando yo no sé expresarme y le pido a otro que exprese el mensaje que yo quiero transmitir ofreciéndole una retribución a cambio. Las dificultades no se hacen esperar aquí. ¿Al crear una obra para otro, el artista se vende por sí mismo, subordinando o incluso eliminando sus pensamientos, ideas y posturas en pos de las del otro, o el artista simplemente vende su habilidad técnica y expresiva para que el mensaje del otro cobre forma?

Posiblemente un mecenas pueda pedir lo primero, pero tampoco se descarta la segunda. Indudablemente ambas preguntas se superponen, se añaden, se opacan, se acotan y conviven dependiendo del contexto; pero, retomando nuestro contexto, el contemporáneo, hemos de notar una cosa: muchas veces no importa si el artista se vende subordinado o competente, sino quién lo compra.

Y aquí es donde estriba la mayor vicisitud para los artistas, y el punto de partida para las (sub)culturas populares, porque ya no es si el artista se vendió de una u otra forma, sino los resultados de su arte. Se crea entonces una bipartición para muchos inalterable, sólida y, según algunos, innegable: si la creación artística deviene en el alza de ventas de algún producto o servicio, entonces ese arte carece de trasfondo artístico-cultural “verdadero” por, según algunos, supeditarse en el fin último de generar ganancias para ciertas personas. En términos cortos: si hace dinero, ni vale la pena analizarlo seriamente, pues su único fin es el dinero.

Si creas algo que gustó a muchos, debes haberlo hecho con fórmulas hechas fijas para atraer gente, sin siquiera un trasfondo artístico, sin un mensaje más profundo que el de “dame todo tu dinero”, dicen algunos; si todos lo conocen, entonces ni mensaje tiene o tiene uno muy superfluo, dicen otros; en cambio si es local, subterráneo y tiene un nicho muy pequeño de público, entonces debe tener mucho valor artístico y un mensaje mucho mejor que el de los artistas mainstream, dicen otros más…

 Algunos reniegan de un arte para un público masivo porque, según, es un arte con un mensaje muy común y sin forma particular, es decir, como si fuera un arte producido en serie, en masa. No obstante, creo que eso es un reduccionismo indiscriminado sin siquiera hacer valer el arte per se, sino por prejuicios infundados y guiados por una masa, una igual que aquella para la que el arte del que se quejan está dirigido.

Como dije anteriormente, hemos de saber separar unos términos y sentidos de otros, saber reflexionar y evolucionar con base en la reflexión, y, en pocas palabras, saber pensar; saber pensar que si se tacha de inculto cierto arte sin saber bien por qué o sólo siguiendo a una masa distinta de la que se reniega, se pertenece solamente a otra masa. No hay gustos superiores a otros, sino simplemente percepciones diferentes.

El artista entonces, además de saber técnica y contexto, debe ubicarse en el tiempo en que está, y, aunque pueda tener un mensaje de lo más críptico, eso no significa que haya un gran público que lo descifre a la espera de su arte apenas sea publicado, por lo que tiene que moverlo en los bajos mundos de lo desconocido, no haciendo otra cosa que la de un comerciante con su producto: es, entonces, un comerciante de arte.

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Félix Barquera

fortuita, parlante, curiosa, atemporal, presente

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