EL INGENIO EN LA TRAVESÍA DE OLIVERIO GIRONDO

Por Jessica Ebauche:

Si hay un poeta capaz de hacer estallar el lenguaje es Girondo. Su obra te lleva a percibir zonas casi inexplicables de la subjetividad y el sentimiento poético.

Sus dos primeros libros, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922) y Calcomanías (1923), son textos que contienen un viaje en sí mismos y en su intensión, pues fueron elaborados para ser dignos compañeros en travesías cotidianas y entintarlas con sensibilidad. Los escribe durante algunos viajes que realiza por Europa y en cierto sentido tienen una manera particular de interpretar la realidad a tal punto que lo cotidiano adquiere una sorprendente novedad, donde se comienza a desarrollar su gran manejo de la metáfora y la experimentación con su propia expresión del lenguaje.

Oliverio Girondo nació en Buenos Aires, Argentina, en 1891. Perteneció a una familia adinerada que le permitió viajar y vivir en Europa a temprana edad, lugar donde se relacionó con poetas y artistas que lo introdujeron al surrealismo.

“¡Cansancio de nunca estar cansado! Y se encuentran ritmos al bajar la escalera, poemas tirados en medio de la calle, poemas que uno recoge como quien junta puchos en la vereda. Lo que sucede entonces es siniestro. El pasatiempo se transforma en oficio. Sentimos pudores de preñez. Nos ruborizamos si alguien nos mira la cabeza. Y lo que es más terrible aún, sin que nos demos cuenta, el oficio termina por interesarnos y es inútil que nos digamos: -Yo no quiero optar, porque optar es osificarse. Yo no quiero tener una actitud, porque todas las actitudes son estúpidas… hasta aquella de no tener ninguna-” (Girondo, 1922).

Además de crear poemas en un estilo muy particular, realizaba traducciones de obras de Rimbaud aprovechando las posibilidades que tuvo de aprender otros idiomas como resultado de los constantes viajes que realizaba a Europa.

Se casó con la poetisa Norah Lange en 1943, a quien conoció en un almuerzo organizado por la Sociedad Rural de Buenos Aires en homenaje a Ricardo Güiraldes y con la que tuvo un largo noviazgo.

Su libro Espantapájaros (1932) contiene un caligrama[1], prosas poéticas y poemas en verso. Específicamente para este texto, él mismo elaboró una escultura de papel maché, basada en la obra del ilustrador José Bonomi, la cual aparece en la portada de la primera edición de dicho libro. Lo encantador de la escultura es que la llevó a desfilar por las calles de Buenos Aires en una carroza con cochero, caballos y lacayos durante 15 días; organizó una venta masiva en una librería atendida por mujeres atractivas que él mismo contrató. El destino previsto por Girondo para esta figura era prenderle fuego, pero su esposa le pidió llevarla a casa. Dicha campaña publicitaria fue un éxito, agotando la tirada de 5000 ejemplares en sólo un mes. La escultura hoy se conserva en el Museo de la Ciudad (Buenos Aires).

“No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible
– no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!” (Girondo, 1932).

Girondo poseía un arte literario con cierta ternura y amor por las cosas esenciales de la vida, como se puede leer en el fragmento del poema anterior, tenía una forma de interpretar y presenciar la realidad que se enlaza con lo que realmente mueve el sentimiento del poeta.

“Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto, para que los espejos, al mirarte, se suiciden de repugnancia; que tu único entretenimiento consista en instalarte en la sala de espera de los dentistas, disfrazado de cocodrilo, y que te enamores, tan locamente, de una caja de hierro, que no puedas dejar, ni un solo instante, de lamerle la cerradura.”
(Girondo, 1932: Poema 21).

Tras un accidente automovilístico en 1961, trabajó en la grabación de su voz leyendo veintitrés poemas de En la masmédula (1954) para una antología sonora dirigida por Arturo Cuadrado y Carlos Mazzanti. Este es el único registro conocido de su voz. Posteriormente agrega textos a este libro y publica una edición definitiva en 1962. 3 años después viaja por última vez a Europa con su esposa y a su regreso fallece el 24 de enero de 1967, a los setenta y cinco años. Norah y él fueron sepultados en el Cementerio de Recoleta, uno de los más reconocidos por albergar personalidades de Buenos Aires y sus imponentes mausoleos adornados con mármol y esculturas.

Es la obra de Girondo un solitario descubrimiento y conquista de lo que se interna en lo desconocido y que poco a poco aclara sombras dentro de sí mismo.

BIBLIOGRAFÍA

GIRONDO, Oliverio. Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Argentina: Losada, 1922.
GIRONDO, Oliverio. Espantapájaros. Argentina: Losada, 1932.
GIRONDO, Oliverio. En la masmédula. Argentina: Losada, 1956.


[1] Link para visualizar el caligrama en: https://live.staticflickr.com/420/32252554061_1196df2ea7_b.jpg

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3 comentarios sobre “EL INGENIO EN LA TRAVESÍA DE OLIVERIO GIRONDO

  • el 1 noviembre, 2019 a las 5:14 pm
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    Interesante ! gracias por compartir tus líneas que son alentadoras a disfrutar sus poemas!

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  • el 2 noviembre, 2019 a las 6:53 pm
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    Oliverio Girondo dejó un tesoro para la historiografía literaria con sus Obras.
    Excelente qué en éstos tiempos aun se le recuerde…gracias J.Ebauche por tus palabras hacia Oliverio Girondo haces más interesante con tus palabras la Obra de Girondo.

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  • el 4 diciembre, 2019 a las 1:18 pm
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    Luego de un largo periodo retirado en su refugio de la selva misionera (*) nuestro querido Francis Oliverio vuelve en busca de mas gloria. Advirtiendo que muchos poetas -malditos o no- escribieron con fluidos corporales las pruebas de su amor, Recupero, que no es mas que cualquiera pero menos que ninguno, busco la novedad y la originalidad arriesgando el sentido comun, el buen gusto y la urbanidad, en su afan de ganar su tan anhelado lugar en el Panteon de los Artistas. Para ello escogio casi al azar ( acaso el amor se compone de otra cosa?) a su vecina Teresa Garcia de

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