Ianvs, annus unus

Por María del Carmen Rivero Quinto:

Para Alejandro,
por la confianza y la amistad

Regard the capture here, O Janus-faced,
As double as the hands that twist this glass.
Such eyes at search or rest you cannot see;
Reciting pain or glee, how can you bear!

“Recitative”. Heart Crane

Ianvs, columna dedicada a la reflexión sobre las relaciones entre historia y literatura, cumple un año de entregas. Me sorprendo, Jano, de mi capacidad convertida en voluntad y de mi perseverancia en esta empresa. En el texto inaugural declaro que tú eres el emblema de esta relación por lo que ahora hablaré de las representaciones iconográficas de tu enigmática corporeidad.

Algunas de ellas me hicieron pensar que los elementos de tu rostro bifaz serían un buen símbolo para iniciar las reflexiones sobre una materia también bifronte y que me ocupa desde hace tiempo, la histórico-literaria. Jano, permite que con este texto también salude a Alejandro, el editor de Arte Futura, y quien en su nombre lleva oculto el tuyo. Con este gesto, agradezco la fortuna de su amistad, la confianza y la paciencia para cederme un espacio en su proyecto cultural.

Somos lo que somos según pintamos a los dioses, pues qué son ellos sino reflejos de nuestros deseos y necesidades, de nuestra limitada condición mortal, un reflejo de nuestras ansias de eternidad. El arte iconográfico manifiesta esa aspiración a la trascendencia y su objetivo, explica el filósofo del pensamiento oriental Ananda Coomaraswamy, es la representación. Esta prueba de verosimilitud continúa, reduce los objetos a formas estáticas y patrones predeterminados. El valor artístico de una obra consiste en cómo expresa sentido a través de un modelo previamente establecido.

Desde los patrones estéticos convencionales, las representaciones de Jano serían, lo que se dice, grotescas a la vista, desagradables, difíciles de mirar, porque, según la explicación del filósofo indio, tu morfología, Ianvs, no se corresponde con aquella de los modelos predeterminados, no representa estrictamente el rostro que estamos acostumbrados a mirar y a aceptar.

         Sin embargo, ¿por qué las representaciones de los dioses tendrían que corresponder a lo considerado normal, agradable o bello? Que a esto último le atribuyamos valores morales positivos es un acto maniqueo en vez de una interpretación estética. Además, remata Coomaraswamy, es imposible crear una obra de arte obedeciendo instrucciones para armar.

         Lo que hace dignas de ser apreciadas a las imágenes sacras es la acción que subyace en ellas y, detrás de esa acción, descubrir la pasión que las genera. El ritmo en perpetuo equilibrio de la energía del espíritu representado en el baile de Nataraja, la muerte del rey malvado que burlonamente se ríe de su ultimador, un ser con cabeza de león y diez brazos armados, la capacidad de ver en todas las direcciones al mismo tiempo de una mujer con la cabeza cuatriplicada o el hombre ensangrentado y suspendido de un madero, deberían ser imágenes aterradoras si no fuera por lo que detrás de lo monstruoso subyace, la idea del desprendimiento de la cárcel del cuerpo y la liberación del espíritu ha requerido en toda la historia humana de innumerables representaciones para que esa pasión se explicite.

A pesar de las numerosas muestras icónicas que se conservan de tu figura, Ianvs, originalmente tú carecías de físico visible, eras más bien una idea, una abstracción, antes que un ícono. Tu culto entre la comunidad romana primitiva pertenecía al de los Indigetes, esto es, eras un espíritu que actuaba de forma interna en una persona o en una cosa. En cambio, dice la sabiduría popular, santo que no es visto, santo que no es adorado. Somos seres visuales y necesitamos las imágenes para reconocer y atribuir, por lo que, con el paso del tiempo, la perfección en las artes plásticas y la influencia de la estética griega, tu rostro doble se manifestó entre nosotros.

         Varias son las representaciones de tu enigmática figura y la mayoría se concentran en tu propiedad principal, tu rostro bifronte, aunque hay otras en las que los artistas te imaginan de medio cuerpo o de cuerpo completo. Quisiera seleccionar algunas, por ahora, y describir los atributos que según la época de las representaciones van agregando elementos a tu imagen.

Ah, Ianvs, en esta imagen, parece que la obra está dispuesta en el piso, debe ser el pedazo de piso que está a la entrada de un lugar, pues en tu advocación de janitor eres el portero. El rostro del anciano da a la izquierda de la composición y no a la del espectador, por lo que se lee de izquierda a derecha, a la inversa de una línea del tiempo convencional. El libro del pasado está abierto y el libro del futuro cerrado, en clara referencia a que eres el dios de los inicios y por tanto del tiempo, de lo que se conoce, lo desconocido, lo que ha sido y lo que aún no es.

Las imágenes de medio cuerpo, en cambio, contienen más íconos que simbolizan tus atributos, Jano. La primera pertenece al periodo medieval. En ella, Ianvs, tú estás en el almenar de la torre de un castillo, eres el vigilante, el que se adelanta y advierte, aquel que sabe primero. En cada mano sostienes una llave porque cada una guarda las puertas celestiales y las terrenales en este contexto en el que la religión es tan importante. A diferencia de la imagen anterior, en lugar de dos cabezas apareces con el rostro escindido. A partir del rostro que mira de frente, se perfilan los otros dos por lo que se identifican tres narices y tres bocas, lo que sugiere que, en tanto vigilante omnisciente, hay un cuarto perfil oculto a la vista.

Ianvs, la segunda imagen, de factura también medieval, es bastante curiosa. Dispuesto en el centro de la composición y suspendido en lo que parece ser una nube, tus ropas denotan humildad y tus dos rostros están cubiertos por un capuchón, pareces, más bien, el siervo. Visto así, serías el campesino por el que se obtienen los granos para amasar y el que cultiva la vid para el vino representados en la mesa sobre la que se han servido un pan y una copa. En tanto dios de los inicios, a ti se te consagraba el cuidado de toda empresa, por lo que se te representa también como un sembrador que con la coa abre la tierra para iniciar el ciclo agrícola.

A la izquierda, tu rostro joven, tu mano sostiene un par de llaves, miras hacia lo que parece un campo o un lugar desierto, mientras que tu rostro anciano da hacia la derecha en donde está el reino representado por un castillo. En esa mano sostienes a la serpiente Uroboros mordiendo su cola, lo cual connota la idea del poder eterno del reino vigilado por ti.

Ianvs, eres el rey con armadura, una espada y una vara, tú proteges el reino. En el dibujo a color, estás de pie, en la escultura, sentado. Tu cabeza porta una corona de piedras preciosas, mientras que en otras representaciones será una corona de laurel o estará descubierta. Con la hoz has sembrado, y la espada protege el reino a tu espalda.

En la escultura, sedente, tu mano derecha sostiene una jarra, esto debido a que se pensaba que eras el padre de Fontus, el dios de las aguas y de los medios para conducirla y transportarla. ¿Qué habrá sostenido tu siniestra, Ianvs; la vara con la que presides los caminos o el bastón con el que impides la entrada a los visitantes no deseados?

Ianvs, ahora que lo pienso, el espacio donde escribo es una columna, ¿qué forma tendrá la tuya? En la proa de un barco, en monedas o escudos, en piedra o sobre lienzo, en busto o de cuerpo completo, sedente o de pie, son muchas tus representaciones y uno tu rostro doble, Jano. Si la personalidad humana es compleja, ¿por qué contentarnos con reduccionismos agradables de las divinidades? Para reflejar esas ideas abstractas se requiere, pues, de un arte que sea más sintético que representativo. Tu rostro, por tanto, Ianvs, sería una representación realista de otro orden de vida que no es el nuestro, limitado al mundo de las formas que perecen.

Arco dedicado a Jano en lo que fue la antigua entrada de Roma.

No sólo en íconos descubro tu rostro, Ianvs, también lo encuentro en la literatura. En Ahora me rindo y eso es todo, Álvaro Enrigue sugiere que el inicio de todo viene de la escritura, que gracias a ella existe, por ejemplo, un pueblo, y que ese lugar podría llamarse Janos, en el norte extremo de México. El narrador supone que ese sitio debe su nombre a ti, y a tu doble naturaleza, pues este sitio fronterizo por un lado da hacia el pasado virreinal y por el otro hacia el desierto, territorio apache, tierra ancestral:

En el centro del llano, hay que poner a unos misioneros españoles y un templo, luego unos colonos, un pueblo de cuatro calles. Alguien pensó que ese pueblo era algo y le puso un nombre: Janos.[1] Tal vez porque tenía dos caras. Una miraba al imperio español desde uno de sus bordes, el lugar donde empezaba a borrarse. La otra miraba al desierto y su órgano, la Apachería (Enrigue, 2018, p. 13).

Tu rostro peculiar atrajo al curioso Jorge Luis Borges. El poema Habla un busto de Jano, de 1972, inicia con una invocación al dios de los dos rostros, a continuación, el poeta cede la voz al dios que desde la primera persona hace su propia descripción, su propia manifestación:

Nadie abriere o cerrare alguna puerta
sin honrar la memoria del Bifronte,
que las preside. Abarco el horizonte
de inciertos mares y de tierra cierta.
Mis dos caras divisan el pasado
y el porvenir. Los veo y son iguales
los hierros, las discordias y los males
que Alguien pudo borrar y no ha borrado
ni borrará. Me faltan las dos manos
y soy de piedra inmóvil. No podría
precisar si contemplo una porfía
futura o la de ayeres hoy lejanos.
Veo mi ruina: la columna trunca
y las caras, que no se verán nunca.

La carencia de las dos manos se restituye en el poema de Heart Crane, titulado Recitative, y fechado en 1926. Aquí las primeras dos estrofas:

Regard the capture here, O Janus-faced,
As double as the hands that twist this glass.
Such eyes at search or rest you cannot see;
Reciting pain or glee, how can you bear!
Twin shadowed halves: the breaking second holds
In each the skin alone, and so it is
I crust a plate of vibrant mercury
Borne cleft to you, and brother in the half.

En el poema parece que se ha resuelto la incompletitud de lo dividido y se ha encontrado la imagen final del triunfo sobre la dualidad, aunque en la segunda estrofa, el poeta duda al sugerir con la imagen del vibrante mercurio puesto sobre un plato de corteza áspera una continua separación más que una unión o la persistencia de la dualidad representada por ese medio hermano, “brother in the half”, una presencia parcial que revela medias verdades, que insinúa que hay algo siempre pendiente por una cita en la que lo escindido se reúna.

Descubro otra imagen tuya, Ianvs, en Paseos del río, el ensayo narrativo de David Miklos. Ahí, figuro tu rostro en la doble función que comparten el historiador y el escritor de ficciones, como si compartieran un mismo cuerpo con un doble rostro: “Mientras que la historia ocurre, avanza, se proyecta hacia el futuro, los que escriben la Historia recorren el camino opuesto, del presente [la espalda hacia el futuro] hacia el pasado. Pero, ¿qué otro rigor puede haber en la Historia sino el narrativo, que siempre avanza hacia adelante?” (2020, p. 65).

Hace casi quince años, Ianvs, yo empecé a dar clases en licenciatura con la unidad de aprendizaje Historia y literatura. Hoy descubro que éste es, entonces, el inicio de algo que todo tiene que ver conmigo y en ti me hubiera gustado celebrar mi iniciación. Esos quince años de prueba y error, de aprendizaje didáctico y erudito, me han preparado para llegar a ti, Ianvs, y al conocimiento de tu esencia que me descubre que apenas empiezo a saber. Con esta serie de entregas en Arte Futura, he llegado a tu puerta, janitor, dios de lo transitorio, déjame conocer lo que está del otro lado del umbral.


Referencias citadas

Borges, Jorge Luis. “Habla un busto de Jano”, en La rosa profunda. Emecé, 1975.
Crane, Heart. “Recitative”, en White Buildings. Boni & Liveright, 1926.
Enrigue, Álvaro. Ahora m rindo y eso es todo. Anagrama, 2019.
Miklos, David. Paseos del río. Festina Publicaciones, 2020.


[1] Actualmente ubicado en el estado de Chihuahua, México. Los jesuitas dieron el nombre a partir de un grupo indígena hoy extinto llamado janos. Los españoles lo escribieron como hanos.

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