Konstantinos Petrou Kavafis: Poemas. ¿Dónde?

Por Jared Hernández:

Hablar sobre poesía siempre resulta complicado, pero hablar de la de Constantino Petrou Cavafis implica dejar del lado muchas de las ideas que existen sobre lo que la poesía es o debería ser. Fue un escritor que logró reunir historia, lenguaje moderno y expresión poética. Como gran conocedor de historia y siendo griego, sintió la necesidad de transformar las mismas palabras del griego, apuesta arriesgada ya que la lengua forma parte de una larga tradición, no sólo lingüística sino también poética. Su búsqueda y necesidad por nombrar una nueva realidad poética lo llevaron a incorporar el griego moderno en su obra, pues como él mismo lo dijo:

He intentado unir el lenguaje hablado y el lenguaje escrito, y para conseguirlo he recurrido a toda mi experiencia y a toda la intuición poética de que soy capaz: temblando, por así decirlo, sobre cada palabra.[1]

Por supuesto que su experiencia no era poca; sin embargo, en cuanto a su producción, Yorgos Seferis señala que con frecuencia su poesía es acusada de prosaica, exenta de gracia o falta emoción, es por eso que Seferis, en el ensayo que sirve de preámbulo a la edición de José Ángel Valente,[2] cita al poeta inglés T. S. Eliot[3] como una defensa y vía de análisis en la poesía de Constantino, porque en él son las escenas y los cuadros los responsables de evocar nuestras emociones; si bien con la reunión de uno y otro lenguaje dejó del lado lo emotivo, sus poemas no carecen de emocionalidad, por el contrario, es aquí donde se revela la riqueza del poeta alejandrino. Su obra es una especie de canto que pareciera neutro, monótono, casi sin motivos recurrentes, y a pesar de ello posee una resonancia que deja en nosotros un remanente emocional, como un sonido al que nos vamos adaptando y en algún punto nos parece imperceptible, pero cuya afectación podemos percibir al interior, como una fragancia que se derrama dejando una huella en el lugar del crimen, donde tal marca nos evoca su aroma, sin importar que haya desaparecido.

Si nos ceñimos a la definición proporcionada sobre el correlato de Eliot, nos damos cuenta de cómo la parte emocional se construye como una cierta potencia, como un objeto a la espera de arrojar su contenido, porque entonces esa emoción que se evoca en la cadena de acontecimientos poéticos en Cavafis despertará en nosotros al tener contacto con acontecimientos similares, al entrar en contacto con una vivencia o situación que nos regrese a esa emoción o viceversa, revelándonos cierta familiaridad; leer la poesía de Petrou actúa como un aliciente espiritual, leerlo implica construir un santuario imperecedero, que no se abandona aun después de haber terminado.

Poetas como Costantino están rodeados por una neblina que parece impenetrable, pero sólo en apariencia, porque eso han dicho otros poetas o literatos sobre su escritura. Para mí esa espesa bruma es más un espacio, una atmósfera atrayente, como un gran umbral, un monolito colosal que nos invita a verlo cada vez más de cerca; cuanto más nos acercamos, más descubrimos: todos sus colores, las grietas y desgastes, la fresca superficie envolvente, que nos hace temer y desear. Es esa clase de autor percibido como incomprensible; sin embargo, me atrevo a escribir que es más bien un poeta poco leído, o leído sin el compromiso necesario, ese que lleva al intercambio, a la fusión, uno que nos pone en peligro de transformación. Lo descubrí cuando tenía unos 23 años, y, por supuesto, me enamoré de la única forma en la que merece la pena enamorarse: abandonándose a la destrucción de su propio ser, rindiéndose ante el gran trueno. Nos parece un poeta complicado porque le tememos a nuestra propia intimidad y a nuestra propia historia. Ciertamente es un poeta profundo y complejo, pero también hay nobleza en su poesía, dispuesta a dejarnos entrar si nos rendimos con dulzura. Cavafis fue para mí como una grulla de origami: al principio no entendía cómo fue que alcanzó tal forma, pero podía reconocer su silueta, y cuanto más lo leía era como si fuese desdoblando esa figurilla de papel y, después, me dejase guiar por sus marcas. Ya era lectora de poesía, pero él fue el primer poeta que me llevó a ese estado dialogal; realmente sentía que conversábamos, era como la carta de un amigo que el correo había presumido perdida.

Estas consideraciones me llevaron a pensar que muchas veces son los mismos poetas o escritores quienes marcan que hay poesía para poetas, como es el caso de Eliot, pero se le debería permitir a la poesía alcanzar los ámbitos que ella desee. Porque si bien es cierto que Constantino Cavafis era celoso con su poesía y no la compartía con cualquiera, buscaba también alcanzar un escenario mayor al reunir el lenguaje escrito y el habla; al reunir historia y poesía, como si todo esto fuese un intento de reunión de los diversos niveles emocionales que experimenta el hombre, porque aún en la observación y el análisis hay una emoción latente.

Yorgos cita la visión de Petros Vlastos sobre los poemas de Constantino, cuando éste asegura que son como “pedestales sin estatuas”, pero agrega que lejos del sarcasmo no es tan mala descripción, y continúa:

Los poemas de Cavafis revelan muchas veces la emoción que hubiéramos sentido ante una estatua que ya no está en su lugar; en él estuvo, en él la vimos una vez, en el lugar del que ha sido retirada. Pero el poema revela la emoción.
Así pues, los poemas de Cavafis suelen darnos la impresión de que alguien que en realidad no está, y que sin embargo existe, despertará muy pronto y todo entonces cambiara por entero.[4]

Esto nos lleva a considerar que hay una emoción o una sensación que podría rodear su poesía; desde diferentes puntos de vista, hay una imagen que rodea su obra, el vacío, la ausencia y la emoción del desconcierto, y es que alguna vez todos hemos hallado el fantasma de un objeto que permaneció durante mucho tiempo en un sitio pero que fue retirado. No podemos olvidar que Constantino fue apasionado de la historia y que él mismo se describía como historiador antes que como poeta. La historia está llena de otras historias, de objetos robados y perdidos que han dejado en su lugar sólo una retirada, un pequeño indicio de lo que pudo haber pasado, de dónde podría encontrarse ahora; su ausencia no alcanza para negar su existencia, la confusión y desorientación que nos produce ese desconcierto en los poemas de Cavafis exceden las referencias históricas o contrahistóricas, los lugares, héroes y derrotados que seamos capaces de identificar, de rastrear.

Podría citar sus poemas más famosos y estudiados, como Esperando a los bárbaros o Ítaca, o cualquiera de los poemas contenidos en la edición de que la que se escribe, pero rompería esa magnífica imagen que da leer un poema tras otro. En su lugar, este pequeño artículo busca contribuir como una mínima nota al margen del gran retrato que representa la figura de Konstantinos Petrou Kavafis.[5]


[1] Constantino Cavafis Treinta Poemas, Edición de José Ángel Valente, Galaxia Gutenberg, 2021, p.21.
[2] Este ensayo es un fragmento de “Cavafis y Eliot” en Sobre el estilo griego.
[3] “El único modo de expresar la emoción en forma de arte es encontrar un correlato objetivo; en otras palabras, un conjunto de objetos, una situación, una cadena de acontecimientos que serán la fórmula de una particular emoción, de tal modo que cuando se dan los factores externos, determinantes de la experiencia sensorial, la emoción queda inmediatamente evocada”. La inclusión de esta cita es para explicarnos que, desde la perspectiva de Yorgos, mucha de la poesía en Constantino Cavafis gira alrededor de este concepto, como si éste hubiese construido su propio correlato objetivo.
[4] Ibidem, pp. 74-75.
[5] Escritura de su nombre en griego: Κωνσταντίνος Πέτρου Καβάφης.

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