La bala y el llanto. Reflexiones sobre la violencia desde la relación historia y literatura.

Por María del Carmen Rivero Quinto

Por todas las cosas que me han hecho llorar en estos meses.

En esta entrega de Ianvs, columna destinada a las reflexiones histórico-literarias, propongo hablar de la violencia en tanto una realidad y un tópico constitutivo de la historia y la ficción a partir de algunas lecturas recientes que me hacen pensar en los llamados temas de moda. ¿Es la violencia un tema de moda en la producción literaria actual? La penosa cotidianeidad de los actos violentos, ¿es o no de interés suficiente para el historiador?

El tratamiento de la violencia en la literatura es una cuestión polémica porque se suele pensar que lo literario habla sólo de la bondad y que no es obligación del arte tratar lo desagradable o lo incómodo, pues éste no existe a manera de una copia de la realidad. Ello conlleva a atribuir a lo literario el interés en lo baladí, lo blandengue o lo cursi (“la poesía es pura emotividad”, se dice); mientras que se suele reducir a la historia al recuento de las grandes hazañas campales en tanto hitos violentos que cambian a la sociedad (muchos de los recién ingresados a la licenciatura admiten que están ahí porque les gustan las cruzadas, por ejemplo), es decir, Clío sí está obligada a registrar las causas por las que los hombres se hacen la guerra, paráfrasis herodotiana, y los actos violentos, en tanto transformadores sociales, son materia exclusiva de la historia.

A la violencia se le atribuye un carácter negativo y se le asocia con la maldad. Existe una reticencia a la aceptación de ésta en tanto una esencia constitutiva de todo lo vivo, cuando es la vena amoratada que la hace pulsar. Hay una violencia biológica, instintiva, de conservación, en negarse a ser aniquilado por el más fuerte. La gaviota caza al pez y el águila rompe el cuello de la gaviota para alimentar a sus aguiluchos, matamos reces para vestirnos y alimentarnos. Un cuerpo enfermo o moribundo es violentado por los agentes que lo aquejan. Nacer es un acto violento, no un acto amoroso por parte del ser materno y abnegado. La concepción es un acto violento más allá de las caricias y los besos. Cuánta razón tienen los existencialistas al decir que ser arrojado a la existencia es lo más agresivo que nos pudo pasar.

¿Es obligación de la literatura hablar de la violencia? La vieja querella sobre la mímesis y la verosimilitud, sobre si la violencia que experimentan las mujeres sólo puede ser narrada por ellas, o el caso de los niños y los ancianos. Se trata, pues, de distinguir las distintas violencias que requieren distintas representaciones y en el caso literario, hay textos en los que, en apariencia, no hay acciones violencias, pero se debe prestar mayor atención al tratamiento del lenguaje y, desde que la historia se escribe, la violencia ha sido uno de sus grandes ejes.

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Imagen creada por Universidad Anáhuac.

La violencia en la literatura mexicana reciente constituye ya un corpus amplio y heterogéneo. Diversas generaciones de narradores se han ocupado del tema prácticamente desde que comenzaron las acciones de los cárteles del narcotráfico y otros grupos criminales en el país. Otro antecedente se puede rastrear en la narrativa de la Revolución Mexicana, producida en las primeras décadas del siglo XX. Cartucho o La fiesta de las balas son un par de títulos que en sus paratextos concentran la idea de un país violentado o con un pasado histórico de violencia, pues no se debe olvidar que muchos mitos nacionales se cimientan en ella. Pancho Villa abría escuelas y mataba a hacendados.

Fernanda Melchor, Bernardo Esquinca, Élmer Mendoza o Julián Herbert son escritores mexicanos de generaciones más recientes que también han narrado este tema y la columna, Ianvs, tendría que prolongarse varias entregas para agotarlo, ya que conlleva múltiples aristas que aquí apenas se han mencionado. Por ahora comento tres lecturas recientes.

El último ensayo del escritor norteamericano Paul Auster, Bloodbath Nation (2023), aborda los daños directos y colaterales del eterno conflicto del control de armas dentro de las fronteras de aquel país líder en armamento a escala mundial. El leitmotiv del texto es un recuerdo que también atraviesa varias de sus extraordinarias novelas. En un acto de despecho y venganza, la abuela paterna mató a su exesposo para aliviar una infidelidad. Este secreto familiar del que Auster siempre sospechó y del que buscó una explicación, esa bala que hirió a la familia por varias generaciones, atraviesa sus reflexiones sin caer en el lugar común de la recopilación de datos o la inserción de la nota roja, sino que enfatiza que la nunca bien regulada y siempre polémica ley sobre posesión de armas, que se escuda en enmiendas cuya interpretación se traduce en saldos rojos, deja un número mayor de muertos y heridos entre los sobrevivientes de ataques con armas de fuego y entre los familiares de los homicidas y los heridos.

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Paul Auster

Ante ese mar de sangre que es una realidad cotidiana para los norteamericanos, Paul se pregunta qué hace a los Estados Unidos el país más violento del mundo occidental –difiero, yo diría que del mundo entero–, a lo que responde que se debe a su conocida torpeza legislativa, conveniencia, negocio, victimización o, simplemente –habría que decirlo, Paul– porque quieren serlo a costa de algunas víctimas propicias.

Existe, empero, otra razón por la que aquel país se ha tomado en serio varios de sus mitos modernos –guiño a Rollo May–, entre ellos el de convertirte en el héroe del día –guiño a Metallica– o el de ser el prototipo del americano que los otros quieren imitar y se basa, desde la perspectiva austeriana, en la posesión de un arma y un carro:

Cars and guns are the pillars of our deepest national mythology, for the car and the gun each represent an idea of freedom and individual empowerment, the most exciting forms of self-expression available to us: Dare yourself to push the gas pedal to the floor, and suddenly you are racing along at one hundred miles an hour; curl your fingers around the trigger of your Glock or AR-15, and you own the world. (Auster, 2023: 42)

Las fotografías, autoría de Spencer Ostrander, de los lugares de los tiroteos abandonados, en reconstrucción o que cambiaron de uso de suelo luego de los siniestros transmiten la sensación del desasosiego y el desamparo de la sociedad occidental post-todo-lo-que-quepa-después-de-este-prefijo y dialogan con las reflexiones de Auster sobre esa bala que atraviesa el territorio norteamericano y que ha herido a demasiados latinoamericanos y a otros habitantes del mundo.

En clave de novela autobiográfica, Tasmania (2023), del escritor italiano Paolo Giordano, narra la crisis de un joven matrimonio a raíz de un problema de esterilidad y la diferencia de edades. Él, un joven físico y colaborador de un prestigioso periódico de Italia, se ha propuesto escribir un libro sobre los efectos de la bomba atómica en nuestros días. La crisis personal se traslada a la escritura y se desarrolla en medio de la narración de los atentados terroristas de los años recientes en distintos puntos de Europa que han transformado la cotidianeidad de sus habitantes, a las incertidumbres y los presagios funestos del cambio climático y a cómo la generación del autor comparte los conflictos personales y sociales con su medio; una novela que parte de lo íntimo para condolerse por lo que sucede alrededor.

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Paolo Giordano

Curioso, Ianvs, mientras más longevo se hacía Auster, más largas sus novelas. Mientras más maduro Giordano, mejor es su escritura. En una de sus más bellas páginas, el personaje medita desde la ciencia, pero, con intención metafórica, sobre la transformación en polvo de los cuerpos muertos por la radiación atómica. Sus átomos continúan existiendo y los inestables emiten radiaciones que andan aquí, en el ambiente que mis sobrinos y yo respiramos, más de cincuenta años después, y así formarán otras estrellas que configurarán el plano de la bóveda celestial. Tal vez por eso pensamos que las luces de allá arriba son rastros de los muertos de aquí abajo, metáforas del consuelo para un mundo que poco a poco va conociendo mejor el rostro de su hecatombe:

Acostado como estoy, imagino que lanzamos al espacio un telescopio capaz de detectar las radiaciones de los muertos. La imagen que nos daría de la Tierra sería muy distinta de la que conocemos: no sería un planeta sin luz, sino una especie de estrella, que emitiría luz propia en todas direcciones, la luz de los átomos de quienes ya no viven. Y durante un buen rato intento imaginarme allí afuera, transformado también en radiación transparente, volando con los difuntos más allá del sistema solar, entre jirones de cometas en formación. (Giordano, 2023: 342)
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Sin sabotear la novela, el personaje del doctor en física conversa con otro colega y se preguntan a qué lugar del planeta huirían en caso de que el apocalipsis iniciara en Europa; por supuesto, el resto del mundo qué, eso sí lo cuestiono. En caso de un apocalipsis, la opción sería Tasmania, en Australia. Las razones se leen en el diálogo entre ambos personajes.

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Tasmania. Fotografía: Down Under Tours.

Tierra (2023), la nueva novela de David Miklos, habla de llegar a una playa, tal vez su Tasmania personal, para sobrevivir a la hecatombe. Tierra narra una historia que sucede en un mundo postapocalíptico en el que sólo los elementos del medio persisten. Los escritores, al menos los que leo, andan abatidos, desolados, solapados, llevados, ¿al azar, Paul?, por el torbellino del batir de alas del ángel de la historia –guiño a Benjamin– o de las alas de Abbadon, el exterminador –guiño a Sábato–, o ésas son sus percepciones respecto a este ahora post-todo-lo-que… y en el que yo debo seguir sin Oliver, sin Goran, sin Paul, en el que varios conocidos han perdido a sus padres, en el que yo enfermé de manera absurda y grave, y en el que, en voz de Bono, “won’t you wrap the night around me”.

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David Miklos

Tierra se divide en tres partes, “Altiplano”, “Serranía” y “Playa”, y a cada una le corresponde una voz, la de Paolo para la primera, la de Antonia en la segunda y la del narrador en la última; un corifeo tripartito cuyas voces y pensamientos enuncian (y anuncian) la desintegración. De estas partes destaca “Serranía”, el territorio textual de Antonia, la esposa de Paolo y madre de María y Bruno. Ahí se escucha su voz agresiva, violenta, alterada. Desde el monólogo interior, habla de cómo conoció a Paolo, cómo el sicario Roberto se insertó en su vida laboral y familiar y confiesa dos cosas: Una es que ya no ama a Paolo, que su matrimonio terminó, y otra es que sugiere que ella fue partícipe de un homicidio.

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Serranía yariguí, Colombia.

En voz de Antonia, la violencia deja de ser un acto simbólico y adquiere su dimensión real. La crisis de la familia se expresa con un lenguaje agresivo, violento. Miklos había declarado que no le interesaba traer los temas nacionales a su narrativa, pero la violencia se hizo escritura porque ya no podía guardarlo o permanecer indiferente, no era su tema, su interés o su obligación, mas lo hace con sensibilidad. Suma de lo que no pudimos controlar, la violencia erradica el origen, en este caso la familia, aunque también lo continúa.

La última parte, “Playa”, corresponde al narrador; no hay más diálogos, monólogos interiores ni analepsis, sólo la descripción de las aves de rapiña y el estado de la camioneta, en un guiño intertextual a La carretera de Cormac McCarthy, libro cuyos ecos resuenan en varios momentos de la narración. Los personajes están ausentes y el destino inminente, la muerte y la desaparición se manifiestan, aunque, enunciados de forma implícita, sólo persisten los elementos y la voz del narrador: “Nada aquí. Es decir: nada en apariencia humano aquí. El pájaro que sobrevuela el paisaje parece una anomalía, su sombra proyectada sobre la arena, una mota móvil y gris que no mancha el ocre que todo lo pinta” (Miklos, 2023: 109).

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Playa de Tasmania, Australia.

Al igual que en Tasmania, Tierra también es una novela sobre el final del amor en un matrimonio, el final de la vida a partir de la aniquilación de una familia, en tanto núcleo que sostiene a la sociedad, y el ramalazo de la sobrevivencia humana en un planeta que se regenerará a pesar de la extinción de ésta; sobre cómo algo hermoso, el amor, una unión, se convierte en algo feo, violento, una desilusión que rellena los corazones de odio y rencor hacia aquel a quien en un tiempo pasado y remoto sentíamos y decíamos que queríamos. En la novela de Miklos suenan ecos de Cristina Peri Rosi, Clarice Lispector o Vivian Gornick cuando la novela de amor (y el amor) se acaba.

En el año en que aprendí que no sé amar, he leído ficciones en las que la violencia se piensa y se narra desde diferentes perspectivas y latitudes, en distintos contextos sociales, aunque muy próximos en el tiempo; constato, desde la ficción, que la violencia es una realidad histórica presente desde que el homo sapiens se refugió en una cueva y peleó para proteger el fuego hasta nuestros días post-todo-lo-que…


Obras citadas

Auster, Paul. Bloodbath Nation, Estados Unidos, Grove Press, 2023, 147 pp.
Giordano, Paolo. Tasmania, México, Tusquets Editores, 2023, 345 pp.
Miklos, David. Tierra, México, Editorial Gato Blanco, 2023, 114 pp.

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