La historia: Memorias de Adriano.

Por Yessika María Rengifo Castillo:

La buena memoria es principio de la sabiduría.

Séneca[1]

La historia ha sido considerada como la obra viva de los hombres muertos; sin embargo, se ha establecido como un género emparentado con la literatura por su carácter de narración. En ese sentido numerosos narradores contemporáneos la separan de una simple cronología vinculándola con un imaginario colectivo o individual, es decir, la historia como una construcción de la imaginación del mundo, una construcción de datos históricos que se establece desde una tradición oral.  Desde esa perspectiva, el sentido y la sensibilidad artística se convierten en herramientas esenciales del historiador integral. Al respecto conviene decir que una deformada y falsa concepción del carácter científico de la historia puede ocasionar el sacrificio de elementos importantes como la lógica, la gramática y la estética que debe tener todo lenguaje, lo cual indica que la claridad y la belleza se identifican en prosa histórica.

En palabras del historiador británico y de origen judío Eric Hobsbawm,[2] la historia es:

Los historiadores son el banco de la memoria de la experiencia. En teoría, el pasado –todo el pasado, desde el hecho más insignificante hasta la totalidad de lo ocurrido hasta la fecha-constituye la materia prima de la historia. Una gran parte de lo mismo no es competencia de los historiadores, pero otra buena parte sí lo es. Y mientras sean ellos los encargados de recopilar y dar forma a la memoria colectiva del pasado, todos aquellos que integran la sociedad contemporánea tendrán que depositar en ellos su confianza.

Entonces, la historia es una fuente inagotable para la imaginación de los seres de letras. Un ejemplo de ello es de la escritora francesa Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano, una obra que se desarrolla en la figura histórica del antiguo emperador romano Adriano, quien ha sido admirado por muchos gobernadores de estos tiempos por esa capacidad de administrar y proteger el imperio de los bárbaros.

Uno de los fragmentos de esa protección es:

    Querido Marco:

He ido esta mañana a ver a mi médico Hermógenes, que acaba de regresar a la villa después de un largo viaje por Asía. El examen debía hacerse en ayunas; habíamos convenido encontrarnos en las primeras horas del día. Me tendí sobre un lecho luego de despojarme del manto y la túnica. Te evito detalles que te resultarían tan desagradables como a mí mismo, y la descripción de un hombre que envejece y se prepara a morir de una hidropesía del corazón… Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre. El ojo de Hermógenes sólo veía en mi un saco de humores, una triste amalgama de linfa y de sangre. Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabara por devorar a su amo. Haya paz… Amo mi cuerpo, me ha servido bien, y de todos modos no le escatimo los cuidados necesarios. Pero ya no cuento, como Hermógenes finge cantar con las virtudes maravillosas de las plantas y el dosaje exacto de las sales minerales que ido a buscar a oriente…Hermógenes es sabio, y tiene también la sabiduría de la prudencia; su probabilidad excede con mucho a la de un vulgar médico de palacio. Tendré la suerte de ser el mejor atendido de los enfermos. Pero nada puede exceder de los límites prescritos; mis piernas hinchadas ya no me sostienen durante las largas ceremonias romanas; me sofoco; y tengo setenta años.

…Comer demasiado es un vicio romano, pero yo fui, sobrio con voluptuosidad. Hermógenes no sea visto precisado a alterar mi régimen, salvo quizá esa impaciencia que me llevaba a devorar lo primero que me ofrecían, en cualquier parte y cualquier hora, como satisfacer de golpe las exigencias del hombre… En Roma, durante las interminables, comidas oficiales, se me ocurrió pensar en los orígenes relativamente recientes de nuestro lujo, en este pueblo de granjeros parsimoniosos y soldados frágiles, alimentados a ajos y a cebada, repentinamente precipitados por la conquista en las cocinas asiáticas y hartándose de alimentos complicados con torpeza de campesinos hambrientos. Nuestros romanos se atiborran de hortelanos, se inundan de salsas y se envenenan con especies… Durante algún tiempo me abstuve de comer carne en las escuelas filosofía, donde es de uso ensayar de una vez por todas cada método de conducta; más tarde en Asía, vi a los gimnosofistas indios apartar la mirada de los corderos humeantes y de los cuartos de gacela servidos en la tienda de Osroes…

Comenzada por informante de los progresos de mi mal, esta carta se ha convertido poco a poco en el esparcimiento de un hombre que ya no tiene la energía necesaria para ocuparse en detalle de los negocios de los negocios del estado, meditación escrita de un enfermo que da audiencia a recuerdos.  (1985: p. 63).

El anterior fragmento es una descripción de la memoria histórica que ha vivido Adriano, abordando su estado de salud y acontecimientos vividos con el fin de proteger el imperio romano en contra de los bárbaros; es decir que la historia son los hechos personales y culturales que determinan la vida de los seres humanos. De esa forma la escritora francesa Yourcenar insiste en abordar la historia como una estrategia esencial que devela los sucesos que acompañan los campos socioculturales de los hombres y el mundo desde posturas sentipensantes.

La invitación es a leer los eventos históricos que están emparentados con la literatura como mecanismos individuales y colectivos que ayudan a comprender los sectores políticos, sociales, culturales y económicos, develando así el accionar de los sujetos en una nación o el mundo. 

Referencias bibliográficas

Bolaños, C. S.; J. H. Cadavid M.; L. J. Martínez, y C. F. Sánchez L. Lengua Castellana 11. Bogotá: Grupo Editorial Norma Educativa S. A. 1996.

Yourcenar, Marguerite. Memorias de Adriano. Bogotá:  Seix Barral. 1985.

Cibergrafìa

Imagen Tomada de: https://cubasi.cu/es/cubasi-noticias-cuba-mundo-ultima-hora/item/95245-la-biblioteca-memorias-de-adriano-de-marguerite-yourcenar


[1] Escritor, orador, dramaturgo, filósofo y político de la Antigua Roma, autor de Las fenicias, De la serenidad del alma, Cuestiones Naturales y De la clemencia.

[2] Fue un historiador británico de origen judío considerado un «pensador clave de la historia del siglo XX».

Si te gustó, ¡Espero nos puedas compartir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *