La noche devoró al mundo: una dosis de zombies, paranoia, desesperación y aislamiento

Por Héctor Fabián García:

La nuit a dévoré le monde es una película francesa del género apocalíptico de zombies del 2018. Primer largometraje dirigido por el director francés Dominique Rocher. En la película, el protagonista, Sam (Anders Danielsen Lie), es un joven al parecer solitario que una noche asiste a una fiesta en el departamento de la nueva pareja de su exnovia en busca de unos casetes, el lugar está lleno de personas, música y ruido. Al parecer, el deseo de asistir a ese lugar es un impulso de destrucción que lo consume y atrae, al tiempo que le incomoda a sí mismo.

Al encontrase con su expareja, él le pregunta acerca de sus cosas, ella le dice que están en la última habitación del pasillo; una vez que ingresa a la habitación, mientras busca sus pertenencias sufre una pequeña hemorragia en la nariz, razón por la cual decide recostarse en un sillón, quedándose dormido en silencio. Esos pequeños minutos que van del filme nos comunican que al parecer Sam es una persona solitaria, detesta la multitud y el ruido, es un sujeto que parece estar harto de su vida, se muestra hostil ante quienes se le acercan, o sea, es un sujeto individualista alienado de su realidad y de la sociedad.

Sin embargo, al despertar y salir de la habitación ve que todo el departamento es un desastre con sangre en las paredes y muebles rotos, camina hacia la puerta de salida y en ese momento ve a su exnovia junto a otra joven afuera del departamento convertidas en zombies; con premura cierra la puerta. Posteriormente se asoma por la ventana y ve como las personas son atacadas por estos cadáveres andantes. Esto podría interpretarse con base en el psicoanálisis freudiano, el cual estipula que antes que thánatos (muerte), está el eros, o sea, el deseo y la supervivencia del yo, pues es a partir de la alteridad del yo que emerge nuevamente esa pulsión de vida[1].

Sam empieza a darse cuenta de que no hay nada que hacer, al parecer el mundo es un caos, no cabe duda que una epidemia zombie se ha apoderado de París y él se encuentra completamente solo en el edificio. Bien dicen que la soledad es amigo del ocio, pero antes que el ocio está el alimento, Sam empieza a buscar provisiones en el departamento. Su soledad se ve interrumpida por un disparo que atraviesa el piso de la sala, el protagonista se acaba de dar cuenta de que el inquilino del departamento de abajo se acaba de quitar la vida con una escopeta. Aquí se pone sobre la mesa como la desesperación y el aislamiento es el peor martirio y agonía que pueden llevar al más cuerdo de los hombres al suicidio.

Durante el filme vemos a un personaje que empieza poco a poco a ser consumido por la demencia, la soledad y la locura. La epidemia no es aquella que esta en las calles plagadas de zombies, sino la que se encuentra dentro del edificio, es el encierro y el aburrimiento, lo que poco a poco van consumiendo al protagonista, el horror más grande que él está viviendo se pone de manifiesto en la soledad y el silencio.

El terror que nos provee el filme no proviene de fuera, sino, por el contrario, emerge de la paranoia que se encuentra dentro del personaje. El espectador empieza a sentir compasión y lástima por la desesperación que está sufriendo el protagonista, llegando al punto de remitirnos a ese existencialismo sartreano, donde, por un lado, vemos un ser en sí inamovible incapaz de ir al exterior, pues la idea de prolongar su existencia se ve determinada en la naturaleza de no emitir ningún cambio en su rutina; mientras que, por otro lado, vemos a un ser para sí que intentar salir al mundo y proyectarse a futuro[2]

La película nos invita a una reflexión filosófica, al tiempo que pone entre líneas una fuerte crítica al individualismo, pues ya no existe ciudadano que pueda ser evaluado por su conducta social, el único juez y soberano de sus impulsos es Sam. Los zombies son esa sociedad de consumo que vive alienada del ejercicio político de construir una comunidad cooperativa, ellos se mueven por puro instinto de consumo. Sólo un zombie, que ha convivido mucho tiempo con Sam, parece haber renunciado a su deseo de consumo, Sam lo considera su amigo y es ahí donde se pone de manifiesto la renuncia de la ideología capitalista de consumo, transformándose en un reconocimiento de un yo con otro; el protagonista lo libera de la prisión en la que lo tiene encerrado para así otorgarle a este “muerto-vivo” una libertad que se traduce en silencio. Al final, la libertad es esa búsqueda de una sociedad cooperativa y del contacto humano con un otro, mientras que el aislamiento es sinónimo de un individualismo que se traduce en angustia y muerte.


[1] Para más detalles sobre las pulsiones de vida y muerte véase: Freud, Sigmund. Obras Completas. El yo y el ello y otras obras, Vol. 19, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1995, págs. 41-59.

[2] Sobre el tema el ser para sí y en sí: Sartre, Jean Paul. El ser y la nada, Argentina, Losada, 1993, págs. 123-159.

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