La perpetua búsqueda de la utopía propia

Por Oliver Miranda:

Salir de lo que conocemos es difícil. Cuando Mario Vargas Llosa sale de las historias del Perú por primera vez, fue para llevarnos a Brasil con la Guerra del fin del mundo  en 1981; volvería a salir de su tierra natal casi 20 años después cuando ofreció la célebre Fiesta del chivo; pero no es hasta 2003, cuando escribe El paraíso en la otra esquina, que Varguitas sale por completo de lo que conoce para irse a otros rumbos literarios, atravesando el Atlántico y mucho más allá.

La novela, que toma su nombre de un juego infantil, nos cuenta dos historias en una narrativa paralela deliciosa; por un lado, Flora Tristán y su cruzada por los derechos tanto de la mujer como de los obreros a lo largo de Francia; por el otro, su nieto, el pintor Paul Gaugin, y la búsqueda de un paraíso propio, misma que lo lleva a Gran Bretaña y posteriormente a Tahití dejándose llevar completamente por su lado más salvaje.

Ambas historias tienen como punto en común la felicidad, desde los conceptos propios de los dos protagonistas hasta lo que se hace en la búsqueda de ésta. Flora y Paul buscan una utopía que les brinde dicha felicidad a través de diversos métodos, distintas ideas y, sobre todo, una incansable persecución de ésta, aunque parezca ser algo inalcanzable.

Mario Vargas Llosa rinde tributo a la escuela de la literatura francesa que tantas veces ha emulado a lo largo de sus obras y de la que se ha declarado un fanático; es en esta historia donde sale completamente de sus raíces latinoamericanas y logra rendir un tributo a las corrientes literarias que tanto admira. El llamado a realizar la búsqueda de la utopía propia es el motor de la novela y es un motor que nos guía a nosotros como humanos en todo momento, nos llama a buscar nuestro paraíso en la otra esquina.

Obra de portada: Mata Mua (In Olden Times), Paul Gauguin, 1892, óleo sobre lienzo, 91 × 69 cm.

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Oliver Miranda

Entre más leo, menos desconozco, entre menos desconozco, más me intrigó.

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