Las huellas de Aurelio Arturo y las mías

Por Yessika María Rengifo Castillo:

La experiencia del poema no reside en cada una de sus palabras, sino en la interacción de esas palabras, la música, los silencios, las formas.

Paul Auster[1]

Los poetas del siglo XX en Colombia, cansados del exceso del Modernismo, acuden a expresiones nuevas dejando de lado el Paris Versallesco de los modernistas para mirar a su alrededor, encontrándose con eventos como: avances tecnológicos, impulsos del industrialismo, nuevas teorías filosóficas, guerras mundiales, iniciación del cine, entre otros.

Cabe señalar que este tipo de sucesos crean artistas que acuden a su realidad presentando acontecimientos cotidianos, naturales, de esperanza y desesperanza ante la vida.

La poesía colombiana presenta un cambio total reaccionando contra lo tradicional y generando una expresión compleja, sin miedo a las deformidades donde lo “feo” es relevante.  Uno de los poetas colombianos más importantes del siglo XX a pesar de su escasa obra es Aurelio Arturo, quien fue abogado y magistrado de la corte de trabajo y la corte militar. Se caracterizó por una poesía de gozo permanente ante la vida, encanto ante lo nuevo, amor fresco por su ciudad de origen, su alegría por la infancia, sus himnos a la naturaleza, su esperanza ante una patria distinta.

Esto determina que su poesía sea una de las más hermosas de la poesía colombiana. Algunos poemas que reflejan esa belleza son:

Interludio

Desde el lecho por la mañana soñando despierto,
a través de las horas del día, oro o niebla,
errante por la ciudad o ante la mesa de trabajo,
¿a dónde (van) mis pensamientos en reverente curva?,
oyéndote desde lejos, aún de extremo a extremo,
oyéndote como una lluvia invisible, un rocío.,
viéndote en tus últimas palabras, alta,
siempre al fondo de mis actos, de mis signos cordiales,
de mis gestos, mis silencios, mis palabras y pausas.

A través de las horas del día, de la noche
-la noche avara pagando el día moneda a moneda-
en los días que uno tras otro son la vida,
con tus palabras, alta, tus palabras llenas de rocío,
oh, tú recoges en tu mano la pradera de mariposas.


Clima

Este verde poema, hoja por hoja,
lo mece un viento fértil, suroeste;
este poema es un país que sueña,
nube de luz y brisa de hojas verdes.

Tumbos del agua, piedras, nubes, hojas
y un soplo ágil en todo, son el canto.
Palmas había, palmas y las brisas
y una luz como espadas por el ámbito.

El viento fiel que mece mi poema,
el viento fiel que la canción impele,
hojas meció, nubes meció, contento
de mecer nubes blancas y hojas verdes.
Yo soy la voz que al viento dio canciones
puras en el oeste de mis nubes;
mi corazón en toda palma, roto,
dátil, unió los horizontes múltiples.

Y en mi país apacentando nubes,
puse en el sur mi corazón, y al norte,
cual dos aves rapaces, persiguieron
mis ojos, el rebaño de horizontes.

La vida es bella, dura mano, dedos
tímidos al formar el frágil vaso
de tu canción, lo colmes de tu gozo
o de escondidas mieles de tu llanto.

Este verde poema, hoja por hoja
lo mece un viento fértil, un esbelto
viento que amó del sur hierbas y cielos,
este poema es el país del viento.

Bajo un cielo de espadas, tierra oscura,
árboles verdes, verde algarabía
de las hojas menudas y el moroso
viento mueve las hojas y los días.

Dance el viento y las verdes lontananzas
me llamen con recónditos rumores:
dócil mujer, de miel henchido el seno,
amó bajo las palmas mis canciones.


Canción de la noche callada

En la noche balsámica, en la noche,
cuando suben las hojas hasta ser las estrellas,
oigo crecer las mujeres en la penumbra malva
y caer de sus párpados la sombra gota a gota.

Oigo engrosar sus brazos en las hondas penumbras
y podría oír el quebrarse de una espiga en el campo.

Una palabra canta en mi corazón, susurrante
hoja verde sin fin cayendo. En la noche balsámica,
cuando la sombra es el crecer desmesurado de los árboles,
me besa un largo sueño de viajes prodigiosos
y hay en mi corazón una gran luz de sol y maravilla.

En medio de una noche con rumor de floresta
como el ruido levísimo del caer de una estrella,
yo desperté en un sueño de espigas de oro trémulo
junto del cuerpo núbil de una mujer morena
y dulce, como a la orilla de un valle dormido.

Y en la noche de hojas y estrellas murmurantes
yo amé un país y es de su limo oscuro
parva porción el corazón acerbo;
yo amé un país que me es una doncella,
un rumor hondo, un fluir sin fin, un árbol suave.

Yo amé un país y de él traje una estrella
que me es herida en el costado, y traje
un grito de mujer entre mi carne.

En la noche balsámica, noche joven y suave,
cuando las altas hojas ya son de luz, eternas…

Mas si tu cuerpo es tierra donde la sombra crece,
si ya en tus ojos caen sin fin estrellas grandes,
¿qué encontraré en los valles que rizan alas breves?,
¿qué lumbre buscaré sin días y sin noches?


El poeta colombiano Fernando Charry decía que:  

En raras ocasiones llega el conocimiento de una obra poética no sólo a producir el asombro, sino, más aún, a mover el ejercicio de una vocación. De mí quiero afirmar que cuando la pasión inicial por la poesía se dispersaba entre varias direcciones no coincidentes con aquello que, más tarde, ha logrado en parte expresarla, pude reconocer en los poemas de Aurelio Arturo una orientación hacia nuevas posibilidades de concebir lo lírico (2003: p. 517).

Fernando Charry

Lo anterior indica que la poesía de Aurelio Arturo es una estrategia para fomentar y fortalecer procesos poéticos.

Además, Álvaro Mutis evocaba su trato con Aurelio Arturo así:

Solíamos hablar larga y calurosamente de nuestras aficiones ya probadas por el tiempo y la relectura. Sana costumbre ésta que le debo precisamente a Aurelio. Sería tan larga la lista de los autores y libros que tienen para mí todavía, y tendrán siempre, el prestigio de haber sido indicados por Aurelio o haber corroborado con él mi entusiasmo. No solamente Eliot, Pound, Cecil Day Lewis o Hart Crane, sino también Dickens de Barnaby Rudge -aún escucho su risa gozadora cuando recordábamos al cuervo aquel que soltaba impertinencias desde el hombre del personaje principal de tan deliciosa obra-y de Great Expectations; Norman Douglas, los Garnett, Lytton Strachey y algunos otros miembros del grupo de Bloomsbury, Leon Paul Fargue y, obviamente, Milosz; las novelas policiacas de Dashiell Hammet, en fin, la lista se haría un tanto larga y demasiado personal por lo nostálgica y entrañable (2003: p. 534).

Es decir que Aurelio Arturo se convirtió en un maestro de la literatura y la poesía como himnos de la vida.

En el curso de esa búsqueda se puede entender como emergen nuevas voces; que cuentan versos de un país con ecos de vida, de naturaleza, de amor, de sueños, y de un abanico de posibilidades que es la vida misma.  Se presenta en los siguientes poemas de mi autoría, por ejemplo:

Juego de montañas

La he llamado a gritos
en las frías sábanas de nuestra cama
que se congela con su ausencia.

Pero se ha ido
y estoy buscándola
en el reloj de nuestra vida
que se apaga con sus besos perdidos.

Juego de montañas,
fotografías perdidas,
trayendo sus caricias
a mi alma fría.


Luna en la noche

Entre nubes
desafía el negro del cielo
que llamo a las magnolias del sol.

La luna en la noche
cuida a las estrellas
que se llevaron
las melancolías de nuestro amor.


Cielo mío

Cielo mío, quédate conmigo paraíso;
toda nuestra historia está bajo los latidos del corazón;
caminemos hasta el arcoíris eterno
por el sendero que Cupido nos muestra.

Y sigamos como dos amantes danzando en las estrellas
que las mariposas adulan en primavera
y las margaritas acompañan en invierno, y
los sueños de los retoños que se tejen en tu vientre,
atraviesan las noches heladas.

Sin temor de la tristeza, soñando y amándonos
Cielo mío…


Finalmente, la poesía de Aurelio Arturo es una presentación de su vida en la que se destaca: su tierra natal, su infancia, la naturaleza y el amor, elementos encantadores que transcienden el corazón del poeta con el pasado y el presente en tejidos de correspondencias, uniendo lo cercano con lo lejano, a los muertos y los vivos, la noche con el día, el invierno y el verano, que hacen de su poesía hechos mágicos. En esa magia surgen voces que declaman posibilidades de mundos rosas con negros, lluvias con soles, muerte con vida, guerra con paz, la poesía como fragmentos del planeta. 

Lo cierto es que las huellas de Aurelio Arturo y sus secuaces son alternativas para crear y adentrarse a mundos posibles que genera la lectura y la poesía.


Referencias bibliográficas

Charry, Fernando. “Liminar.”En Arturo, Aurelio. Obra poética completa. Paris: ALLCA. pp. XV-XIX. 2003.

Mutis, Álvaro. “Mi verdadero encuentro con Aurelio Arturo.” En Arturo, Aurelio. Obra poética completa. París: ALLCA. pp. 533-534. 2003


[1] Escritor, novelista y poeta estadounidense, autor de Ciudad de Cristal (1985), Fantasmas (1986), La habitación cerrada (1986), El palacio de la luna (1989), Leviatán (1992) y El libro de las ilusiones (2002).

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