Las luces de Jano
Por María del Carmen Rivero Quinto
A Rubén Carlos Rivero Díaz, sol ausente.
6, 205 días.
May it be a light to you in dark places,
J.R.R. Tolkien
when all other lights go out.
“Mira, Iris, la luz”, dice Bruno, fotógrafo aficionado, a su esposa mientras oprime el obturador de su cámara ante una imagen que con seguridad saldrá borrosa o desenfocada, pues se toma desde un tren en movimiento, según se lee en La piel muerta de David Miklos. Con este sencillo, breve y hermoso verso que tanto dice del carácter de los personajes, ella iluminada y clara, él, oscuro y lleno de secretos, saludo a los lectores de esta columna, a este mes que solía consagrarse a ti, Ianvs, y a este nuevo año en espera de que traiga consigo más luces y claridad.
A diferencia de otras, la temporada invernal que poco a poco dejamos atrás abunda en relatos literarios que se combinan con los históricos. Resguardados del frío que afortunadamente se ha dejado sentir con intensidad, el único distractor es la mejor de las invenciones del hombre, las narraciones (o eso era hasta antes de los llamados teléfonos inteligentes y la amenaza de la IA, todo cambia para nuestro bien o en nuestra contra). El cuento de Navidad, La Navidad en las montañas, Otra vuelta de tuerca, El cuento de Navidad de Auggie Wren o “Colgando las guirnaldas” son relatos de invierno que se caracterizan por popularizar la tradición de hacer de las oscuras noches un momento para que la gente se reúna alrededor de una fogata, de la luz de las velas o de cualquier elemento luminoso y experimentar las sensaciones de las historias de fantasmas, o bien de los milagros de la luz.
Se dice que Hans Christian Andersen escribió su célebre cuento La reina de las nieves a raíz de una decepción amorosa. ¿Cómo sanar de ese rechazo?, convirtiendo a la mujer de corazón frío en una reina de las nieves. ¿Cómo resistir las gélidas temperaturas de esta temporada?, recordando que los copos de nieve, en donde se hayan visto, son esquirlas de un espejo que el Diablo dejó caer desde lo más alto del cielo. Las simples lecciones de la literatura para esta temporada y para la vida.
Un cuento enigmático en el que su protagonista es un personaje complejo por la ausencia de información sobre ella, su historia y el origen de su poder, lo poco que sabemos de la reina es, más bien, a través de lo que hace: secuestrar al pequeño Kay y congelar su corazón con un beso más frío que el hielo. Esto hace que olvide a su familia y amigos. Sin embargo, una vez terminada la temporada invernal, Kay vuelve con los suyos, aunque con una fría indiferencia en el alma y un cálido recuerdo en su corazón, el amor que siente por su amiga, Gerda.
Algunos datan su publicación el 21 de diciembre de 1844; otros, un año después. El cuento no tuvo la mejor recepción entre los daneses al considerarlo no apto para niños, por aquello de la mujer que secuestra y enamora a un infante. No obstante, la imagen que se ha desarrollado de este personaje, que en realidad carece de una, es atractiva, muestra de ello son las esmeradas ilustraciones para las muchas versiones que existen e incluso para su adaptación en las tarimas teatrales. Evidentemente, la llegada del invierno provoca a los artistas a anunciarla con el azulado rostro de la reina en pintura.
En la cosmovisión mexica, el 21 de diciembre se festejaba el nacimiento del niño-sol, Huitzilopochtli. Su llegada suponía el regreso de la luz en un momento en el que había más horas de oscuridad y en el que poca actividad en exteriores se podía realizar, es decir, en el solsticio de invierno. El mito de su nacimiento, así como el relato de otros nacimientos considerados sagrados, viene a explicar por qué era necesario hacer nacer al Sol cada cierto tiempo.
El solsticio de invierno, el comienzo de los días con menos horas de luz, más que sucesos de impacto social, es decir históricos, son un tiempo de símbolos y mitos que nos recuerdan aquello a lo que debemos volver. Otro relato nos habla de una lámpara que duró encendida durante ocho días con aceite suficiente sólo para uno. Cuando se corona como rey de Siria a Antíoco IV Epífanes (175-164 a.n.e.), éste decide helenizar al pueblo de Israel prohibiendo a los judíos seguir sus tradiciones.
La historia sagrada asegura que la revuelta de los macabeos, que eran minoría, contra la milicia griega produjo el milagro de la Janucá (que significa iniciación), la fiesta de las luces o de las lámparas en la que se encienden de manera sucesiva ocho velas en recuerdo de los ocho días de lucha entre judíos y griegos; mientras que en el Talmud se cuenta la historia de Adam, el primer hombre que vio por primera vez un atardecer y sintió miedo, por ello, para alejar la oscuridad, decidió ayunar durante ocho días y luego, cuando los días comenzaron a durar más, celebró por otros ocho hasta que se dio cuenta de que el fenómeno se repetía, es decir, era estacionario.
Previo a la llegada del invierno y en el día más oscuro del año tenemos la historia de Lucía, santa de las iglesias católica y ortodoxa. Hija de padres nobles, se dice que debe su nombre, según la tradición romana que tú conociste, Ianvs, al padre, quien probablemente se llamó Lucio. Según algunos, está inspirado en el texto paulino “Los hijos de la luz” y Lucía significa “luz” o “la que lleva luz”. Fue educada en la fe cristiana. Al quedar huérfana de padre, su madre, Eutiquia, enferma, arregló las bodas de su hija con un joven pagano, un devoto de la tradición romana, ¡oh, Ianvs, tú viste el triunfo de la llamada fe verdadera sobre tu culto!
Sin saber de este arreglo, Lucía consagró su juventud y pureza a su dios; al enterarse, persuadió a su madre de que fuera al santuario de otra santa cristiana para que sanara y la dejara continuar con su devocional plan. El defraudado pretendiente, sin embargo, acusó a Lucía de practicar el ascendente nuevo credo y por ello fue martirizada. En la martirología griega, se dice que Lucía fue decapitada, mientras que, en la romana, muerta por una espada.
La relación de los ojos con la mujer proviene de la hagiografía, pues no existe registro alguno de que su martirio haya sido sacarle los ojos, así también lo sostiene la iconografía sacra y de igual modo tiene un vínculo con los relatos de amor. Se dice que en la Edad Media supuestamente se encontró una relación ente el nombre Lucía y la lux romana, el resto son muy buenas historias de las que se podrían generar otros relatos, como que fue la belleza de sus ojos la que impedía descansar a uno de sus pretendientes, por lo que ella se los arrancó y se los envió en macabro detalle; lleno de remordimiento, e impresionado por el valor de la mujer, el pretendiente se convirtió al cristianismo. La leyenda dorada parece apuntar a la enseñanza de que los ojos son la ventana del alma y por tanto muestran la luz interior.
Patrona de los ciegos y de las personas que padecen enfermedades de la vista, también lo es de aquellos artesanos del cristal y de los fotógrafos. Miren, Ianvs y Bruno, lo que un poco de historia saca a la luz en estos invernales días en los que, por el contrario, tenemos menos horas de iluminación. En los países nórdicos, entre ellos Dinamarca, la cuna de Andersen, el 13 de diciembre se festeja a esta santa e inicia el Adviento, es decir, la venida de una luz, con una fiesta en la que las niñas visten un largo vestido blanco y portan una corona con siete velas, mientras que los niños usan un sombrero puntiagudo tocado con estrellas doradas y se comen unos panes en forma del número ocho, en simulación a los ojos de la santa, y se ofrecen a las personas que ocupan un puesto de mando para que sean bien guiadas por la luz.
El tránsito en búsqueda de la luz en los días invernales se representa también con otra historia, esta vez sobre la manifestación o revelación física de una deidad a los mortales, una epifanía, a los humildes, a los pastores, y a los ricos y poderosos. Según la tradición, tres reyes magos fueron guiados por una estrella, un cuerpo de luz, que en realidad son tres estrellas, las llamadas tres Marías, Alnitak, Alnilam y Mintaka, visibles en ambos hemisferios durante esta temporada en la que solemos comer panes que esconden en su interior un regalo que simboliza la luz: un niño, un muñeco, un juguete, un haba o una moneda.
El recorrido por los relatos de los días más oscuros del año nos lleva a la fiesta de las candelas o candelaria. Esta fiesta tuvo su origen en la antigua Roma, donde la procesión de las candelas formaba parte de las Lupercales, un festejo muy próximo al inicio del año nuevo, esto es, cercano al día del janitor. También se puede considerar la festividad celta de Imbolc que se celebraba a inicios de febrero y que incluye elementos comunes como el encendido de velas. En los antiguos calendarios, en esta fecha se hacía la cosecha, con lo cual culminaba el ciclo agrícola y conducía la calendarización hacia los días templados del mes de marzo, cuando se transita hacia la primavera y los dioses de las antiguas cosmovisiones, Huitzilopochtli incluido, morían para perpetuar la luz solar.
Una luz se enciende en el primer día de cada mes. Este ritual tal vez obedece al triunfo del cristianismo sobre las prácticas paganas, o viceversa, quizá sea de los últimos, más modestos y profundamente significativos gestos de aquel antiguo mundo. En Roma, el día uno del mes uno de su calendario se dedicaba a ti, Ianvs, y se encendía una luz, la primera, en tu honor, con la esperanza de que tú, dios de los tránsitos sin fin, iluminaras las empresas que se iniciaban.
El mes de enero (Januarius) recibe de ti su nombre, pues, como el portero, con una cara miras hacia lo que está afuera o por venir y con otra hacia adentro, a lo que queda contenido en el cuerpo del pasado. Si aún fueran vigentes las cuentas de los días de la cosmovisión romana, diría que fue en el tiempo de las januales que tú, abuelo, partiste. En las fiestas dedicadas a Ianvs, los familiares y amigos se obsequiaban aguinaldos que consistían en bultos deliciosos preparados con dátiles, higos, hojas de laurel, ramas del aromático sabino, considerado portador de la felicidad, miel o un pan llamado janual. La sencillez primitiva y el colmo de la alegría a la que los esclavos también estaban convidados.
Abuelo, las puertas que tú abriste con tu muerte son un umbral que Ianvs guarda y que yo no puedo cerrar. La luz es más tenue desde que tú no estás. Abuelo, Ianvarvis significa el comienzo de la prolongación de los días. Con tu muerte en enero, comenzó la cuenta de mis días sin ti y la prolongación de tu recuerdo. Que el janitor guarde benévolo este año y su inicio, que vigile el tránsito de esta columna dedicada a él, en tanto emblema de la relación historia y literatura.
Una luz para cada uno de tus rostros, Ianvs. Las luces viejas en las que arden recuerdos y lecciones y la nueva luz de este año que comienza con promesas, decisiones y sin agua en varios lugares; que la luz que Bruno mira a través de los ojos de Iris junto con ésta que de nuevo ofrendo en tu columna, Ianvs, propicie nuestros caminos, aunque el mío, de nueva cuenta, como ese Adam que se sorprende por la oscuridad, tenga que seguir sin ti.