Las tribulaciones del estudiante Törless: el narrador omnisciente

Por Yessika María Rengifo Castillo

Yo soy la novela. Yo soy mis historias.

Franz Kafka[1]

Hablar de uno de los escritores del siglo XX es hablar del austriaco Robert Musil, el escritor inteligente y carismático que presenta en sus obras una visión del mundo que no solamente se reduce al aspecto filosófico del autor, sino a los escenarios que ofrece la vida, escenarios que representan los fenómenos de la cultura moderna como: la memoria, el olvido, la ausencia, el recuerdo, el amor, la amistad, entre otros. En ese sentido, la obra Las tribulaciones del estudiante Törless narra las experiencias que vive el joven Törless en un instituto militar, introduciendo a los lectores en un universo en el que la ley, la disciplina y la moral son estados esenciales de los hombres, teniendo en cuenta que éstas determinan la honorabilidad de éstos.

Al respecto conviene decir que el lenguaje que desarrolla Musil para la creación de los espacios y eventos que se presentan ante los lectores son imágenes específicas y provocadoras en escenarios de incertidumbre, intrigas y pasiones, que evidencian las situaciones que viven los estudiantes del instituto militar. Además, Robert expone una historia en un pueblo que es lejano a la gran ciudad, pero cercano a una estación pequeña de ferrocarril que se dirige a Rusia. Aparecen preguntas, cambios de ánimos y encierros, que hacen que Törless, Reiting, Beineberg y Basini, pongan en tela de juicio la institucionalidad de la razón, la disciplina y la religión, generando una serie de eventos crueles, sádicos, sensibles y eróticos, mismos que determinan el comportamiento de cada uno de los protagonistas de la novela.

En contraste con lo que se ha venido hablando, es importante señalar que la educación sentimental e intelectual del joven Törless es contada por un narrador omnisciente en tercera persona.  Allí el narrador no sólo lo sabe todo, sino que nos adelanta información que es el resultado de la reflexión de un hombre que recuerda sus días de adolescencia.  De esas circunstancias nace el hecho que se catalogue como una novela autobiográfica, teniendo en cuenta que Robert Musil estudio en un internado militar que es el lugar donde transcurre la vida del joven Törless.

Unos de los fragmentos que señalan esa vida son:

Törless pasó el resto del día en estado de gran excitación. Las circunstancias de haber tenido en las manos un libro de Kant – esa circunstancia completamente fortuita, a la que en su momento no había prestado gran atención – repercutió en él profundamente. Le era conocido el nombre de Kant y lo consideraba la última palabra de la filosofía, como suelen opinar quienes sólo tienen un remoto contacto con las ciencias del espíritu. Y la creencia en esa autoridad había sido uno de los motivos por los cuales Törless, hasta entonces, no se había sentido atraído por los libros serios. Los muchachos muy jóvenes, una vez pasado el periodo en que quieren ser cocheros, jardineros o confiteros, suelen abrazar con la fantasía aquellas profesiones que parecen ofrecer a su ambición la mejor posibilidad de sobresalir y distinguirse.

Cuando dicen que quieren ser médicos, ello significa que alguna vez vieron un bonito consultorio atestado de pacientes o una vitrina con curiosos instrumentos quirúrgicos, o algo por el estilo. Si hablan de la carrera diplomática, piensan en el brillo y la distinción de los salones internacionales. En suma, que eligen su profesión según el medio en el que les gustaría verse y según la pose que más les agradaría adoptar.

Ahora bien, el nombre de Kant siempre se había pronunciado ante Törless con el aire de estar hablando de un misterioso e inquietante santo. Y Törless no podía pensar sino que Kant había resuelto definitivamente los problemas de la filosofía y después de él la filosofía misma era una ocupación ociosa, sin finalidad, así como creía después de Schiller y Goethe ya no era lícito componer poesía.

En casa de sus padres, esos libros estaban en el armario de cristales verdes, en el cuarto de trabajo del consejero, y Törless sabía que ese armario no se habría nunca, salvo para mostrar algún libro a un visitante. Era como el santuario de una deidad a la que uno se acerca gustosamente y a la que venera sólo porque, ella existe, ya no necesita uno preocuparse por ciertas cosas.

Esa actitud frente a la filosofía y la literatura había ejercido una desdichada influencia en el desarrollo de Törless, y ella debía muchas horas tristes. Por esta causa, sus anhelos se desviaron de los objetivos más adecuados y quedaron – mientras Törless, privado de una meta natural, luchaba por encontrar otra – a merced de la brutal y decidida influencia de los compañeros. Sus inclinaciones sólo volvían de vez en cuando, avergonzadas, y dejaban en la conciencia de Törless la sensación de haber hecho algo inútil y ridículo. Sin embargo, poseían tal intensidad, que Törless no llegaba nunca a librarse de ellas, y esta lucha constante era la causa de que a su ser le faltasen unas líneas claras que lo definieran y un camino recto que seguir.

Pero aquel día, su actitud frente a la filosofía parecía haber entrado en una nueva fase. Los pensamientos a los que en vano había buscado hoy una explicación ya no eran los eslabones inconexos de una juguetona imaginación, sino que se revolvían en él, no lo dejaban tranquilo, y Törless sentía con todo su cuerpo que detrás de ellos alentaba algo de su propia vida. Esto era completamente nuevo para él. Un estado casi de ensueño, de misterio. Acaso se hubiera desarrollado obedeciendo silenciosamente a la presión de los últimos tiempos y ocurría como una madre que, por primera vez, siente los movimientos imperiosos del fruto de su cuerpo.

Fue una tarde de entrañable goce espiritual. Törless sacó del cajón todos los intentos poéticos que había hecho y había conservado allí. Se sentó con ellos junto al hogar y permaneció solo y sin que nadie lo viese, detrás del gran biombo. Hojeaba un cuadernillo tras otro, luego lo rompió lentamente y, saboreando una y otra vez la fina conmoción de la despedida, lo arrojaba al fuego.

Quería dejar detrás de sí todo lastre anterior, como si lo único que importara ahora fuera concretar la atención en dirigir los pasos hacia adelante.

Por fin se levantó y se mezcló con los demás. Se sentía liberado de toda angustia. Lo que había hecho respondía a un impulso puramente instintivo; nada como la mera existencia de ese impulso le ofrecía la seguridad de que realmente a partir de entonces sería un hombre nuevo. Mañana, se dijo, mañana lo examinaré todo cuidadosamente y todo se aclarará.

Se paseó por la sala de trabajo, por entre los bancos, contemplando los cuadernos abiertos sobre cuya blancura corrían aquí y allá, presurosos, los dedos que los escribían, arrastrando detrás de si pequeñas sombras pardas… Y él veía todo aquello como quien habiéndose despertado repentinamente, encuentra las cosas cargadas de una significación más grave (1985: 126 y 128).

Lo anterior indica que Las tribulaciones del estudiante Törless son el reflejo de una adolescencia llena de interrogantes que genera la vida en una continua búsqueda de estabilidad emocional y social.

Finalmente, la novela moderna es un reflejo de los senderos que recorren los seres humanos en las estaciones del tiempo, estaciones permeadas por la alegría, la tristeza, la melancolía, la desolación, el amor, la nostalgia, y la lucha constante por un futuro mejor.  La invitación es a leer Las tribulaciones del estudiante Törless y evidenciar que los himnos de la vida son inciertos y maravillosos, y logran crear caminos. Además, puede ser comparada con la novela del peruano Mario Vargas Llosa: La ciudad y los perros.

Referencias bibliográficas

Bolaños, C. S.; J. H. Cadavid M.; L. J. Martínez, y C. F. Sánchez L. Lengua Castellana 11. Bogotá: Grupo Editorial Norma Educativa S.A., 1996.

Musil, R.  Las tribulaciones del estudiante Törless. Barcelona: Seix Barral, 1985.


[1] Escritor, novelista, ensayista y abogado checo, autor de La metamorfosis (1915), En la colonia penitenciaria (1919), Un artista del hambre (1922), El proceso (1925) y El castillo (1926).

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