Los sonidos de la historia. Entends-tu les chiens aboyer?

Por María del Carmen Rivero Quinto:

Para Aarón Flores Muciño, amigo y músico,
sin tu estima e insistencia, este espacio no sería.

A mi padre, por si alguna vez me escucha.

La mitología, la ciencia y la exploración espacial
son temas que me han fascinado desde mi niñez.
Y siempre estuvieron conectados de alguna manera
con la música que compongo.
Entiendo el mundo a través de la música
y creo que la música da forma al universo.
Somos espacio.

Vangelis

Ianvs llega a su décima entrega. En una de las primeras, la autora se preguntaba, a la luz de los versos de Auden, por el rostro de Clío. En su poema, Auden dice que el rostro de la Musa de la historia es visible en las imágenes del periódico, es decir, para el poeta inglés, la historia es lo que sucede en un ahora que de inmediato se transforma en ayer mientras se lee en el papel gris. Dicho de otro modo, la historia es tránsito, instante, y sus palabras son ecos que evocan, de un cierto modo, una realidad que ha dejado de ser.

En términos literarios, esta idea la describió Marcel Proust en uno de sus tomos sobre la recuperación del tiempo perdido, o sea la historia. En él, Charles Swann cree reconocer cómo el violinista Vinteuil traduce los sonidos de su corazón enamorado de Odette. En palabras burdas, las mías, el narrador dice que, según la perspectiva de Swann, a Vinteuil se le permitió acceder a una esfera superior de donde pudo tomar los sonidos, la música de las esferas le llaman, que ambienta sus atormentados amores, y el primer amor de Swann no es una mujer, sino una sonata para piano y violín que desea, literal, hacer suya, llevarla a sus habitaciones cuando quisiera para comprender su lenguaje y su secreto.

Sólo un griego, heredero del mito, de la tragedia y de la historia como ciencia, Heródoto dixit, pudo hacer sonar a la historia. Sólo un griego pudo subir al Helicón, residencia montañosa de las Musas, y ahí ser tocado con la gracia, reconocer los tonos de la voz de Clío y traducirlos para nosotros en sonidos, tal como hiciera Vinteuil para Swann. En esta ocasión, Jano, te pregunto cómo suena la historia. Esta pregunta viene de la melancolía por el primer aniversario luctuoso de Evángelos Odysséas Papathanassiou, mejor conocido por su mote más pronunciable y popular, Vangelis. Janos, permite que hable ahora, tarde, con el que ya no está.

Con su muerte, paradójicamente, mi infancia revivió. Mi historia, minúscula, que se suma a la corriente de todas las minúsculas historias humanas en el flujo mayúsculo de la historia, y cuyo delta siempre es uno y siempre el mismo, la muerte. Vangelis, en cuanto supe de tu deceso, corrí a la consola Philips, esa máquina del tiempo codiciada por tantos, levanté su tapa y esto escuché. El tañido de un pandero… parece que viene de lo profundo de un bosque… tal vez de las faldas del Helicón… ¿O es del jardín de mi más tierna infancia en el que mi padre, rostro mal encarado y barba como la tuya, cultivaba el callistemo mientras te escuchaba? Mi mente devanea entre la melancolía y el recuerdo.

Heredero de la tradición griega, Vangelis compuso música para las puestas en escena de Elektra, Medea, Las Troyanas o La Tempestad. En 2004, compuso la música para la película Alexander, de Oliver Stone. Supo traducir en sonidos audibles para nosotros los pasos del militar cuando entraba a la India y lo que él escuchó mientras miraba a ascetas como árboles y a yoguis como águilas. Aunque bastante popular, Vangelis, muchos no reconocieron tu virtuosismo que nos acompañó hasta en el Mundial de Futbol de 2002 para el que compusiste e interpretaste el himno oficial.

Con Carros de fuego (Chariots of Fire, 1981, y no “Carrozas de fuego” como le quisieron poner, por favor, respeten mi dolor y mis recuerdos) Vangelis ganó el Oscar a mejor banda sonora, pero, huraño, así te recuerdo, no fuiste a recogerlo. Aunque ya trillado, el tema principal me lleva a correr no hacia el futuro, como querían hacer los atléticos soldados ingleses, sino a mi pasado, a cuando, recuerda mi madre, “yo estaba embarazada de ti y fuimos al cine a ver esa película”, es decir, me lleva hasta mi origen. Tu muerte hace que las lágrimas me ahoguen, griego.

Ah, Vangelis, un blues eléctrico musicaliza mi llegada al mundo. Do Androids Dream of The Electric Sheep?, novela de ciencia ficción pura de Philip K. Dick, escandalizó con la hoy mítica versión cinematográfica de Blade Runner. Mi posmoderno, surrealista y decadente futuro-presente del siglo XXI reacciona en forma de Blush Response con Tears In Rain y mis Memories of Green reviven a un antiguo amor que se estremecía con el tema y la escena finales de la película, que él vio cuando fue niño, mientras en aquel junio de 1982, mis padres escuchaban una y otra vez en la tornamesa Philips los Carros de Fuego correr a 45 revoluciones por minuto y yo, un microcosmos, me gestaba en peculiar expansión.

“Blush Response”

Obligado es mencionar Mythodea, obra magistral que resultó del encargo de la NASA para la misión no tripulada Mars Odyssey, de 2001. Los científicos sólo te pidieron un tema que sirviera de himno, pero tú, vasto y soberbio, compusiste un disco completo porque la mitología y el Universo te habitan (disculpa, me resulta difícil hablar de ti en el pasado de los que ya no están). Reacio a las entrevistas porque tu inglés era muy malo y te enfurruñaba que te hicieran repetir lo que no entendían, ese disco te llevó al Ateneo, en tu natal Grecia, donde diste uno de tus muy contados conciertos, pues no es fácil repetir el don que las Musas sólo comparten una vez con sus congraciados.

Vangelis, tu exquisito repertorio no se reduce (¡jamás esta palabra puede ponerse junto a tu nombre!) a la música que compusiste para los otros, sino que también se cuenta una extensa producción propia, no para un proyecto. De entre todos estos discos, yo me quedo con Voices, de 1996, en el que, precisamente, exploras las posibilidades de la voz humana grave, barítona o dulce. Esas voces cantan al amor y a los secretos de los bosques y de los sueños y los ecos de la flauta, el harpa y la gaita me llevan a lugares más elevados. En ese año, Jano, transité por mi segundo umbral, esa historia sólo a ti te pertenece. Su portada es azul, como mi corazón hoy que pienso en ti y te extraño, Vangelis. Lo admito, tú me hiciste sentir cual una de las ondinas que nadan entre nubes en Oceanic.

Fais que ton rêve soit plus long que la nuit es tu primer álbum conceptual lanzado en 1972, sólo en Francia y tiempo después en tu natal Grecia. Jano, escúchame y dime ¿cómo mi padre o uno de sus hermanos logró hacerse con una copia de esta rareza? La idea del también llamado Poème symphonique de Vangelis Papathanassiou, según leo anotado en la etiqueta del caset (ah, los arcaísmos, Jano, marcan el paso del tiempo en nuestras palabras que apenas dichas se vuelven obsoletas) con una caligrafía que se diluye con el tiempo hacia la nada, se basa, en efecto, en las manifestaciones del mayo francés del 68, ecos contestatarios previos a nuestro octubre mexicano del 68, también contestatario y que deberían levantarnos de nuevo.

Jano, ya veo por qué mi padre, o uno de sus hermanos, pudieron hacer una copia de este disco, sólo dura poco más de treinta minutos. Fais que ton rêve es una especie de collage sonoro que mezcla palabras de los manifestantes, canciones de protesta y noticias grabadas de la radio, con sonidos tomados directamente de las manifestaciones, lo que Vangelis, cual Vinteuil, supo compaginar y musicalizar. Jano, algo que subyace en mi cerebro primitivo se agita con los sonidos de Celles des barricades o L’espoire de la victoire. Jano, ¿así sonaba el tiempo antes de que yo naciera? Jano, ¿con esos sonidos, Vangelis preparaba a mis padres para la que vendría?

Opera Sauvage (1979) es un documental sobre la relación entre hombre, música y animales dirigido por el francés Frédéric Rossif. L’Enfant es más que el eco de la historia capturado en sonidos, es el eco de la voz de una niña absorta ante la mirada intensa del ser que la reta desde la portada. Esos ojos profundos ¿eran una afrenta al tiempo que le llevaría a esa niña crecer y escribir? Me descubro de pronto absorta en esas dos cavidades negras, par de agujeros negros, o quizá son mis lágrimas al recordar a una niña que le gustaba, porque le atemorizaba en realidad, agarrar ese vinilo hasta que su padre la tomaba en brazos, la sentaba en ese sofá de madera colonial y ponía el disco para luego volver a tomarla en brazos y bailar con ella al ritmo de la infanta que fui. El diseño de la portada del disco es obra tuya, genio.

“L’Enfant”

El Universo, Vangelis, nunca había sido escuchado ni había sido tan popular hasta que el divulgador de la ciencia, Carl Sagan, y tú le dieron su oportunidad. Nunca ha sido más hermoso conocer el origen de todo, el de la historia incluido, en esa serie de videos en formato VHS de 1980 llamada Cosmos. Si bien El Greco (1998) no musicaliza documental alguno, lo menciono porque la idea para su creación es, simplemente, tu deseo por hacer un homenaje a tu compatriota pintor. Relanzamiento aumentado de una caja de edición limitada, Foros Timis Ston Greco, de 1995, sólo se comercializó a través de una galería de arte griega.

Las composiciones no tienen nombre y se dividen en movimientos. El sonido principal del octavo movimiento, uno de mis favoritos, es el viento, y si de nosotros y la historia sólo queda polvo, Vangelis, que sea el eco de ese viento el que sople nuestros restos y nos encuentre de nuevo. Con mis ojos obnubilados por las lágrimas, veo la portada de nuevo y descubro un gesto similar entre tu rostro y el del autorretrato del pintor.

El décimo y último movimiento, anunciado como epílogo, marca el ritmo de un vals a tu estilo, lento, muy lento. Lo escucho y pienso que en una de tus vidas anteriores estuviste ahí, con tu piano y con las cajas de sonidos electrónicos para captar cómo se escuchaba el universo en el que el manierista de los rostros graves, sombríos y alargados vivió, es decir, el del siglo XVI, a finales del Renacimiento. Un disco histórico por el tema, anacrónico por los instrumentos, pese a que sí se escuchan la mandolina y el laúd de aquel siglo, sublime para mi corazón. Poco a poco, en ese epílogo, el ritmo se ralentiza hasta que sólo se escuchan tres notas dulces (perdona la pobreza de mis términos), tus favoritas para el piano, todo se desvanece y yo rompo en llanto de nuevo.

En definitiva, si en uno de tus discos se puede escuchar hablar a la historia es en 1492, Conquest of Paradise publicado, obviamente, en 1992. No sé qué decir o por cuál de sus doce temas decantarme. Tú lograste capturar el sonido de las descargas de las escopetas y el balanceo de los navíos españoles sobre el mar, y no podía sonar de otro modo el avenir de los europeos más que con un coro grave, elegante y premonitorio. Sólo tú supiste escuchar a las palmeras y las aves endémicas de la entonces aún Mesoamérica aturdir y embelesar a los venidos allende el mar.

Gracias a ti, escucho las oraciones de Pinzón y de Colón en el monasterio de La Rábida, los temores y el valor de la partida en el puerto de Palos de la Frontera. El canto gregoriano, el tañido del laúd y la mandolina y sobre todo el de la guitarra me llevan al momento en el que Moxica se enfrenta con una de las bestias traídas por los barbados y armados españoles, el caballo.

La portada del disco completa el mosaico de lo que fue la conquista del Paraíso. Muchos aplauden ese tema homónimo como una de tus mejores composiciones, sin embargo, para mí, la música que concentra la esencia de la historia, la de lo que pasó y la de lo que se fabula en la película, está en Pinta, Nina, Santa Maria (Into Eternity), y, dado que cualquier intento por decir algo sobre esta joya es insuficiente, me silencio y te escucho.

Coda

El 17 de mayo, Vangelis cumple un año de muerto. El tiempo es la esencia de la historia, aun cuando el final de toda historia (y de todo tiempo) sea la muerte. Es curioso, cuando él murió yo llevaba apenas un mes habitando este nuevo espacio, tan mío y de los míos. Desde que me mudé aquí, tengo la sensación de que el tiempo, ¡cruel invento, Jano, Vangelis, Cronos!, se va muy rápido. Vangelis murió el mismo día que otro virtuoso del sonido nació, Trent Reznor, quien, según yo y mis limitados oído y conocimiento musical, debió (y no lo hizo, al menos no públicamente) lamentar esa muerte, pues quiérase o no Vangelis abrió primero, Pandora barbuda y malencarda, las cajas de sonidos para que el músico americano las agote y las renueve tantas veces como su ingenio le ha permitido.

Vangelis ha transcendido, dios de los tránsitos. Dime, Jano, ¿dónde mora su espíritu? Aquí en la Tierra, la voz de la historia que supo traducir en sonidos perceptibles para los humanos está contenida en discos de larga duración o vinilos que al girar hacen que sus revoluciones marchen a la inversa y me lleven a un pasado redivivo con su muerte.

Morir es inevitable, siempre lo ha sido, siempre lo será. Jano, ¿es Vangelis ese lucero que brilla sobre el cerro a cuyos pies ahora vivo y dista de ser el Helicón griego? Vangelis, tu espíritu levó anclas en una de las tres naves que conquistaron el Paraíso y te llevaron a la eternidad. Tú conquistaste mi oído y el de mi padre, y nuestro corazón. Que la vela de una de esas naves te lleve al asteroide que tiene tu nombre y el número 6354. Por tu inmenso genio, por tu música que me acompañará en mi muerte y por tu muerte, que revivió mis párvulos recuerdos, Ευχαριστώ πολύ.

Magritteana, esto no es una columna de new age.

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