Marcel Proust: rasgos de En busca del tiempo perdido
Por Yessika María Rengifo Castillo:
Una novela debe mostrar el mundo tal como es. Como piensan los personajes, como suceden los hechos… Una novela debería de algún modo revelar el origen de nuestros actos.
Jane Austen[1]
Yessika María Rengifo Castillo
Marcel Proust se instauró como el puente entre la novela del siglo XIX y la del siglo XX. En ese sentido, la memoria involuntaria se recuerda por la sensación, como un gran archivo de recuerdos que permite volver a vivirlos en el presente logrando que el tiempo vuelva hacer vital. Además, la relación que se establece entre la memoria y el presente a través de las sensaciones hace que los recuerdos vuelvan a tener sentido en los capítulos de la vida.; es decir que a través del arte y el recuerdo se podrá recuperar el tiempo. Una de las grandes novelas de la literatura contemporánea europea es En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Se caracteriza por crear un mundo minucioso que recrea la morosidad, sondeando el tiempo: el inalcanzable momento pasado.
Desde esa perspectiva, un joven que pertenece a una familia adinerada de París, pero que está permeado de una hipersensibilidad a principios del siglo XX, desea ser escritor; sin embargo, seducido por las pasiones mundanas de la aristocracia, los lugares de verano y modas, deja de lado su deseo de ser escritor, descubriendo así el amor, la homosexualidad, las enfermedades y las guerras, actos que generan que se aparte del mundo y tome conciencia del accionar humano frente a las tentaciones mundanas. Asimismo, adquiere una postura para llegar a ser el escritor que tanto sueña y centrar el tiempo perdido.
Alguna de esas manifestaciones se presenta en:
No podríamos contar nuestras relaciones con un ser al que hemos conocido, aunque sea poco, sin hacer que se sucedan los sitios más diferentes de nuestra vida. Así cada individuo -y yo mismo era uno de esos individuos- media para mi el tiempo por la revolución que realizó no sólo en torno de sí mismo, sino en torno de los demás, y especialmente por las posiciones que ocupo sucesivamente con relación a mí. Y todos estos diferentes planos con arreglo a los cuales el tiempo desde que yo acababa de recobrarlo en aquella fiesta, disponía de mi vida, haciéndome pensar que, en un libro que se propusiera contar una, habría que emplear en lugar de la psicología del espacio, daban sin duda una belleza nueva a esas resurrecciones que mi memoria operaba mientras estaba solo en la biblioteca, porque la memoria, al introducir el pasado en el presente sin modificarlo, tal como era cuando era presente, suprime precisamente esa gran dimensión del tiempo con arreglo a la cual se realiza la vida.
Lentamente, el desfile mortuorio pasó ante mí: un hombre de a pie cabestreaba al caballo fúnebre, y los taciturnos jinetes venían detrás. Aunque el asco me fruncía la piel, rendí mis pupilas sobre el despojo. Atravesando en la montura, con el vientre al sol, iba el cuerpo decapitado, entreabriendo las yemas con los dedos rígidos, como para agarrarlos por última vez. Tintineando en los calcañales desnudos, pedían las espuelas que nadie se acordó de quitar, y del lado opuesto, entre el paréntesis de los brazos, destilaba agua sangre del muñón del cuello, rico en nervios amarillos, como raicillas recién arrancados (1981: p. 402).
En 1966, el filósofo y antropólogo francés Paul Ricoeur afirma que los capítulos de En busca del tiempo perdido son una distribución de un antes y después de la primera guerra mundial. Un ejemplo de esta afirmación es:
En cuanto a los episodios de En busca del tiempo perdido, se distribuyen entre antes y después de la primera guerra mundial; el desarrollo del caso Dreyfus ofrece puntos de referencia cronológicos fáciles de identificar, y la descripción de París durante la guerra se inserta en un tiempo datado con claridad. Sin embargo, nos engañaríamos gravemente si concluyésemos que estos acontecimientos datados o datables arrastran el tiempo de ficción al espacio de gravitación del tiempo histórico. Sucede precisamente lo contrario. Por el sólo hecho de que el narrador y sus héroes son de ficción, todas las referencias a acontecimientos históricos reales están despojados de su función de representación respecto al pasado histórico y alineados según el estatuto irreal de los otros acontecimientos (1996: p.820).
Lo anterior indica que En busca del tiempo perdido es el himno de los sucesos socioculturales durante y después de la primera guerra mundial que acompañó a París y al mundo, en esa búsqueda incansable del tiempo como instrumento restaurador del accionar del hombre.
No es una casualidad el hecho de que toda la obra de Proust se desarrolle dentro de las reminiscencias, ejercicio extraordinario de la memoria siendo el tiempo el personaje principal, o en palabras de Proust:
Así ocurre con nuestro pasado. Es trabajo perdido el querer evocarlo, e inútiles todos los afanes de nuestra inteligencia. Ocultase fuera de sus dominios y de su alcance, en un objeto material (en la sensación que ese objeto material nos daría) que no sospechamos. Y del azar depende de que nos encontremos con ese objeto antes que nos llegue la muerte, o que no lo encontremos nunca. Hacía muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parecen que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas de bollo tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? (1979: p.61).
En esa dimensión En busca del tiempo perdido es una búsqueda continua del tiempo en los sectores socioculturales del sujeto o la vida misma.
Finalmente, el tiempo es el eje fundamental de la obra de Proust que transita en las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas, que causan posturas criticas y propositivas de los seres humanos. La invitación es a leerlo y descubrir que el tiempo es una herramienta de la vida en ocasiones de primavera, invierno, otoño y verano.
Referencias bibliográficas:
Bolaños, C. S.; J. H. Cadavid M.; L. J. Martínez, y C. F. Sánchez L. Lengua Castellana 11. Bogotá: Grupo Editorial Norma Educativa S.A., 1996.
Proust, Marcel. El tiempo recobrado. En busca del tiempo perdido. Madrid: Alianza Editorial,1981.
Ricoeur, Paul. Tiempo y narración III. Traducción de
Agustín Neira. México: Siglo XXI editores, 1996.
[1]Escritora y novelista inglesa, autora de Sentido y sensibilidad (1811), Orgullo y prejuicio (1813), El parque de Mansfield (1814) y Emma (1815).