Nacimos pa’ semilla de Alonso Salazar
Por Yessika María Rengifo Castillo:
Las noticias tratan de cosas que ocurren, nunca de las que no ocurren.
Steven Pinker[1]
El periodismo es un medio que tiene como objetivo informar a los espectadores. Su desarrollo se estableció a cabalidad en la época de los grandes inventos modernos entre los que se destacan la imprenta perfeccionada, el telégrafo y el teléfono aplicados al periodismo en 1844.
Cabe señalar que el primer periódico del que se tiene noticia fue presentado el 30 de mayo de 1631, encabezado por el médico francés Teofrasto Renaudot. No era un diario. Aparecía solamente cuando se distribuía a los enfermos del hospital en que se imprimía con el propósito de hacerles pasar momentos amenos con la lectura. En el diario La Gazette escribían los médicos y los enfermos.
Avanzando en el tiempo, encontramos que hasta el siglo XVIII surgió el primer diario de la historia. Dirigido por una mujer, Elisabeth Mallet, se presentó el 12 de marzo de 1702. El Daily Courant era un resumen de otros periódicos no diarios que eran publicados en toda Europa, especialmente en Francia e Inglaterra. En ese sentido, presentaba noticias atrasadas y se ocupaba de sucesos gubernamentales.
Con lo que se lleva dicho hasta aquí, el periódico se convierte en un medio informativo que puede realizarse diariamente, pero también semanal, quincenal o mensualmente. Además, puede ser crítico cuando evalúa y emite juicios, o ideológico al defender posturas socioculturales. Entonces, el trabajo de la prensa es muy variado porque incluye posturas críticas y propositivas sin dejar de lado el entretenimiento.
Ahora bien, uno de los géneros más humanos del periodismo es la crónica. La crónica es una noticia que en un contexto humano acude a elementos como la información verídica para contar unos acontecimientos. Es decir que la crónica es quizás uno de los géneros más cercanos a las emociones de los seres humanos.
Según Juan Villoro:
Si Alfonso Reyes juzgó que el ensayo era el centauro de los géneros, la crónica
reclama un símbolo más complejo: el ornitorrinco de la prosa. De la novela extrae la
condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear
una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje,
los datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la sugerencia
de que la realidad ocurre para contar un relato deliberado, con un final que lo justifica;
de la entrevista, los diálogos; y del teatro moderno, la forma de montarlos; del teatro
grecolatino, la polifonía de testigos, los parlamentos entendidos como debate: la “voz
de proscenio”, como la llama Wolfe, versión narrativa de la opinión pública cuyo
antecedente fue el coro griego; del ensayo, la posibilidad de argumentar y conectar
saberes dispersos; de la autobiografía, el tono memorioso y la reelaboración en
primera persona. El catálogo de influencias puede extenderse y precisarse hasta
competir con el infinito. Usado en exceso, cualquiera de esos recursos resulta letal.
La crónica es un animal cuyo equilibrio biológico depende de no ser como los siete
animales distintos que podría ser (2006: 1).
En ese escenario, la literatura y el periodismo son dos agentes esenciales para develar los hechos o sucesos del accionar del hombre. Es así como el exalcalde de Medellín y escritor Alonso Salazar, quien es un amante de los temas de la ciudad, nos presentó en su libro No nacimos pa’ semilla unas crónicas y reportajes de los jóvenes sicarios de Medellín; unos acontecimientos crueles, pero dolorosamente reales sobre una realidad que no se podía ocultar; una realidad que se manifestó en una violencia salvaje sobre esos jóvenes preguntándole a una sociedad de su comportamiento; unas preguntas que se siguen respondiendo hasta el día de hoy desde la inclusión social, las protestas, los valores y, lo más importante, la valoración de la vida.
Algunas de esas crónicas de Alonso Salazar son:
Una vez bajamos hasta un pueblo a tumbar (matar) un concejal. Nosotros cobramos por ese trabajo un millón de pesos. Una semana antes, fuimos hasta el pueblo para conocer bien la movilidad. Nos marcaron el cliente, miramos la ubicación de la policía y estudiamos la retirada. Al sábado siguiente me fui con una pelada amiga. Ella llevaba el arma en el bolso, subametralladora. Nos hospedamos en el mejor hotel aparentando que éramos una pareja.
Esas esperas dan un desespero muy tenaz. Uno se pone muy nervioso. En esos casos tengo una costumbre que me ha resultado muy buena: cojo una bala, le saco la munición y le echo pólvora a un tinto caliente, me la tomo y eso me tranquiliza.
Faltando diez minutos para la seis de la tarde salí del hotel y me senté a esperar en el bar. A los pocos minutos llegó el muñeco. Y empezaba a llegar la oscuridad que es una buena aliada. Miré de nuevo con atención a ver si no había nada extraño y pedí la cuenta. Cuando el mesero me estaba dando las vueltas, desenfundé, y solté la ráfaga de una. Cuando en un pueblo de esos pasa una cosa así, todo el mundo queda sano, es que nadie lo espera. Yo me acerqué y disparé un tiro de gracia, porque hay paisanos muy resistentes y toca asegurarse el pago.
Eso es cuestión de segundos. Cuando estaba traqueteando, ya el carro estaba prendido, caminé tranquilo y me subí. Salimos del pueblo a una velocidad normal. Por la noche armamos tremenda rumba en el barrio. Ya habíamos recibido el billullo, y como dice el dicho: el muerto al hoyo y el vivo al baile (1990: 31-33).
Lo anterior indica que esas crónicas son el reflejo de esas sociedades que estuvieron y siguen permeadas en algunos escenarios por cantos de violencia. Sin embargo, Colombia y el mundo tienen derecho a la esperanza y la paz, acompañada de derechos y deberes que garanticen una vida integral para todos y todas, que nacimos pa semilla. Un nacimiento de nuevos capítulos de historia o, en palabras del gran Eduardo Galeano:[2]
“(…) Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada”.
Eduardo Galeano:[2]
Referencias bibliográficas
Salazar, A. No nacimos pa’ semilla. Bogotá: Ed. CINEP, 1990.
Villoro, J. Suplemento Cultura: La crónica, ornitorrinco de la prosa. Argentina: Diario La Nación, 2006. Recuperado de http://www.lanacion.com.ar/773985-la-cronica-ornitorrinco-de-la-prosa
[1] Escritor, profesor, psicólogo, científico y lingüista canadiense, autor de El instinto del lenguaje (1994), Cómo funciona la mente (1997), Palabras y reglas (1999), La tabla rasa (2002), El mundo de las palabras (2007) y Los mejores ángeles de nuestra naturaleza (2011).
[2] Fue periodista y escritor uruguayo, autor de Las venas abiertas de América Latina (1971), Memorias del fuego I (1982), El libro de los abrazos (1989) y Los hijos de los días (2011).