Orillarse… ¿hacia dónde? Reflexiones en torno a la política desde la Historia y la Literatura
Por María del Carmen Rivero Quinto:
Al seguir por la senda de los llamados temas de moda, Ianvs, columna de Historia y literatura, se pregunta en esta ocasión si es o no obligación de la primera hablar de política y si la segunda reduce sus objetos de estudio a la sola reconstrucción de una línea sucesoria de coronas, antes, y ahora, de mandatos políticos. Política es una palabra que conlleva dos elementos que parecen serle inherentes: la violencia y el poder. Esta variante se suma a las reflexiones de la entrega anterior y aquí se resume en la máxima bobbiana de que el poder determina el comportamiento de los demás y se vuelve agresión cuando nos obliga a hacer lo que no queremos.
En los meses transitorios después de la elección presidencial en México, me pregunto si el miedo al regreso del partido que secuestró a la revolución fue lo que llevó a los votantes a optar de nuevo por el movimiento que pregonaba ser un cambio radical en 2018 y hacia dónde nos orilla el resultado esta vez. También me pregunto qué entendemos hoy por izquierda (ay, Ianvs, la ámpula de nuevo brota), si es que aún reflexionamos en ello, pues lo que clara y abiertamente se manifestó cuando los resultados se hicieron oficiales fue el enojo, venido en berrinche lastimero, de quienes juzgaron de idiotas a los votantes que decidieron continuar con el morenismo por un sexenio más (ya quiero ver los libros de los historiadores que expliquen el neologismo así como hacen con, se me ocurre, el villismo, el caudillismo o el priismo).
En la Grecia antigua, hacer política era un arte y los hombres mejor capacitados para ello eran los poetas y los filósofos, así lo pensaba Aristóteles en Política, por ejemplo. En Roma, el alucinante Nerón tuvo a la cabeza de su humillado senado a Séneca, el pensador estoico que ante la locura y el desencanto eligió el suicidio por sangría.
¿El poeta, el escritor de ficciones, debe posicionarse ante asuntos sociales como los procesos electorales o limitarse al mundo de lo posible? ¿Debe militar u opinar desde los márgenes literarios? Y, en dado caso, ¿es válido hacerlo desde el arte? Si lo hace, encarna una pseudomilitancia que remarca la idea de la inutilidad del arte; de lo contrario, es un farsante que peca de indiferencia. A decir del historiador Jean Meyer, la novela encarna todo, cualquier tema, es universal, y la historia, omnipresente, por lo que desde esta perspectiva ninguna pelea por el derecho de hablar lo mismo de política que de violencia.
En el romántico y revoltoso siglo XIX mexicano, los escritores de ficciones eran también los políticos y los intelectuales del país. Altamirano, Prieto o Riva Palacio hacían la historia y también escribían de la vida nacional, baste mencionar Musa callejera o la monumental México a través de los siglos. Estos hombres eran los máximos exponentes de la literatura mexicana de su momento, opinaban y participaban en las decisiones nacionales. En esa época, el medio para conocer las obras literarias de estos intelectuales y políticos era el periódico. De tal modo que aquel que conseguía y podía leer uno, recibía la actualización de lo que sucedía en el país en un relato ficcional, una especie de envuelto de Historia con ficción, en la llamada literatura por entregas o de folletín: un invaluable dos por uno.
La cosa no fue muy distinta en los albores del siglo XX, en especial a partir del emblemático 1910. Este es el día del siglo XXI, post-todo-lo-que…, en que los expertos aún difieren sobre qué mote darle a la producción literaria publicada durante y después de la Revolución Mexicana, sin olvidar la previa con los Flores Magón y su ideología anarquista esparcida en los cuentos publicados en Regeneración. El teatro de Rodolfo Usigli o las soberbias novelas de Martín Luis Guzmán se consideran obras de corte político.
¿Literatura realista? Visto así, los estudiosos y los críticos dirán que este tipo de literatura, cual si fuera una cosa, no hace efectivo el mecanismo de la ficción, como si la literatura sólo hablara de lo irreal, y por ello recibe los motes de ancilar o ideológica, por decir lo menos. Sin embargo, no olvidemos que Guzmán inicia La sombra del caudillo con un capítulo sobre un coqueteo amoroso, gancho efectivo para mantener en vilo al lector. Por otra parte, es frecuente pensar que lo político es objeto de estudio de la Historia (eso suena a Anales, dirán los devotos de Clío más indignados), eso sería una historia oficial, maniquea o de bronce, para decir, también, lo más leve. Así, pues, la pregunta es ¿qué tan cerca tuvo que estar el autor para narrar el nacimiento de partidos políticos, los procesos electorales, los magnicidios, los golpes de Estado, las dictaduras?
La literatura puede ser una forma de hacer política cuando ésta no se puede hacer. Aquí emerge la aristotélica. ¿Hay tópicos exclusivos de la literatura? ¿La literatura no habla de lo universal, es decir, no es todo lo humano, lo natural, lo aún no manifiesto su tema? Y si lo particular es el oficio del historiador, entonces, será su tarea explicar las causas de la continuidad del proyecto morenista en el México de la segunda década del siglo XXI. Por tanto, es imposible negar que la política no sea una de sus motivaciones y el hecho de que los escritores sean o no militantes políticos, puede condicionar la recepción de sus obras o echar luz sobre sus ideologías.
Las elecciones en México han pasado, al fin. Un proceso en el que los candidatos representaban mejor el color gris que los colores de sus filiaciones políticas. Mientras el mentado 2 de junio llegaba, leí por primera vez Oríllese a la izquierda. Opiniones sin censura (México: Universo de Libros, 2019), editado un año después de cumplido el anhelo, el delirio personal/presidencial de Andrés Manuel López Obrador. El libro compila treinta ensayos de escritores mexicanos nacidos en la década de los años setenta del siglo XX y que comenzaron a escribir y publicar a inicios del XXI.
Digo que lo leo por primera vez porque regresaría a él varias veces más. Sin exagerar, debió ser una lectura obligada para pensar antes de ir a la urna. Lo leí en el momento de cuestionarnos si esta (pseudo)izquierda que está próxima a culminar su primer periodo constitucional y continuar-prolongar su segunda fase, ha trascendido y concretado algo más que la idea del cambio y la esperanza y, si es el caso de una intencionalidad continuada, se concretará lo que en el periodo anterior inició, es decir, lo que los escritores de este libro pensaban y vaticinaban como el real reto: la efectividad de lo prometido o más de lo mismo, pero con diferente emblema.
Los ensayistas comparten recuerdos: el mismo partido hegemónico en su niñez y en la de sus padres y abuelos. Algunos hacen interesantes ejercicios de contextualización histórica que causarían la envidia de un experto en las ciencias sociales y la mayoría lo hacen desde donde Clío no puede posar el pie porque la memoria, los recuerdos de infancia, el relato oral o el testimonio son, para la ciencia histórica, terrenos antropológicos o de la literatura.
Su marco histórico: los años setenta, cuando el germen de la izquierda en México daba sus primeros brotes, por lo que varios son los aciertos del libro. Primero, enseña historia moderna de la política en México sin estar lleno de datos duros verificables en las fuentes archivísticas, sino de la índole arriba escrita, además, ilustra sobre la cultura mexicana contemporánea en el que los escritores no pierden oportunidad de compartir sus testimonios sobre la violencia en todos los niveles en la década de los setenta y sobre los fines del mundo en el territorio nacional ya sea desde la derrota electoral de Cuauhtémoc Cárdenas, el terremoto de 1985, Bush en la presidencia que todo lo devora, o la llegada del año cero, el 2000, que en realidad tuvo su apoteosis al año siguiente.
Dado que las firmas pertenecen a escritores de ficciones y no de relatos verídicos, ellos funcionan en tanto fuentes por lo que el libro se vuelve un extraordinario ejercicio de escritura y reflexión sobre el estado del devaluado género ensayístico en las letras nacionales. Gracias a Mabel Martínez, editora, es posible este valioso documento hecho por una generación sin nombre, o a la que le llaman “inexistente”, según describe la autora en la presentación, a la que los críticos literarios dejaron de poner atención y que en las academias apenas se enseña a leer, pero que mucho aportan sobre historia y cultura mexicana recientes.
Los niños que jugaron Atari, ¿escriben algo digno de la atención intelectual?, quienes crecieron a la sombra del fraude electoral de 1988 y con la mayoría de edad atestiguaron el levantamiento del EZLN, la catástrofe el TLC (que ni nos enseñó a hablar inglés ni fortaleció el peso), la matanza de Acteal, el poderío del narco y a los que les duelen, como a tantos mexicanos más, los nombres de Ciudad Juárez, Atenco, Ayotzinapa, Nochistlán y los de otras latitudes, ¿qué pueden decir del ascenso de la izquierda en México?
El fraude, la violencia, la corrupción, el desencanto, la duda y un tímido espíritu optimista son las constantes temáticas en los ensayos. Claudia Muzzi, desde su crianza en la cultura pop ochentera-noventera, habla de los milenarismos laico y pagano post-todo-lo-que… y de las gestaciones y ubicaciones geográficas de la izquierda en distintos momentos de la vida nacional, mientras que Magali Velasco parte de la tesis de que la democracia en México se edifica sobre los cimientos de la violencia y con eso enuncia todo.
El texto de Rodrigo Castillo es de los mejores. Revalora y resignifica conceptos históricos como el de democracia o federación, se muestra desencantado por la figura del sup, cada día más deslavada y mediatizada en recuerditos selváticos si no se dio atención a los casi treinta comunicados que el EZLN emitió a finales de 2023, y recupera el contexto previo a Morena para insertar un poemita escrito con el lastimero vocabulario de la violenta jerga nacional. A estos nombres sumo los de Carla Faesler, para quien el lenguaje literario es distinto del político, Alejandro Toledo, quien admite que en 2018 votó no por el derrotado, sino por el ganador a la sombra de la lectura previa de las novelas de Guzmán, y Julieta García, que reflexiona sobre los múltiples sentidos de la palabra morena en diversos contextos.
Otra bondad del libro es que las plumas son descentralizadas, es decir, opinan desde Puebla, Oaxaca, Colima o Veracruz, abundan los nombres de las redes sociales, las etiquetas o hashtags, los nuevos medios de comunicación como la mensajería instantánea del teléfono verde o, aunque más en desuso, el correo electrónico; piden información estadística a Google y todos admiten haber crecido bajo el eco de la emblemática frase de Manuel Bartlett, dicha en 1988, de “ciudadanos mexicanos, se cayó el sistema”, aquella que hasta Pepe Campa, locutor de lo que fue WFM, en otra época de la historia, la mía, parodiaba y que yo no entendía porque no la escuché con consciencia, pues cuando Bartlett lo dijo, yo tenía seis años, entonces. Lo que se lamenta es la edición sucia, con varios errores, y que el libro no se consigue con facilidad.
Para cuando esta columna se publique, la decisión habrá sido tomada luego de otro proceso electoral violento y de pocas expectativas y, tal vez, ese es mi sentir, no habrá quedado de otra más que orillarse por el menos malo o visualizar lo bueno de entre lo peor; y, aunque incluso los santos y don Quijote sostienen un libro en la mano izquierda, Oríllese a la izquierda se queda corto en su intento por explicar qué es, en México, ser su partidario. Ese es el gran pendiente en este país polarizado por una ideología que no comprende del todo ni bien.