Retrato del artista con fondo irlandés (o la inmanencia de la Historia)

Por María del Carmen Rivero Quinto:

A la memoria de Rubén Carlos Rivero Díaz
A mis padres, la culpa compartida

Self-regard has never been so well-regarded.
Self-exposure has never been so popular,
and the more self that is exposed the better.
Admit such promiscuity of revelation,
how can art compete?
How can truth fail to be stranger than fiction?

Salman Rushdie

Una expresión como la historia en la autobiografía puede resultar obvia, pues se supone que esa vida digna de ser contada ha sucedido en un contexto de situaciones cruciales para el sujeto y que tales situaciones modificaron de manera significativa su entorno social. Por el impacto de la vida propia en la social o viceversa es por lo que se escribe un texto así.

Pero, sobre todo, las razones también obedecen a una necesidad de revindicar la propia vida y de darle un lugar que signifique más allá de motivos personales en el devenir de la historia, esto es, hacer el relato de un ser histórico (apunte el lector que esta es la tercera entrega de Ianus en la que menciono este adjetivo del que pronto debo reflexionar). La historia es inmanente. Se podría decir que todo suceso es histórico por ocurrir en el tiempo. En este sentido, también se puede estimar como histórico un evento que le sucede a una persona pública.

La autobiografía se supone una práctica de escritura exclusiva de esas figuras, personas cuyos cargos, gestiones o influencias han impactado tanto en el dominio público como en el privado. Ahí está la saga vivencial de José Vasconcelos escrita en varios volúmenes. El primero, Ulises criollo. La vida del autor escrita por él mismo (1935), es considerado una obra de carácter novelesco. Abarca hasta los asesinatos de Madero y Pino Suárez, en 1913. La tormenta. Segunda parte de Ulises criollo (1936) concluye con el asesinato de Carranza, en 1920, mientras que en El desastre narra la epopeya de su proyecto educativo para México. Paso a paso, deteniéndose en cada vericueto, en cada trampa sorteada, el autor descubre las incidencias de su rectoría en la Universidad Nacional, primero, y en el Ministerio de Educación, después, durante el mandato de Obregón.

Si se miran las fechas surge otra cuestión fundamental para el género: ¿cuál es la edad propicia para escribir las memorias de la vida?, ¿cuándo se considera que ésta ha dado suficiente material que poner en papel?, o, mejor, ¿cuándo se manifiesta la nostalgia de la muerte, Villaurrutia dixit, que impele a rememorar y registrar lo sucedido? A la mitad del viaje de su vida, Dante, el bardo italiano, se encontró en una selva oscura. Para el hombre renacentista de su momento, esto equivaldría a una edad promedio de entre treinta y cinco o cuarenta años. Vasconcelos rebasaba los cincuenta cuando comenzó el relato de su vida. Benedetto Croce, el hombre y el historiador de entreguerras, escribió su autobiografía intelectual, Aportaciones a la crítica de mí mismo, casi cuarenta años antes de morir.

Seamos osados e incrementemos la rispidez de la cuestión. ¿Quién tendría mayor derecho a la autobiografía, un escritor de ficciones o un historiador? ¿Tienen derecho a la autobiografía un deportista o una estrella de rock? ¿Quién determina este criterio, el que hace un avalúo de su vida o el que está dispuesto a recibirla de manera narrada? ¿Se deben comentar estos ejercicios que en ocasiones rayan en la confesión contextualizada? ¿La autobiografía es una fuente primaria para la historia?

La escritura de la vida propia siempre resulta una labor de parcialidades, aunque su contrato de lectura no dé cabida a la duda sobre la fidelidad de lo narrado, según Philipe Lejeune, el experto francés en autobiografía. También resulta un ejercicio a veces más de egotismo que de escritura, a decir de Stendhal, el novelista que supo camuflarse en sus ficciones al hacerse pasar por un soldado de avanzada en el ejército napoleónico, cuando su participación real fue en la retaguardia, posición poco honorable en términos militares, pero que le permitió contar lo que pasó con la avanzada napoleónica en La cartuja de Parma.

         El aspecto más polémico en la autobiografía es la persona que rememora su vida por escrito. Si ese yo decide hacerlo, es porque tiene algo digno de contar, porque considera su vida ejemplar al estilo de los espejos de príncipes medievales, un antiquísimo antecedente del género. Pero, sobre todo, esa persona metamorfosea su naturaleza de un ego, un yo (la partícula auto del término) humano (y todo adjetivo ontológico que quepa en esta categoría) a algo cercano al personaje novelesco, es decir, una ficción, alguien que no es o no es del todo quien dice ser.

Esta suspicacia se disiparía si se recuerda lo que Jorge Volpi menciona respecto del yo fabulado: la ficción suprema que ha inventado el ser humano es la idea del yo, esa terrible quimera a la que hemos sucumbido, causa de tantos de nuestros actuales males, materializada por el pensamiento occidental, ese yugo del que tratan de prevenirnos y liberarnos la cosmovisión oriental y la tradición de los pueblos originarios.

         A pesar de que Lejeune estima que la declaración de fidelidad por parte del redactor, que se identifica al principio de la autobiografía, no da cabida a la duda de lo narrado, pues se sustenta en la correspondencia directa entre quien firma y quien narra. Lo cierto es que la referencia a la propia vida siempre levanta suspicacias en términos de cómo el individuo se posiciona ante sí desde su escrito, es decir, cómo quiere ser visto-leído-entendido por sí mismo y por el otro.

         En el espectro de las llamadas escrituras de lo íntimo, la biografía es más próxima a la historia. La biografía sería la versión menos escandalosa, que no menos compleja, pues en esta modalidad el biografiado se vuelve el objeto del biógrafo y éste, por lo general, suele ser un historiador quien, como contador de lo histórico, Paco Ignacio Taibo II dixit, encuentra goznes que marcan el ritmo que tiene la historia, en tanto acontecer, de un sujeto.

En el otro extremo del espectro está, en cambio, la autoficción, que en el nombre declara su intención. Según Serge Doubrovsky, la autoficción es el espacio para aquellos que no encontraron cabida en la historia, mientras que la autobiografía se reserva a los importantes de este mundo, escrita al final de sus vidas y con un estilo bello. El francés, inventor del neologismo, perfila al escritor de autoficciones como parte de una comunidad y lo pone en el nivel de los sujetos que tienen algo que contar. Así, los seres anónimos que se desarrollan en un tiempo histórico encuentran en la autoinvención a través de la ficción un espacio para testimoniar y sumar su registro al flujo de la Historia.

Para Ortega y Gasset, a finales del siglo XIX, el siglo de la novela, se sucedía la desaparición de un yo autobiográfico para sustituirlo por un yo artificial que hablara a nombre de colectivos sociales como los obreros, las prostitutas o los huérfanos y, según Eugenio Núñez, a partir de los años cincuenta del siglo XX, y a consecuencia de la devastación de las dos guerras mundiales, aunado a la abstracción de los ismos y las revoluciones latinoamericanas, la poesía se vuelve “convencional” en el sentido de que gira de nuevo hacia lo autobiográfico para recuperar las historias familiares de abuelos o tíos que compartían sus testimonios de las guerras o del exilio.

Ejemplos actuales de la autobiografía literaria se cuentan por decenas. Ianus, en su entrega anterior, menciona que Midnight’s Children, el hito literario de Salman Rushdie, es una novela a caballo entre la ficción, la historia y la autobiografía, y en la que a cada momento el relato de Saleem se interrumpe por la historia de su país a la que ha quedado atado a partir del nacimiento de ambos en 1947, año de nacimiento del novelista que se levantará para volar de nuevo en su alfombra de historias.

Otro logrado caso literario es el del escritor mexicano David Miklos. Sus libros son constantes recuperaciones de un pasado inagotable debido a un origen ignoto, pues, a temprana edad, supo de su condición de hijo adoptado. Ese origen desconocido, hasta cierto punto, Ianus promete hablar de ello en otra ocasión, ha sido la causa de que al autor se le haya otorgado el mote de “el arqueólogo de la identidad”. Desde La piel muerta, su opera prima, pasando por El abrazo de Cthulhu, uno de sus mejores libros, hasta Paseos del río, su obra más reciente, Miklos ha hecho del origen el tópico base de su narrativa y de la escritura autobiográfica, uno de sus géneros fundamentales.

Por ahora, menciono que, en el último texto, Paseos del río, Miklos se propone una revisión de las influencias literarias e históricas de las que su escritura abreva y, al igual que en el caso Rushdie, crea un libro entre el ensayo, la crítica, la promesa de una trama novelesca y una autobiografía en la que descubre una parte de su pasado que resulta ser también el de su madre y de su abuela.

Ese descubrimiento sucede mediante el método del historiador, osada apropiación por parte del escritor, quien rastrea un documento que comparte con los suyos, su madre y su tío, en busca del consenso que avale tanto el hallazgo como el relato de su vida. El sentido primigenio de Ianus, hablar de lo que ocurre en el intersticio indeterminado entre historia y literatura, se manifiesta en la cita de Miklos:

Además de los vericuetos incomprobables [o eso creo] de mi historia familiar materna oral, el documento firmado por Mandell-Mantello coloca a mi abuela Anna en la historia sólida, escrita, parte de un archivo que no es intangible memoria ni cartapacio personal, y que transforma las mitologías de mi origen [vertida en mi ficción] y sus fallas en una realidad constatable (2020, p. 32).

Sin embargo, y aquí recupero Languages of Truth, es el mismo Rushdie quien cuestiona el valor literario de un gran número de novedades que ahora se ofertan como ficciones cuando en realidad ni siquiera se acercan a la autobiografía, sino que son, más bien, relatorías de sucesos y pone como ejemplos los casos poco literarios, desde su perspectiva, pero que venden bien, de Knausgaard o Ferrante, libros en cuyas cuartas de forros el lector puede “comprobar” que lo “relatado” ahí es verdad porque estos escritores aseguran, en ese plano de la paratextualidad, que así les ocurrió. Rushdie arremete:

If one were in a death-of-the novel sort of mood, one might conclude that this time of confessional Knausgaardery, this flood of memoir-abilia, and the apparent readiness of readers to turn toward such books with pleasure is not merely a short-term fashion but might in fact soon supplant the subtleties of fiction altogether. What’s a novelist to do? (2021, p. 164).

Las opciones de Rushdie incluyen, por supuesto, pensar en escribir la propia autobiografía con el consabido riesgo de la redundancia por lo que se ha comentado en la entrega anterior. Este mismo criterio tendría que aplicar para autobiografías escritas por las estrellas de rock, independientemente del trabajo con el lenguaje con el que se escriban.

***

Quien amablemente ha seguido estas líneas sabe que Ianus es una columna sobre historia y literatura. Para esta entrega, originalmente había pensado hablar de la escritura de la historia, en específico preguntar cómo se escribe la obra histórica. Adelantándome a los cuestionamientos y las suspicacias del editor, a quien saludo y agradezco el espacio, y la justificada sorpresa de mis lectores, pocos, pero valiosos para mí, sostengo que, en el auto, en el bio y en la grafía está inmanente la historia, silente y sedente como Clío, según he comentado en otro momento.

Si esto es así, entonces, ¿qué hace aquí el comentario de la escritura de una vida farandulesca? Surrender. 40 Songs, One Story, la osada autobiografía de Bono, cantante del grupo de rock irlandés U2, es también la historia de Irlanda, un país al que he de peregrinar antes de que el libro de mi vida termine. La escritura de la historia de ese país es algo que no esperaba encontrar en el libro (como si tuviera muy claro qué esperar, lo admito). Así, de cierto modo, el aparente desvío es devuelto al cauce de las intenciones originales de Ianus.

¿Qué se dice y cómo está escrita la historia de ese país? En otros momentos se ha señalado que el historiador permanece oculto, detrás de la historia; sin embargo, el rígido pie de Clío vacila en este libro y se deja llevar por el ritmo de una Calíope peculiar que cambia el estilete por la lira y porque la historia es inmanente en ésta y en cualquier autobiografía.

La historia político-religiosa de Irlanda recientemente se agitó con el Brexit, la polémica salida de Gran Bretaña de la comunidad de la Unión Europea (parece exagerado, pero es fundamental cuidar los nombres geográficos y políticos cuando se habla de esta región, ahí la importancia del historiador o de un experto en lengua y literatura inglesas). La vida sociopolítica en Gales y Escocia también se sacudió con la decisión del entonces primer ministro Boris Johnson. En Irlanda del Norte, que políticamente pertenece al Reino Unido, los ánimos nacionalistas de quienes comparten (o no) la salida de la isla mayor, se inflaron de nuevo.

En este sentido, Bono recuerda la vida en la aún convulsa República de Irlanda de los años setenta, cuando él aún era un niño, y la describe resaltando las coincidencias y diferencias entre sus padres, una mujer protestante y un hombre católico. Nótese que por ningún motivo lo considero un historiador, pues no está exponiendo para explicar un proceso histórico, sino para explicar su vida, es decir, hacer una autobiografía (particular, si así se quiere) que, dadas sus condiciones, no puede prescindir de entrelazar el relato vivencial con el de su nación:

My da says royalty should be history, too, but agrees with my mother that the queen looks great in color. Every year, my mother and my father might laughingly argue about whether we Irish should interrupt our Christmas lunch to watch Her Majesty-nes give her Christmas Day speech on the telly at three o’clock. […] But war is black-and-white even when it’s in full color. Parts of our country are at war with other parts of our country. Our next-door neighbor, Great Britain, has been a bully, and now we have grown some of our own. Blood is a crimson color on the news. More and more flags on our streets are branding public space with the divisive history of Ireland and England (2022, p. 13).

Ese vecino incómodo al que refiere es el que instaló la hostilidad en la propia casa. Así lo comparte el cantante cuando rememora un día de 1974 en el que no llegó a una reunión con amigos debido a un ataque con bomba de miembros radicales de Úlster, una de las cuatro provincias históricas que se ubica al norte de la isla verde, y que el rey Jacobo I colonizó con protestantes de habla inglesa de Gran Bretaña. La afluencia de colonos protestantes y migrantes también provocó episodios de violencia sectaria con los católicos de la región de lo que hoy es el sur de la isla o, políticamente hablando, la República de Irlanda:

The only reason I wasn’t standing in Dolphin Discs at 5:30 p.m. on May 17, 1974, is that a bus strike meant we’d had to cycle to school. We were already home when the streets around Dolphin Discs were blown to bits by a car bomb in Talbot Street, another went off in Parnell Street, and another in South Leinster Street, all within minutes, a coordinated attack by an Ulster loyalist extremist group who wanted the south to know what terrorism felt like. A fourth explosion struck in Monahan, and the final death toll stood at thirty-three people (2022, p. 25).

Las tres décadas de terrorismo se aliviaron con los acuerdos del Viernes Santo, firmados en 1998, y de los que Bono fue partícipe, ¿por qué no decirlo? El hombre de los eternos lentes de sol logró que David Trimble, jefe del Partido Unionista del Úlster, y John Hume, católico, líder del Partido Socialdemócrata y Laborista, se dieran la mano en un escenario.[1] La división religiosa entre conservadores protestantes y liberales católicos es un tema ineludible en Irlanda y objeto de las letras de varias canciones de Bono.

De este hecho, el grupo compuso North and South Of The River, de la que seguramente Bono algo recordará y esa anécdota será nueva para mí porque así necesitamos que sean las historias con las que hemos crecido, que nos han formado y nos han hecho los que somos, y me estremecerá. Pero, mi lectura es lenta, suelo ser lenta cuando leo en otro idioma y aún más luego del agotamiento de una tesis doctoral. Sólo Ianus sabe si tendré oportunidad de recuperar estos datos con motivo de otra columna.

Los antecedentes musicales de U2 con su contexto histórico-político vienen desde Sunday Bloody Sunday, canción grabada en 1983. Según recuerda Bono, “Edge wanted the band to sing about ‘the Troubles’ in Northern Ireland, troubles that were causing so much pain in our country and over in the U. K., where an IRA[2] bombing campaign was under way” (p. 163). En palabras de su autor, la canción:

Refers to what happened in the picturesque walled city of Derry,[3] Northern Ireland, on January 30, 1972, a day tattooed on the mind of every Irish person of a certain age. A day of images we can never unsee. The chaos of a large crowd corralled and beaten by riot police, the British army stepping in with deadly force. Twenty-eight people shot, fourteen of them fatally, during a peaceful protest by the Northern Ireland Civil Rights Association. Even now I can sketch the pained face of Father Edward Daly holding up a bloodstained white handkerchief in an ambulant prayer of “don’t shoot”. I was eleven and I still feel the nausea (2022, p. 164).

Bono ha sido criticado por haber dejado atrás su esencia irlandesa[4] cuando al grupo le llegó el éxito y prefirió identificarse con una cultura lejana, pero cercana gracias a la aldea global: la americana. Ésta puede ser la verdadera razón, sin embargo, según argumenta en su retrato (y estoy tratando de no tomar partido, sino inferir de lo leído), esa renuncia se debe a razones políticas cuya mala comprensión causó muerte: “As a band, we’d never labored our ‘Irishness’. I was increasingly frustrated at how ‘Irishness’ could be taking hostage by the republican movement, a movement that believed in the forceful restoration of a single country on the island of Ireland” (p. 169).

En Surrender…, la forma de autonarrase es a través de la elección de cuarenta canciones que se corresponden con los capítulos. En ellos, el hombre de la nariz pronunciada rescata aquellos versos que, a la luz de sus recuerdos y argumentos, revelan (por si no lo habían hecho en su momento las canciones) fragmentos de historia inglesa, irlandesa y personal. ¿Reivindicación en esta autobiografía? Tal vez, lo cierto es que gracias a ésta se obtiene valiosa y actualizada información de la historia irlandesa e inglesa sin el rigor técnico del libro de historia, lo cual tiene su fundamento, sino entrelazada con la narración del nacimiento de un proyecto musical.

En esta peculiar autobiografía constantemente se recupera un caso que correspondería a la llamada historia de la vida cotidiana. En repetidas ocasiones, Bono rememora su infancia y educación bajo el precepto del DIY (Do It Yourself, por sus siglas en inglés), el cual surgió como una oposición al consumismo en la década de los años setenta. Si antes la arenga era “llame ya” e incitaba a la gente a consumir los más variados productos, con “hágalo usted mismo” se promovía lanzarse a hacer, construir o reciclar. Una declaración de la contracultura que se popularizó gracias a los muchos libros que se publicaron para enseñarse a hacer por uno mismo y que replicó en la música de moda en aquel momento: el punk.

Bono recuerda en la forma de ser de sus padres, en especial de su madre, la mujer práctica y protestante que era Iris, la transmisión de la ética del DIY a él y a su hermano, Norman, quien resolvía los problemas domésticos en la casa de los Hewson después de la muerte de Iris: “I remember being in the kitchen, watching Iris ironing my brother’s school uniform, the faint fuzz of my father’s electric drill from upstairs, where our DIY da was hanging a shelf he made” (p. 20).

         La ideología anticonsumista del DIY tendría que reflejarse en cómo el grupo inició la organización de sus primeras presentaciones al igual que con la producción hecha a mano de su incipiente mercadotecnia, la cual rezaba un eslogan que añoro: “‘U2 could happen to anyone’ was how we’d put it on our DIY posters and little round badges, and now it felt as if this childlike boast were becoming real” (p. 115).

La ética de esta práctica fue heredada por movimientos musicales y contraculturales como el punk inglés. En este sentido, la historia de la evolución musical de U2 va de la mano con la exposición de cómo el punk reclutaba a miembros de la clase obrera inglesa, quienes, en lugar de producir en serie para un patrón, decidían hacer por sí mismos desde sus prendas hasta sus canciones e instrumentos:

At times British punk was an art school experiment that had escaped from the lab to run down suburban streets with the proletariat. Punk in London stenciled “NO FUTURE” on walls and T-shirts because it rang true for a generation of people who sensed their country was on the verge of crisis. No future? In our Dublin it felt as if there were no present, let alone past or future. In our band we felt estranged from any traditions we could have held on to. Growing up in Ireland it felt as if the future was always somewhere else. […] The Clash sang about how they wanted to join in the race riots they witnessed in Nothing Hill in 1976 (2022, pp. 86-87).

Surrender es el nombre de otra vieja canción, de esas que me gustaría que Bono volviera a escribir. Yo tenía un año cuando eso pasó. ¿A qué se rinde Bono? ¿A qué renuncia? ¿Es posible hacer una pregunta así al tratarse de este sujeto? ¿De haber sido acusado, junto con su pandilla, de evadir impuestos en su país natal y hacer declaraciones fiscales “menores” en otro país europeo? ¿De haber hecho negocio redondo con Apple y meter el disco Songs of Innocence en el nada DIY iPhone?

¿A caso Bono pretende la incursión conmovedora al interior de la mente de un artista que reflexiona sobre su vida en busca de una fuente de inspiración? Porque muchos consideran que aquélla lo ha abandonado. ¿De quién es la autobiografía? ¿De Bono, el polémico ídolo musical o de uno de sus alter egos (como si hiciera falta más de eso en él): The Fly, Mister McPhisto, The Man In the Silver Suit, el boxeador de falsos músculos? ¿O simplemente (como si ese modo adverbial funcionara con él) éste es el retrato con fondo irlandés de un artista de 62 años llamado Paul David Hewson?

Sus detractores y los admiradores que logran ser críticos cuestionan este libro y la gira promocional que bastante le reembolsará; el sujeto sabe venderse, hay que reconocerlo. Sin embargo, él mismo cuestiona las (auto)etiquetas (¿estrategia editorial o admisión sincera?) al decir, en la cuarta de forros de este voluminoso libro, que se trata de: “A book of how, who and a bit of why. A MEmoir, a WE moir. Luminous times with some luminous lives. Confessions of an artist, activist, asshole, actualist”. Me gustan, compro, pues, las dos declaraciones que subrayo.

Es un libro sobre el cómo, la pregunta para la escritura de la historia, la escritura de una autobiografía y la pregunta ontológica para el hacer del ser humano al no tan moderno pero sí délfico estilo DIY; el quién, sino más modesto, al menos más desdibujado de sí; el por qué, la pregunta necia, sin sentido de toda vida. “Tiempos luminosos con algunas vidas luminosas”. Esta declaración me resulta la más sincera luego de cuarenta años de seguirlo porque son las presencias luminosas (por más oscuras que algunas sean) de los otros en nosotros las que terminan siendo el material para la escritura de los libros de nuestras vidas.

¿Es esta autobiografía un documento de primera mano para la historia de la música, la historia de Irlanda, la historia de la vida cotidiana, la historia de la autobiografía, este género híbrido, intermedio entre historia y literatura? Reservo la respuesta a las autoridades a las que Ianus representa. ¿A caso en esta autobiografía se cuela la historia de mi vida marcada por un abuelo al que extraño, un padre que insufló en su primogénita el gusto por este grupo, y una madre que aceptó que su hija fuera educada bajo los preceptos musicales de su esposo y cuyas decisiones (las de ambos) crecieron a esta mujer?

¿Qué estoy buscando en este libro de más de quinientas páginas que no voy a terminar de leer pronto, que a ratos me hace dejar de lado otras lecturas literarias más dignas, lo sé? ¿Qué estoy buscando en esta columna, llamada Ianus, destinada al dios de los dos rostros simultáneos? ¿Qué estoy buscando en esta vida que recibe este libro en el año 40? Hace 35 años, Bono (me) compuso la letra que se acerca a una respuesta: “I Still Haven’t Found What I’m Looking For”.


Referencias consultadas

Bono. Surrender. 40 Songs. One Story. Alfred A. Knopf for Borzoi Books, 2022.
Miklos, D. Paseos del río. Festina Publicaciones, 2020.
Rushdie, S. Languages of Truth. Penguin Random House, 2021.


[1] Este hecho le valió a ambos políticos el Premio Nobel de la Paz, en 1998. Para leer más, aquí la nota:  https://elpais.com/diario/1998/12/11/internacional/913330811_850215.html
[2] Irish Republican Army, por sus siglas en inglés.
[3] Según expertos en historia y política de esa región, Londonderry es el nombre oficial de una de las principales ciudades de Irlanda del Norte y sólo así la llaman los unionistas más radicales. Derry es la forma a la que se refieren al lugar católicos y protestantes moderados de la República de Irlanda. Nótese cómo en esta sencilla y curiosa explicación está inmanente la historia que hace comprensible el sentido de esta barrera lingüística aún vigente.
[4] No deseo extender las minucias de algunos datos. Pero, conforme avanzo en la lectura y descubro el entramado narrativo que Bono hace de su vida y de la historia de su país, y pienso que este punto requiere matizarse comentando otras canciones, más recientes, que no dejan de lado esa esencia irlandesa ya sea en música o en letra. Ianus sabrá cuándo será propicio hacerlo.

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