TRAFICANTE DE TRISTEZAS: ALEJANDRA PIZARNIK

Por Jessica Ebauche:

“Sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra”.
Árbol de Diana, 1962.

Alejandra Pizarnik nació en Buenos Aires el 29 de Abril de 1936. Vivió la bohemia de París y fue amiga de André Breton, Georges Bataille e Yves Bonnefoy y, sobre todo, de Julio Cortázar y Octavio Paz. En 1954 ingresó a Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires, carrera que no concluyó.

Fue una devoradora de libros desde muy joven, aficionada a Marcel Proust, Kafka y múltiples poetas malditos. Desde 1954 fue redactando un diario que la acogió hasta los últimos días de su locura.

Hay espejos dentro de la poesía, y dentro de esos espejos en Alejandra Pizarnik hay una especie de renovación con olor a muerte. Su obra es amplia y diversa, desde novelas hasta traducciones; sin embargo, su esencia quedó plasmada en su poesía, y más aún en sus diarios, donde se le lee con una profunda desnudez.

Yo no sé de pájaros, no conozco la historia del fuego. Pero creo que mi soledad debería tener alas”. La carencia, en Poesía completa, 1955-1972.

La sintonía en sus pensamientos es referida como un síntoma de locura. Era incapaz de adaptarse a lugares o personas, o de pertenecer, como ella refería. No podría imaginar algo distinto de una atrevida que traduce obras de Artaud.

La depresión se le salía en cada letra. Tenía necesidad de viajar y moverse, siendo parte de una familia de inmigrantes judíos se le sobrescribía su recóndita sensación de extranjera. Viajera, que más allá de ciudades, conoció el gozo, pasando por la autodestrucción y una traición de su propio cuerpo marcándola por múltiples malestares que firmaban poco a poco su epitafio.

En cada movimiento había una búsqueda profunda y en su espera eterna se encuentra con un torbellino que terminó por torturarla. Varios de estos viajes, fueron a hospitales psiquiátricos.

Buscar. No es un verbo sino un vértigo. No indica acción. No quiere decir ir al encuentro de alguien, sino yacer porque alguien no viene”. Poesía completa, 1955-1972.

Una mujer que nació con el alma oscurecida que transpiraba tragedia y en la que cada día hilaba una poesía rebelde e irrepetible, es reconocida como la última poeta maldita de América, y leerla es sumergirnos a partes iguales en el romanticismo, el surrealismo, el universo de lo gótico y también en el psicoanálisis.

“Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En ese sentido el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos”. Mirada violenta, 1955-1972.

El escribir y crear era la forma que encontró para organizar su tristeza, tenía cierta reparación de la herida, que nos perfora a muchos, en donde la palabra poética poseía atribuciones curativas, o al menos, podía ser el escape para la desintoxicación interna.

“Escribir es darle sentido al sufrimiento”. Diarios, 1971.

Su vocación de escritora tenía tonalidades íntegras del deseo de morir. Diversos intentos de suicidio la llevaron a decretar la larga caravana de palabras que cantaban a su oscuridad interna.

Una de sus obras de mayor impacto es La condesa sangrienta (1966), sí, hablamos de Erzsébet Báthory, condesa húngara medieval conocida por haber cometido más de 630 asesinatos. Este relato resulta una de las piezas más grotescas de Pizarnik, con un estilo narrativo-descriptivo que, aún sin poder soltar el estilo poético que tanto la caracteriza, tiene una intención consciente de ruptura con él.

“Si el acto sexual implicaba una suerte de muerte, Erzsébet Báthory necesitaba de la muerte visible, elemental, grosera, para poder, a su vez, morir de esa muerte figurada que viene a ser el orgasmo. Pero, ¿quién es la Muerte? Es la Dama que asola y agosta cómo y dónde quiere. Sí, y además es una definición posible de la Condesa Báthory. Nunca nadie no quiso de tal modo envejecer, esto es: morir. Por eso, tal vez, representaba y encarnaba a la Muerte. Porque, ¿cómo ha de morir la Muerte?”. La condesa sangrienta, 1966.

Pizarnik se ofreció a la muerte saciando su tragedia con múltiples pastillas que también se cargaron de cada palabra que no escribió, culpable por existir se decía expulsada incluso del otro mundo, antes de morir dejó escrito en un pizarrón de su habitación:

“no quiero ir
nada más que hasta el fondo”. Obras completas, 1972.

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7 comentarios sobre “TRAFICANTE DE TRISTEZAS: ALEJANDRA PIZARNIK

  • el 1 octubre, 2019 a las 9:38 pm
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    Comentario de un lector ocasional.
    Pues para poder describir a Pizarnik, tuviste no solo que leer sus escritos ,también tuviste que transportarte e imaginar el momento que ella escribia para poder sentir lo que ella sentía.
    Buena descripción.

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    • el 2 octubre, 2019 a las 7:37 am
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      Gracias Isra. Es todo una experiencia leerla. Saludos

      Respuesta
  • el 1 octubre, 2019 a las 11:07 pm
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    excelente descripción, me gustó mucho

    Respuesta
    • el 2 octubre, 2019 a las 7:38 am
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      ¡Gracias Gery! ¡Disfrútala!

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  • el 22 octubre, 2019 a las 3:18 pm
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    «Pizarnik se ofreció a la muerte saciando su tragedia con múltiples pastillas que también se cargaron de cada palabra que no escribió, culpable por existir se decía expulsada incluso del otro mundo»

    Consagración más no sacrificio.

    Respuesta

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