UN SUEÑO LÍRICO Y SU HUMOR

Por Maya González:

¿Qué no se ha visto en las imágenes del sueño, qué no muestran y con qué gusto uno despierta aún hipnotizado por esa historia tan parecida y tan alejada de lo personal? ¿Qué hay de los ensueños pesadillescos que despiertan a los valerosos y a los cobardes de esas escenas que anuncian, por encima, el eco surgido de las profundidades del quiebre con la propia realidad.

Para reflexionar sobre estas imágenes resulta conveniente virar la mirada en una dirección particular: la poesía del Conde de Lautréamont, quien socorre a aquel que quiere saber lo que las pesadillas son. En Los Cantos de Maldoror (2012) hay ejemplos paradigmáticos sobre el acto de soñar, hecho que no quita que la obra en sí misma sea un tejido de las ruecas de lo onírico. Es fácil notar un humor cruel en el contenido y en el efecto del sueño de la 7° estrofa del canto III de Maldoror, el protagonista.

Hablando de sueños, una obra ineludible es La interpretación de los sueños (1900), aunque esta vez el centro de atención no está puesto en la teoría freudiana, sino en un aporte recogido en la bibliografía científica de la época sobre los problemas del sueño: “el sueño tiene una poesía maravillosa, una alegoría certera, un humor incomparable, una ironía refinadísima” (Hildebrandt, 1875, en Freud, 1900: 86).

Con este antecedente, algo puede comenzar a tornarse claro sobre el aspecto del humor y del horror escondido en el sueño. En este, Maldoror se introduce en el cuerpo de un cerdo; posteriormente regresa a la tierra bajo esta forma, sin duda como un eco de las metamorfosis que plagan la mitología griega, y se dedica a esparcir la sangre por la tierra (Lautréamont, 2012). El soñante lautréamontiano conoce lo que es la felicidad ilimitada, pero también la angustia que viene con ella, angustia que, al final de la escena onírica, le impide la movilidad y lo despierta para recordarle su verdadera forma, como si se tratase de una broma cruel y no del cumplimiento de sus deseos.

En seguida, Maldoror afirma desde su propia angustia: “regresar a mi forma primitiva supuso para mí tan gran dolor que por las noches lloro todavía” (Lautréamont, 2012: 239); y más adelante agrega: “¡cuántas veces, desde aquella noche pasada al raso, en un acantilado, me he mezclado con las piaras de cerdos para recuperar, como un derecho, mi destruida metamorfosis!” (Lautréamont, 2012: 239).

A propósito de lo dicho agrega Hildebrandt “[…] hay veces en que, ya despiertos, una cualquiera de esas impresiones perdura con tanta plenitud en nosotros que damos en pensar que el mundo real nunca nos ha ofrecido nada semejante” (1875, en Freud, 1900:86); pero aún cabe la pregunta, ¿y dónde se encuentra la broma macabra? Si resulta poco convincente la escena del ingreso a un vientre, posiblemente maternal, una metamorfosis porcina o el juego que el poeta hace con lo soez y la podredumbre, difícilmente va a resultar clarificador pensar en la Providencia, aunque así es, pues esta es el personaje tácito, el artífice detrás del sueño que encarna a Maldoror en la euforia de una forma primitiva y después lo devuelve a la realidad teñida tan sólo por el desencanto: “la Providencia me hacía comprender así, de un modo que no es inexplicable, que no deseaba que, ni siquiera en sueños, se realizaran mis sublimes proyectos” (Lautréamont, 2012: 239). Sin duda la Providencia se ríe de aquel que confundió el encanto onírico con una inexistente realidad.

Estas imágenes, en especial al imitar a los cerdos, muestran el quiebre de un personaje que se va bosquejando, él, desde luego, va más allá de un sueño y una estrofa, pues los cantos que salen de su pecho son tan desgarradores como el recuerdo de la metamorfosis perdida.  

BIBLIOGRAFÍA

Lautréamont, Conde de (2012). Los Cantos de Maldoror. España: Cátedra.

Sigmund Freud (1900). “La interpretación de los sueños”, en Obras Completas (vol. V). Buenos Aires: Amorrortu Editores.

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Maya González

Literatura, cultura, psique, poesía, psicoanálisis, humanidad, sujeto creador, textos antiguos.

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