Víctimas de la espera

Por María del Carmen Rivero Quinto

Para David Miklos, amigo y escritor,
por el asombro de sus palabras mayores.

Esta historia, o su relato, comienza con la casualidad, la fortuna y la espera. Como toda historia, la ciencia que estudia el pasado incluida, ésta ha ido gestándose en el tiempo y con el tiempo fue creciendo en asombro y en amistad. Esta hora de junio (Pellicer dixit), que ya casi se agota, me trajo una misiva de mi escritor mexicano favorito, David Miklos (Ciudad de México, 1970). Aquí mi respuesta. Ianvs, tengo presente el sentido de tu columna, reflexionar sobre las relaciones entre historia y literatura. En esta ocasión, sin embargo, te pido que me dejes hablar de esa relación que se asemeja a tu cara bifronte, mediante breves comentarios de la obra de este escritor al que también cautivan la historia y la literatura.

La casualidad

La búsqueda por conocer el origen es uno de los tópicos que atraviesan la obra de este autor. Y, si origen implica el inicio de una historia, entonces, Ianvs, mi origen como una lectora autónoma, atenta al llamado de la aventura, ocurrió en algún febrero de hace más de diez años, cuando en una Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería (FILPM) encontré, en el estante de la editorial Tusquets, un libro cuya portada me pareció atractiva. En ella se ve el cuerpo desnudo de una mujer en construcción y a algunos afanados y saciados obreros trabajando en ello, en construir y retocar su cuerpo. Eso me cautivó. Arriba de la imagen, un título y un nombre, en ese orden ascendente, La gente extraña, David Miklos. Después supe que ese título se debe a la influencia de un relato lovecraftiano en la formación literaria de este autor, y diez años más tarde vería su versión revisada bajo el nombre de Cáscara.

Decidí llevarlo. ¿Cuántas aparentemente sencillas y triviales decisiones tomamos, Ianvs, sin reparar en que las elecciones que hacemos conducen nuestros pasos en la gran rueda del Dharma? Sí, encontré al libro y al autor por una casualidad, un latido, una intuición, que devino en una serie de causalidades que han forjado mi vida académica y personal. Desde entonces, su obra me ha dado todo: del asombro al grado de doctora hasta la adscripción en el Sistema Nacional de Investigadores (SIN) por ver en ella una fuente inagotable de perspectivas para los estudios literarios. ¿Cuántos lectores pueden reconocer tales cosas? ¿Cuántos autores se enteran de lo que causan con un libro?

La fortuna

El olvido, Ianvs, ese veneno que acecha las versiones de nuestras vidas pasadas (o las alivia, en su defecto) y contra lo que se opone un relato literario, no me permite recordar si junto con La gente extraña adquirí también La piel muerta, opera prima del autor. ¡Ah, Ianvs! Lo que sí permanece sedimentado en mi memoria más profunda es este párrafo, que no es sino un conjunto de versos a los que me he aferrado por más de una década:

Siempre esperamos una despedida. Cuando alguien se va, más aún: cuando alguien se marcha para siempre, nos hace falta un gesto, una señal, el anuncio de su partida definitiva.
Una palabra.
Adiós.
Luego la espalda, la cabeza gacha, el cuerpo que se aleja y el antebrazo que se alza, los dedos extendidos, la mano como un péndulo moroso que marca el ritmo de los pasos que se internan en la niebla del tiempo, donde nacen el pasado, y su hermano, el olvido (Miklos, 2005, p. 14).

Estas líneas de La piel muerta permanecen en mí a manera de un mantra de que todo se termina y de que nada es para siempre, del desgate de las instantáneas en sepia que le gustan a David, en tanto testimonio de la fortuna, de lo afortunada que me había sentido de que, recién salida de la licenciatura, yo sentía que había descubierto por mí misma, sin ninguna recomendación, sin ninguna instrucción académica o sin la guía de ninguna reseña, a una voz narrativa atípica en las letras mexicanas actuales y que línea a línea parecía recitarme, hablar de mí, decirme tanto, y que incluso podría recitarlas en inglés, de la edición traducida a ese idioma, si así me lo pidieran.[1]

La espera

Agosto de 2009. Con mi precaria instrucción literaria, pero asombrada por la lectura de sus tres primeras novelas, una serie de causas se sucedieron en la gran rueda de los devenires para que pudiera entrevistar al autor del cuento “El alma sintáctica”. Me recibió en el estudio de su casa, ¡ah, Ianvs, lo que haya yo hecho para merecer esa fortuna! Fue, por demás está decirlo, una mañana sumamente placentera. Recuerdo a David contento, ameno y sobre todo dispuesto a responder con paciencia todas mis preguntas hasta las más simples, las sin sentido o las redundantes. Firmó mis libros, cada uno, y hoy sé que me acompañarán cuando yo me reduzca a cenizas.

Noviembre de 2016. Era miércoles, era un día fresco, llovía, y yo, como parte de mis actividades académicas, esperaba su llegada en la facultad donde aún estoy adscrita para que David dictara la conferencia magistral que cerraría los trabajos de la Jornada de Historia y Literatura. Su texto versó sobre los puentes entre historia, ficción y autobiografía. En él, David pronunció unas palabras, adaptadas de otras que vienen de un escritor al que él profesa devoción. Él dijo: “somos víctimas de la espera”. En el contexto de ese evento, el autor se refería a que los seres humanos estamos aprisionados en la cárcel efímera del tiempo, en esa cueva que no nos alberga, sino que nos sepulta a causa, precisamente, de tanta espera, y que es un lugar en el que, nos guste o no, habita la historia.

Fuera de ese contexto, yo recibí la oración como un consuelo en parte porque habían pasado siete años desde nuestro primer encuentro y se saciaba mi deseo de volver a compartir con el escritor admirado y en parte porque, aunque ahí no lo sabía, “ser víctima de la espera” sería mi sino por siete años más, hasta que recibí el grado y después, tú me miraste por fin.

Historia y literatura

La relación de David Miklos con la materia de tu columna, Ianvs, ya cuenta varios años. Además de profesor asociado del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), Miklos edita la revista Istor, especializada en historia internacional. Coordinó el libro En camas separadas. Historia y Literatura en el México del siglo xx (2016) en el que se leen textos escritos por autores representantes de ambos bandos, historiadores y novelistas, quienes reflexionan sobre las posibilidades de esta relación.

            Miramar, el palacete frente al mar, y sus históricos, polémicos y atractivos inquilinos, Maximiliano y Carlota, cautivan al autor en varias de sus ficciones, aunque ello no las hace propiamente novelas históricas, Ianvs sabe que debo detenerme en este tema, pues el autor adapta (y adopta) el palacete en tanto elemento significativo para la configuración de los relatos “Diario triestino” y “Vacas flacas”, ambos incluidos en el libro La vida triestina, y en las novelas La hermana falsa y Miramar.

Para David Miklos, Miramar es un umbral por el cual el personaje de La vida triestina debe cruzar camino a su destino final: Budapest, capital húngara y patria de la ascendencia adoptiva del escritor, punto de su peregrinaje rumbo al origen que tanto busca en su narrativa y también es el umbral para algunos de sus personajes, ahí inician sus historias.

            En las ficciones de Miklos, Miramar se vuelve un espacio de la ensoñación (una topofesía), un espacio de la felicidad y un albergue del ser (Bachelard dixit). Así, Nicolás, el personaje del libro homónimo, se confiesa listo para escribir su primera novela en cuanto traspasa el umbral para salir del palacete que ha visitado, y en las descripciones del lugar entrelaza las impresiones de sus recuerdos en un cruce de similitudes entre las habitaciones de los abuelos paternos del personaje-escritor, y aquellas de los archiduques austriacos. Por su parte, Aniv, personaje del satírico cuento “Vacas flacas”, sólo lleva consigo un único objeto cuando decide abandonar su terruño, Rancho Triste, y es una fotografía en sepia del palacete adriático.

            Ah, Ianvs, en ocasiones, la historia nos hace víctimas de esperas que nunca terminan, que nunca ven saciado su deseo. Tal vez ese sea su contrapunto con la literatura o con la ficción, como mejor prefiere decir David, y lleva razón. Para la aristotélica, la historia trata de lo que realmente pasó, mientras que la poética se ocupa de lo sucedido conforme a deseo.

La historia no permitió a Maximiliano regresar a su amado Miramar. Sin embargo, por él, o por ello, Miklos sueña el regreso de su alma, sueña para él y su adorado castillo un final más romántico, más poético. Gracias a su vocación marinera, fue el aire, fueron las aves, según se lee en el “Diccionario triestino”, inserto en La vida triestina, las que llevaron el alma de Maximiliano de vuelta al palacio encantado: “Nunca volvió. Poco antes de conocer su destino ante un pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas, Querétaro, [Maximiliano] encargó que le enviaran dos mil ruiseñores del bosque de Miramar. Murió cuando las aves viajaban en altamar” (Miklos, 2010, p. 150).

Paseos del río (2020), un híbrido entre ensayo, autobiografía y la promesa de una potencial trama novelesca, fue publicado por el sello editorial independiente Festina Publicaciones. El tema central es la relación historia y ficción en tanto la fuente única de la que su obra abreva. En Paseos del río, Miklos profundiza y remonta el cauce del río de su escritura para dar con abrevaderos distintos al literario, varios de ellos de carácter histórico. Ianvs, en ese libro está escrito mi nombre, una parte del río dice mi nombre. Un río que es de papel y en el que soy ficción que se hace agua.

            Algo curioso pasa con la forma de suceder de este libro que se fue gestando en el tiempo como lo menciona su autor al enunciar los distintos momentos que lo configuran. Y es que, a pesar de que Miklos desea que su relato sea lineal, sucede lo contrario. Arrastrada por el intenso flujo de los recuerdos, la voz narrativa avanza, se detiene, retorna incesantemente y avanza por otros cauces para reflexionar sobre Napoleón y Waterloo, sobre Stendhal y su posición ficticia en la vanguardia de unos hechos en los que no participó, de Benedetto Croce y de Antonio di Benedetto.

En lo que va del año he estado reflexionando sobre la idea de que los libros de historiografía carecen de un último capítulo, uno dedicado a la historiografía más posmoderna en el que se expongan, si los hay, casos de historiadores osados que hagan lo que Lawrence Stone, en 1981, definió como una “historia narrativa” y viceversa, nombre de tu séptima entrega, Ianvs. Estos libros requieren de un capítulo arriesgado. Con Paseos del río, Miklos bien podría ser ese primer ejemplo y me gustaría arriesgarme en ello.

El final

Víctimas de la espera, es decir, víctimas del tiempo, esto es, víctimas de la historia. En algún lugar leí que la historia es el tiempo de la muerte, un tiempo cuya linealidad nos proyecta hacia el final de toda historia, o sea, a la muerte. Hoy deseo hacer un conjuro. Hoy invoco a la literatura, Ianvs, a las palabras mayores de David Miklos, para que en ellas siempre el tiempo se suspenda, para que en ellas las partidas, las despedidas, los adioses adquieran un nuevo sentido, el de lo venidero, que es la real ganancia.

Yo pensaba que esperar era malo, que era lo opuesto, perder el tiempo. Después entendí que el tiempo se pierde más con lo que se precipita. La impaciencia precipita a la mente, la impaciencia desboca las acciones y pone el yugo en falsas expectativas y en cosas irreales. Ahora comprendo lo que significa ser una víctima de la espera, es la oportunidad de hablar de, y vivir en, un tiempo recuperado.

Hoy temo menos morir porque he leído, puedo releer, y lo seguiré haciendo, la obra completa de un autor que difícilmente, tal vez yo no lo vea, subirá al parnaso de las letras mexicanas. Pero mi voluntad está en dedicar mi investigación y mi labor académica en su difusión. Hoy también temo menos morir porque al fin me ha ceñido el abrazo que más deseaba, el tuyo.

En estos meses hemos perdido a muchos escritores. A manera de un conjuro desesperado contra lo inevitable, escribo esto para ti y tu obra, David. Tu prosa poética, tu narrativa tan contenida, tan minimalista, tan esencial, pero suficiente y potencial, y tus palabras, serán mi sonrisa en la muerte.


Referencias citadas

Miklos, D. La piel muerta. Tusquets, 2005.
———. La vida triestina. Libros Magenta, 2010.
———. Debris. Literal Publishing, 2016.


[1] No me lo piden, pero tampoco me resisto. Debris, la traducción al inglés de La piel muerta, conserva pulcramente esta prosa poética del tiempo suspendido. Vale la pena reproducirlo con sus escalas en estrofas:

We always expect a goodbye.
When someone leaves, even more so. When someone goes away forever, we are in need of a gesture, a sign, an announcement of their final departure.
A word.
Goodbye.
Then the back is turned, the head is bowed, the body moves away and the forearm is raised, the fingers extended, the hand like a drowsy pendulum marking the beat of foot-steps that penetrate the mists of time, where the past is born alongside its brother, oblivion (Miklos, 2016, p. 3).

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