Vivan los Niños Héroes
Por Alejandra Martín del Campo:
Agosto de 1847.
El general Winfield Scott ha arribado a la Ciudad de México con un ejército de más de 7,000 hombres, venciendo a la resistencia mexicana que ha encontrado en Padierna, Churubusco y Molino del Rey. Queda un último bastión antes de tomar la Ciudad de México: el antiguo Colegio Militar ubicado en el Castillo de Chapultepec.
Scott cree que en el Castillo se resguardan armas y pólvora e incluso sabe que el general Nicolás Bravo lo espera en la cima con poco más de 850 hombres. Quizá no ignore que el Castillo alberga cadetes de entre los 13 y 18 años; puede hasta anhelar que, para ese momento, ya se haya dado la orden de retirada, orden que él mismo hubiera dado en iguales circunstancias.
Sin embargo, muy probablemente ignora que el general Mariano Monterde (director del Colegio), Manuel Azpincueta (subdirector), Tomás García Conde (comandante del Cuerpo de Cadetes) e incluso Pedro Carrasco (el capellán) y Rafael Lucio (el médico del colegio) se han ausentado desde el día en que fue tomado Molino del Rey, pretextando gripe o diarrea.
Para el 12 de septiembre de 1847, Scott y su ejército se ubican cerca del Cerro de Chapultepec. Como demostración de su poderío militar, se ordena un cañoneo constante que durará todo el día y toda la noche.
A las primeras horas del 13 de septiembre de 1847, Scott ordena cesar el cañoneo e iniciar el avance.
En el camino, a escaso metros de las faldas del Cerro de Chapultepec, Scott y sus 7,000 hombres se encuentran con una pequeña resistencia de poco más de 150 soldados comandados por el valiente joven de tan sólo 19 años, excadete del Colegio Militar y subteniente de Zapadores, Juan de la Barrera.
El ejército estadounidense continúa su avance y ya en las faldas del Cerro de Chapultepec se encuentra con una nueva defensa: 400 soldados pertenecientes al Batallón de San Blas, dirigidos por el valiente general Felipe Santiago Xicoténcatl. La masacre será inminente. Una treintena de soldados logra escapar, entre ellos, Juan Escutia, un joven soldado de apenas 20 años y nayarita de nacimiento.
Ya en la cima, el ejército invasor toma el Castillo de Chapultepec. Poco puede hacer el general Nicolás Bravo y su pequeño ejército de 850 hombres.
Para ese momento, no queda un solo soldado mexicano que pueda o intente siquiera defender el lugar; pero más de 50 cadetes, desobedeciendo la orden de retirada, se quedan a defender lo indefendible sabiendo que el precio será su propia vida.
Vicente Suárez, cadete de tan sólo 14 años, matará a 2 o 3 invasores antes de ser descuartizado.
Los cadetes Francisco Márquez, de 13 años, y Fernando Montes de Oca, de 18, serán acribillados junto con Juan Escutia, el joven soldado de 20 años adscrito al Batallón de San Blas.
Agustín Melgar, igualmente de 18 años, matará al menos a 3 soldados norteamericanos antes de caer gravemente herido y sin médico mexicano que lo atendiera. Morirá 3 días después.
Entre los cadetes sobrevivientes, se encuentra un valiente joven de 15 años Miguel Miramón, el mismo que años después morirá fusilado al lado de Tomás Mejía y de Maximiliano de Habsburgo.
Miramón, valiente como muchos, se enfrentó primero con las armas, después con piedras y al final, cuerpo a cuerpo. Por su valor será perdonado. Lamentablemente la historia no le recuerda este momento. Unirse a los conservadores y luchar contra Benito Juárez eliminará su grandeza y lo hará aparecer en nuestra historia como un traidor.
Si bien es cierto que los niños héroes no eran niños, sí eran menores de edad y su heroísmo fue luchar y morir ante un enemigo que de antemano sabían que no podrían vencer.
No es cierto que fueran sólo 6 los cadetes muertos y tampoco es cierto que Juan Escutia fuera cadete y se arrojara envuelto en la bandera mexicana, pero sus nombres y sus figuras representan la valentía con la que cientos de mexicanos defendieron nuestra patria frente a la invasión estadounidense.
En su honor hoy queda que la escolta a la bandera, en México, está conformada por 6 integrantes.
¡Vivan los Niños Héroes!