Las alas de la genialidad: Melancolía I de Alberto Durero
Por Ángel Zerón:
Un pequeño Spleen
Melancolía: úlcera espiritual que surge cuando uno se expone a lado o en frente de una ventana a un ocaso lluvioso seminublado mientras escucha a manera de soundtrack cualquiera de las Trois Gymnopédies de Erik Satie. Los suspiros, los ceniceros repletos de colillas de cigarro, y el recuerdo de un cielo que se creía posible, sin mencionar también una parálisis de la voluntad, son signos inconfundibles de este dulce malestar en cuestión, únicamente velado por el alumbrado público a falta de un ángel de la guarda.
Intro a la melancolía
En la actualidad, el concepto de melancolía dentro de la psiquiatría y la psicología clínica ha caído un tanto en desuso, ahora se habla más de los trastornos del estado de ánimo clasificados en el DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) como la depresión, el trastorno bipolar o la distimia. Sin embargo, la melancolía, a lo largo de la historia, ha sido la musa predilecta dentro del imaginario de muchos escritores, artistas plásticos y músicos.
Una referencia ineludible que no sólo se encuentra como una las obras más geniales y enigmáticas del renacimiento alemán, sino que además se considera como el emblema del “furor melancholicus” es, y sin temor a la obviedad, Melancolía I (1514), obra perteneciente a la serie de grabados de Alberto Durero (Albrecht Dürer, 1471-1528) denominada como “Estampas Maestras” cuya unidad se complementa con El caballero, la muerte y el diablo (Ritter, Tod und Teufel, 1513) y San Jerónimo en su gabinete (Der heilige Hieronymus im Gehäus, 1514).
En este grabado de apenas 24.1 x 19.1 cm —digno para portada de alguna banda de atmospheric black metal— se puede apreciar a un ser celestial obnubilado, en suspensión parcial de sus actividades o deberes (aunque sospecho que ni siquiera ha empezado) en una noche en la que justamente pasa un cometa que se pierde en el horizonte frente a su mirada indiferente mientras apoya la cabeza en la mano izquierda para expresar languidez al estilo clásico. Más o menos esa sería la “trama” de esta pieza tan peculiar y tan ligada a la figura universal del Artista.
Disección der gefallene Engel.
Para dilucidar la obra considero necesario empezar por el título. En él vemos a un pequeño murciélago hematófago un tanto burlesco o desacralizador con la inscripción Melencolia I. Recordemos que la melancolía en un principio, hasta la llegada de la medicina moderna en el siglo XIX, era uno de los “temperamentos” correspondientes a la teoría hipocrática de los cuatro humores (seguido por el flemático, el colérico y el sanguíneo) cuya sustancia predominante era la bilis negra o atrabilis (asociada con el otoño, la tierra, la vejez y de naturaleza fría y seca) la cual influía en el comportamiento del hombre, caracterizándolo como inquieto, reflexivo, inestable; amante del silencio y la soledad.
Incluso dentro de las doctrinas astrológicas del neoplatonismo florentino del siglo XV, en complementación con las teorías de Agripa de Nettesheim estructuradas en su obra De Occulta Philosophia, se decía que los individuos melancólicos nacían bajo el signo de Saturno, los cuales además estaban dotados de genialidad y cuyo destino estaba enfocado principalmente en consagrarse a tareas elevadas en búsqueda del conocimiento. Esto nos lleva a los siguientes elementos del cuadro.
El compás, la balanza, el reloj de arena y la campana hacen alusión invariablemente al Dios Cronos (Saturno para los romanos). Estos cuatro elementos corresponden a sus características divinas e intelectuales que influyen sobre la tierra tales como la estructura, el peso y la medición de la vida bajo la inexorable tutela del tiempo como ley fundamental para la creación, esto en el sentido que nos proporciona el vocablo téchne (τέχνη): fabricación o construcción por medio del entendimiento cuya finalidad es el artificio, y que claramente también podemos ver en los elementos secundarios de la obra como las herramientas de carpintería o bien en la bola de concreto, que probablemente representa la búsqueda de la perfección técnica.
A lado del ser celestial podemos apreciar a un querubín sentado en una rueda de molino. La composición de estos dos elementos en particular tiene un profundo significado alquímico: Cronos, al ser el dios del tiempo, naturalmente le competen las estaciones del año y por ende también la agricultura. La rueda representaría el correr de las estaciones, el ir y el devenir; es la vía de la perfección que lleva a la armonía, pero aquí la vemos derruida en contraposición con el infante alado. Esto puede significar un proceso de regeneración o trasmutación donde Cronos/Saturno está muriendo, está en la nigredo que es la primera fase dentro de la alquimia referente a la putrefacción, implicando una disolución de la materia prima (el propio Cronos/Saturno) para la generación de otra superior, lo cual puede tener sentido, pues dentro de los símbolos alquímicos este dios está relacionado con el plomo, que junto con el azufre (representado por el símbolo alquímico del perro que se encuentra enroscado a lado de los pies del ángel) da como resultado el oro o la piedra filosofal que se encuentra herméticamente en el interior del poliedro de mármol sin esculpir frente a la escalera que se dirige al conocimiento supremo o al Ars magna, accesible una vez descifrada la aleación perfecta (pues el caldero que se aprecia en la esquina del poliedro sugiere el proceso de trasmutación o transferencia alquímica) codificada posiblemente en el cuadrado mágico de dieciséis cifras, las que, por cierto, sumadas por cualquier lado dan 34, ¿pero 34 qué?… Supongo que sólo Durero y Cronos lo sabrán.
Nota: Curiosamente en ese año Durero concluye esta obra que coincide también con la muerte de su madre. ¿Será posible que ella sea el ángel y él el querubín que crea bajo su celeste cuidado?
Guten Morgen Melancholie I
Sin duda nos encontramos ante un pequeño pero fascinante tratado alquímico en el que Durero emplea símbolos tan ricos en significado místico y espiritual para expresar la condición del artista y la ascesis casi litúrgica que conlleva el proceso artístico como una suerte de transmutación alquímica: convertir lo ordinario (el plomo) en extraordinario (el oro, la piedra filosofal, la obra de arte), pues es él, el artista, ese ángel caído, genio de otro mundo tristemente coronado en el nuestro, consciente de aquel cielo que nunca más podrá alcanzar si no es por medio únicamente del presentimiento, de la reminiscencia y el sueño, y que posteriormente tratará de materializar en paraíso artificial a través de nuevas formas de belleza (las llaves). Sin embargo, sabe también que todo es inútil, que todo terminará por desembocar en la negra podredumbre, que ante la desgracia inminente no hay nada que hacer (el cometa es presagio de lo fatídico), que una vez subiendo las escaleras se adquiere por fin el conocimiento supremo, donde el último misterio nos revelará que al final no hay nada, sólo constancia de lo imposible en forma de un irónico arcoíris en medio de un mar carente de significado. Unos cuantos siglos después Rimbaud, otro ángel caído, reafirmaría: “La vraie vie est absente”.
Bibliografía
CIRLOT, Juan Eduardo. Diccionario de símbolos. 2da edición.Madrid: Ediciones Siruela, 2018.
BERTRAND, José Antonio. “‘LA MELANCOLIA’ DE ALBERTO DURERO: UN PEQUEÑO TRATADO DE ALQUIMIA”. ADAMAR (2000). <http://adamar.org/ivepoca/node/1191>.
DÍAZ, María Rosa. “Oh Melencolia; acerca de Alberto Durero”. HOMO EST DEUS (2007). <https://sebastianalejandro.wordpress.com/2007/07/18/oh-melencolia-acerca-de-alberto-durero-por-maria-rosa-diaz-ii/>.
López Huertas, Noelia. “La Teoría Hipocrática de los Humores”. Gomeres: Salud, historia, cultura y pensamiento (2016). <http://index-f.com/gomeres/?p=1990>.