Entre las cacerías y las soledades
Por Oliver Miranda:
En 1982, Haruki Murakami publicaría su tercera novela: La caza del carnero salvaje, la cual a la postre se convertiría en uno de los pilares del culto del que goza el escritor hasta hoy en día. Con un ritmo vertiginoso, la novela nos cuenta la historia de un publicista que debe buscar un carnero que aparece en una fotografía de una de sus publicaciones y que ha herido la susceptibilidad de un grupo político de derecha en Japón; la búsqueda del enigmático animal que aparece en la imagen lo irá llevando hacia respuestas de cuestionamientos de su pasado y de su presente.
Una de las cuestiones que vuelve tan interesante a Haruki Murakami es la buena construcción de sus personajes y el ritmo que maneja dentro de sus historias. Los personajes de la novela son enigmáticos, pero lo suficientemente interesantes para mantener en vilo al lector acerca de qué es lo que pasará con ellos. Curiosamente aquí, la total falta de información del protagonista y su actitud apática lo vuelven el perfecto hilo conductor entre su pareja que es modelo de orejas, su compañero de trabajo alcohólico, el entrañable amigo Rata y el hombre carnero, personajes todos que aparecen en los momentos oportunos para hacer brincar los resortes de la historia. Por otra parte, el ritmo que maneja la novela no permite pausas. Desde un inicio se plantan los cimientos de la historia y a lo largo de la lectura se hace la incansable relación entre los hilos que entretejen todo.
La soledad que viven sus personajes es algo que se volverá en un tema recurrente de la obra del escritor y al parecer es una constante del país nipón: una soledad concreta que el lector sabe específicamente a qué se refiere con el transcurrir de las páginas. La cacería que será la premisa principal de la novela nos hace preguntarnos qué es exactamente lo que se está cazando.
La experiencia de leer La caza del carnero salvaje nos hace apreciar a un Murakami en uno de sus mejores momentos, aún se sentía la frescura de un escritor que todavía no se convertía en uno consagrado; sin embargo, ya nos dejaba ver en qué dirección se comenzaba a dirigir y nos hace la invitación a seguirlo.