El hijo de Cali: Andrés Caicedo

Por Yessika María Rengifo Castillo:

  Los satisfechos, los felices, no aman; se duermen en la costumbre.

Miguel de Unamuno

Una de las voces que ha cautivado la literatura en Colombia es Andrés Caicedo. Nacido en 1951, trabajó en cine y grupos teatrales y fue fundador de la revista Ojo al cine, que se establecería como una de las más importantes del país y en la que se publicaría por primera vez su cuento El atravesado. Ha logrado cautivar fieles jóvenes lectores, a pesar de su muerte, para quienes es símbolo de rebeldía e inconformismo. Su narrativa se caracterizó por ser directa al mantener una relación con el furor que los adolescentes viven con estímulos del LSD y la marihuana, al mostrar la desubicación de los muchachos en la década de los 70, abarcando la crisis del Frente Nacional y manifestando su molestia frente al sistema de valores, el cual pensaban era caduco e hipócrita.  

Además, no se puede olvidar que Andrés fue influenciado por Mario Vargas Llosa  y su texto Los jefes, así como los cuentos de terror de Edgar Allan Poe y Lovecraft, influencias que le permitieron escribir en menos de cinco años obras de teatro, guiones para cine, artículos, cuentos y su reconocida novela ¡Que viva la música! Desde esa perspectiva se establece su interés por ejes como la violencia nacional, los temas góticos, los problemas en la escuela, la crítica al sistema social colombiano, etc. 

Este tipo de literatura conlleva una mirada hacia los jóvenes de clase media de América Latina, identificándose con la jerga citadina y los pensamientos que expresan bandas como The Rolling Stones y la Fania All-Stars, descripciones de la realidad a través del cine norteamericano y europeo porque asume con desparpajo la liberación sexual y mímesis de los símbolos provenientes de otras naciones.

En esa misma línea, Andrés Caicedo siguió escribiéndoles a sus contemporáneos y a Cali, tratando de narrar a través de los menos favorecidos y así evidenciando una sociedad que dependía de la moral y la violencia. Su mundo son los muchachos desadaptados que se han extraviado en un mundo adulto difícil de compartir.  Un ejemplo de esto fue su novela ¡Que viva la música!, que es la representación progresiva de una adolescente de la burguesía caleña, entregada al mundo del rock y la salsa, música de los marginados. María del Carmen, su protagonista, encuentra en ese viaje por la música el amor, el sexo, la melancolía, la libertad y la soledad, mecanismos que la harán vivir su vida al extremo hasta el último momento. 

Frente a ese panorama no se puede olvidar un fragmento de su maravilloso cuento El atravesado:

A mí el primero que me enseñó a pelear fue mi amigo Edgar Piedrahita, que fue el que fundo la “Tropa Brava.”  Fue el que me enseñó a usar la derecha, bien pueda, tóquela. Ahora toque la izquierda, qué diferencia ¿no? Claro que antes de que Edgar me enseñara, yo ya me daba con los de mi clase, en tercero, en el Pilar. Mejor dicho me daba con todos, con Pirela, Franco, con Rizo, con todos medí a la salida, y todos se dieron cuenta tarde o temprano, que conmigo no había caso. A Rizo sí que le di bien duro, porque me había sapiado, y no sólo a mí, a todo mundo. 

Sapo y lambón, cuando don Benito entraba a dar clase de inglés, Rizo se le hacía bien cerquita y le sonreía, claro, don Benito, que si se le caía la tiza él se la recogía, que si había que escribir en el tablero el escribía con esa letra que tenía, que seguro había cogido un método Palmer y se había puesto a copiar la letra o yo no sé, en todo caso nunca he visto a nadie con una letra así de parejita. Y don Benito que le decía que buena letra tiene usted, míster Rizo. 

Me acuerdo que en diciembre le inventamos a don Benito un villancico:

Ai viene Benito
cargado diolores
y los muchachitos
le gritan pecueco
yo le voy a dar
un pote mexana
paque se lo unte 
todas las mañanas.

Con toda la música de “Dulce Jesús Mío.”

Allá viene, cuando cruce la puerta se la cantamos, pero todos, así no puede castigar a nadie. Que nos puedan expulsar. Que nos van expulsar, ¿van a expulsarnos a todos o qué? Por eso es que todo el mundo tiene que cantar, para que no puedan hacernos nada, la unidad hace la fuerza. 

Don Benito tenía ese día la pecueca peor que nunca. Se la sentimos mucho antes de que cruzara la puerta, ese olor rancio y de muchos días de sol, dulce. Ai viene Benito cargado diolores… Sólo cantamos dos Pirela y yo, los dos únicos machos de la clase. 

Don Benito abrió los ojos y se puso rojo y cerro la boca, después la abrió y dijo: Rizo vaya preséntese in-me-dia-ta-men-te a la rectoría, conmigo nadie juega. 

Lo anterior evidencia el inconformismo de los adolescentes frente a campos socioculturales como la escuela, que en ocasiones se convierte en sectores de dictadura, pero voces críticas y propositivas hacen de éste un territorio de pensamiento frente a las inconformidades. 

El llamado es a leer a Andrés Caicedo, referente de la literatura colombiana que nos dejó muy pronto en medio del desencanto que le producía la vida a tal punto que consideró que vivir más de 25 años era una insensatez en un mundo tan chambón y jodido como el nuestro, pero, paradójicamente, lleno de historias que contar como las de él, que agradan noches de frío.


Referencias bibliográficas 
Caicedo, A. Maternidad y otros cuentos. Bogotá: Editorial Plaza Janés, 1982.
¡Que viva la música! Bogotá: Alfaguara, 2012.

Cibergrafìa
Imagen tomada de https://pijaoeditores.com/actualidad/despedazando-a-andres-caicedo

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