Sujetos a la historia
Por María del Carmen Rivero Quinto:
Para Ana Cecilia, Martín y Noé con gratitud
En el pasado Mundial de futbol, después del partido entre Marruecos y España, una comentarista decía que hubiera sido menos vergonzoso para el país europeo si hubiera perdido contra Brasil que contra el equipo marroquí. Desatinado y penoso comentario. Marruecos, se sabe, fue un protectorado español y francés, y hace un par de años hubo un problema en la parte norte de aquel país africano con los españoles que ahí radican. La sola combinatoria del encuentro sería susceptible de pensarse como un evento histórico por el pasado que los jugadores de ambas naciones comparten, flujos migratorios incluidos.
Otro ejemplo, burdo si se quiere: el mismo equipo africano, lección o no de corazón y pasión, avanzó a la siguiente fase en la competición y su rival fue Francia. El presidente galo, Emmanuel Macron, declaró que si Francia ganaba se celebraría en París, y que si Marruecos lo hacía también se celebraría en la capital europea.
Eso es estar consciente del pasado, tener conciencia histórica, ser consciente de la historia y de que hasta un evento tan popular como un Mundial de futbol nos coloca en una situación histórica. Marruecos obtuvo su independencia del protectorado español y de la colonia francesa el 2 de marzo de 1956, logro tardío, pero histórico. Jugadores, presidentes y espectadores, incluso aquella mujer y su torpe comentario, estamos sujetos a la historia y esos partidos tuvieron lo suyo de históricos.
Pero ¿qué es lo histórico? Ahí el sino del oficio del historiador. Yo pienso que eso es algo que hasta para los historiadores es complicado de precisar y por ello han desarrollado en su metodología el principio del consenso; cuando estiman que algo merece ser nombrado con esa etiqueta, no lo dejan en el nivel de su percepción individual, sino que lo comparten para la discusión y el acuerdo.
Así, cuando Juan de Austria, hijo de Carlos V, se embarcó en santa guerra contra los moros en la batalla de Lepanto, es un hecho histórico por el avance de los fieles cristianos y la recuperación de dominios africanos para la Corona española, no así que entre los soldados heridos estuviera un tal Miguel de Cervantes, un sujeto histórico por haber existido, pero anónimo por haber sido parte de la flota militar española y que resultó herido junto con 21 mil hombres más.
Don Miguel de Cervantes Saavedra.
Atribuido a Juan de Jáuregui, (ca. 1600).Don Juan de Austria con armadura.
Alonso Sánchez Coello, (1567).
Fue el célebre Caballero de la Esbelta Figura quien hizo que Cervantes, ya manco, pasara a la historia. La determinación de considerar a Don Quijote la obra cumbre del español del siglo XVI, y del español de los tiempos idos y los que vendrán, se hizo después, en el futuro. Lo histórico es, entonces, una cuestión valorativa y sobre todo temporal. Es lo relativo al pasado, sí, pero que se determina desde el presente de quien hace la valoración, el historiador o el filólogo, en espera de la validación futura de esa expectativa.
Por tanto, lo histórico sería lo contrario a eterno o permanente, de tal modo que esos partidos de futbol y el Mundial son históricos porque han dejado de ser, los menciono como ejemplos en mi presente del día 16 de marzo de 2023, cuando escribo esta columna y sin ser historiadora ni conocedora de lo literario, y lo será por los goles de fantasía, las estadísticas o la polémica de la ciudad qatarí.
Reviso el Diccionario de la Lengua Española (por cierto, yo nunca dejé de tildar “sólo”). En el diccionario se enumeran hasta cinco acepciones de histórico: ‘perteneciente o relativo a la historia’, ‘dicho de una persona o cosa que ha tenido existencia real y comprobada’, ‘digno de pasar a la historia’, ‘dicho de una obra literaria o cinematográfica de argumento alusivo a sucesos y personajes históricos sometidos a fabulación o recreación artísticas’.
‘Perteneciente o relativo a la historia’ sería lo que Octavio Paz dice en Piedra de sol, que somos tiempo que recursa sus ciclos, “un caminar de río que se curva/avanza, retrocede, da un rodeo/y llega siempre”. Víctimas de ese insensato invento, debemos hacer una crítica de éste y su ilusoria aceleración y linealidad, o, en palabras más burdas, estamos sujetos a la historia al ser seres temporales.
Según la lógica del diccionario, mi abuelo, en quien he pensado en las recientes entregas de Ianvs, es un sujeto histórico porque puedo comprobar su existencia no sólo con sus actas de nacimiento o defunción, sino con esa fotografía en la que posamos abrazados el día de mi examen recepcional seis meses antes de su muerte, o si reviso la dedicatoria que él firmó de Florilegio del alma, su poemario publicado, o sus cartas escritas con esa caligrafía que me habla de un tiempo (historia de nuevo) en el que, decía el abuelo, “los estudios en el instituto eran muy duros”. Es decir, lo histórico se comprueba con evidencias de que esa persona, mi abuelo, Carlos Rubén, tuvo una existencia real y su ausencia es indescriptible.
¿Cuál es el criterio para determinar que algo o alguien es digno de trasponer el umbral de lo ordinario y pasar a la historia, otra expresión ambivalente si se le piensa bien? Los historiadores dirán que eso se puede mesurar por el impacto social del suceso o de lo que haga determinada persona. La quinta acepción de histórico es un sustantivo relativo al ‘conjunto de elementos ordenados cronológicamente de algo susceptible de ser apuntado o registrado, como por ejemplo los números de una publicación o los documentos relacionados con el desarrollo de un asunto’; un registro, pues, un archivo, marca, la evidencia de que algo sucedió.
Desde la perspectiva del diccionario, ‘digno de pasar a la historia’ sería el triunfo de la selección marroquí sobre los españoles, por ejemplo, un magnicidio o la muerte de un escritor. Esta expresión suena como si la historia, la realidad pasada, lo sucedido, José Gaos dixit, fuera un estado o un lugar. Pero ¿en dónde está ese lugar? ¿En la memoria? Mucho tiempo antes de los mundiales de futbol o de los polémicos comentarios que ese evento suscita, Agustín de Hipona determinaba que vamos hacia adelante y hacia atrás y el lugar de la memoria no existe.
¿Está en el pasado?, ¿en un tiempo verbal? La abstracción en su esplendor. Como si se dijera que la historia tiene una dimensión espacial, que la tiene; de hecho, es una de las dos coordenadas por las que transita el historiador cuando se trata de determinar si algo es histórico, la otra es el tiempo. Así lo experimenté cuando visité la Casa de Allende, en Guanajuato. Frente a sus ventanales o en el salón donde se reproduce un audio con lo que los sujetos históricos (de nuevo ese adjetivo) pudieron haber dicho, realmente sentí que algo importante había pasado ahí, algo “digno de pasar a la historia”, lo histórico. Y también, que Jano me permita decirlo, pensé en ti.
Otro tanto pasa con la etiqueta histórica puesta junto al sustantivo novela. Entramos en la materia de esta columna: historia y literatura (a medida que estudio y nutro esta columna, me asaltan las dudas por el nombre correcto de esta relación, ya Jano sabe si hablaré de ello). En un principio se pensaba que la historia era una forma literaria más, sí, un género literario, “la historia ha sido vista como una rama de la retórica”, admite Lawrence Stone en 1979. “La historiografía ha acabado por venir, en la actualidad, a ser o pretender ser una ciencia –en lugar de un simple género literario– de la historia”, concluye Gaos en un curso dictado en El Colegio de México. El discurso, la forma de relatar lo que pasó.
En el caso de la novela histórica son varios los aspectos que se pueden comentar, que Ianvs me dé la oportunidad de hacerlo. Según Gregory Lukács, uno de los pioneros en el estudio del subgénero, éste surge a consecuencia de las grandes revoluciones sociales y sus problemas estéticos y formales se deben a ello. Hasta el siglo XIX, se consideraban históricas las novelas que por su temática o porque los personajes o las costumbres descritas representaban a la época del novelista, respondían a su contexto, es decir, prácticamente el total de la producción novelística de ese convulso siglo en ambos lados del mundo podría considerarse bajo ese adjetivo o bajo el de realista o el de naturalista.
Para Cristina Pons, en cambio, el mote de histórica no le vendría a la novela por la sola incorporación de sucesos históricos, sino por presentar el pasado conocido y documentado de manera desfamiliarizada. Sin embargo, existen casos, una de las muchas bondades de la literatura, en los que la fidelidad al documento sólo es una apariencia y puede adquirir efectos ficcionales.
Jorge Luis Borges gustaba de inventarse sus referencias para dar ese halo de veracidad tan caro para la historia, o de insertar citas apócrifas extraídas de fuentes reales, por ejemplo, de la Encyclopedia Britannica, cuyo lema reza “Find the answers, trust the facts”, y que, además, según leo en su sitio, concibe a una obra literaria como la del escritor argentino en tanto una manera de “give us a picture of the past through novels, poems, tragedies, epic works, and other genres”; en otras palabras, que la capacidad comunicativa de la literatura crea imágenes atractivas del pasado.
Si decimos poesía histórica, en cambio, la brújula se mueve hacia la épica, el relato de las grandes hazañas que involucran a dioses, héroes, reyes o dinastías o se mueve hacia la oda, el canto a las acciones heroicas. Ahí están, por ejemplo, las odas de los insurgentes Andrés Quintana Roo o de Manuel Sánchez de Tagle a Morelos y al 16 de Septiembre respectivamente. Sin embargo, también serían poemas históricos los escritos por Mario Bojórquez, una larga elegía, o el del gran poeta chiapaneco Óscar Oliva, una breve balada, para ver si con los ecos de la poesía los 43 de Ayotzinapa, esos sujetos históricos involuntarios (¿quién quiere hacer historia de ese modo?), regresan a sus aulas y a los brazos de sus padres.
El 8 de Marzo se considera un día histórico para la lucha de las mujeres. La frase “pan y rosas” se atribuye a Helen Todd, activista por el derecho al voto de las mujeres, quien a su vez la apropió del poema Bread and Roses de James Oppenheimer, publicado en 1911:
Mientras vamos marchando, marchando, a través del hermoso día,
un millón de cocinas oscuras y miles de grises hilanderías
son tocados por un radiante sol que asoma repentinamente
ya que el pueblo nos oye cantar: —¡Pan y rosas! ¡Pan y rosas!
Mientras vamos marchando, marchando, luchamos también por los hombres,
ya que ellos son hijos de mujeres, y los protegemos otra vez maternalmente. Nuestras vidas no serán explotadas desde el nacimiento hasta la muerte,
los corazones padecen hambre, al igual que los cuerpos,
—¡Dennos pan, pero también dennos rosas!
Mientras vamos marchando, marchando, gran cantidad de mujeres muertas van gritando a través de nuestro canto su antiguo reclamo de pan;
sus espíritus fatigados no conocieron el pequeño arte y el amor y la belleza.
—¡Sí, es por el pan que peleamos, pero también peleamos por rosas!
A medida que vamos marchando, marchando, traemos con nosotras días mejores.
El levantamiento de las mujeres significa el levantamiento de la humanidad. Ya basta del agobio del trabajo y del holgazán:
diez que trabajan para que uno repose.
—¡Queremos compartir las glorias de la vida: ¡pan y rosas, pan y rosas!
Nuestras vidas no serán explotadas desde el nacimiento hasta la muerte;
los corazones padecen hambre, al igual que los cuerpos,
—¡Pan y rosas, pan y rosas!
Histórico es un adjetivo que suele usarse a la ligera para denotar algo que le sucede a alguien, pero que sólo resulta significativo para esa persona y desde su perspectiva. Histórica, en cambio, es la ley Olimpia, histórica será la despenalización del aborto en todo México y la conciencia de que es un poder femenino, no una señalización social; histórico será el respeto a la autonomía del derecho a no vivir la maternidad.
Una función histórica, ya lo he dicho, la tienen las mujeres del Sah de Blah en el sentido de que en muchas de sus novelas designan a la realidad pasada, y en el nivel de la trama ellas llevan la batuta. Así, Pampa Kampana, su más reciente heroína, hace emerger de la tierra una ciudad y le lleva nueve días (nueve meses reducidos) crear todo lo que ha de poblar su imperio con sólo cerrar los ojos y soñarlo, mientras que la escritora mexicana Josefina Vicens tuvo que recurrir a un pseudónimo masculino, Pepe Faroles, para que sus crónicas sobre toros pudieran publicarse en las revistas Sol y Sombra y Torerías. Si histórico implica el contexto, ya se ve cómo pensaba (¿piensa aún?) la sociedad mexicana de los años cuarenta del siglo pasado.
A un paso del inicio de la llamada posmodernidad, en el cuento El huésped, Amparo Dávila denuncia con una sutileza impecable la condición de la mujer en la provincia mexicana de 1959. De nueva cuenta insisto en que el historiador francés, de quien estoy enamorada, Jules Michelet, relató parte de la historia de Francia a través de dos mujeres: Juana de Arco y la bruja. Clío y Calíope no anidan en el Olimpo ni reposan sobre una columna de estilo romano. Jano bifronte es para historia y literatura, y también para hombres y mujeres y para cualquier figuración sexual intermedia.
Platico mucho con mi editor, qué fortuna. En la última ocasión, éste declaraba que “la historia no existe”. ¡Jano, abre las puertas de tu templo para contener la ira de los historiadores! Con su ampulosa sentencia, tal vez Alejandro se refiera a que lo histórico es algo relativo y depende de a quién le pase y del impacto que eso trascendental tenga en la colectividad.
Quizá lo histórico se reduzca a una cuestión de perspectiva y que en ese sentido Alejandro tenga razón y la historia no exista a menos que le pase a alguien y transforme su circunstancia, con lo cual ese suceso adquiriría un cariz de histórico, es decir, que lo histórico sea algo experimental, vivencial. En un último intento por calmar las aguas de la indignación, “no todo lo pasado es igualmente histórico”, remarca Gaos, y por ello el historiador selecciona. Así parece quedar resuelta la cuestión que se enuncia al inicio de esta columna: ¿cómo se determina lo que merece esta etiqueta?
Me pregunto si Ianvs, esta columna dedicada a las reflexiones en torno a historia y literatura, en tanto producto cultural o de divulgación, será digna del mote de histórica (en realidad, me pregunto si es digna de cualquier mote, sólo Jano lo sabe). La expresión sujetos a la historia refiere a lo que está anclado a otra cosa o a otra persona posicionada en el pasado. Visto así, lo vivo y lo inerte está sujeto a la historia, lo vivo y lo inerte es histórico. Somos tiempo, historia, tal vez nada.