Mexicanos al grito del… cartógrafo de las ilusiones

Por María del Carmen Rivero Quinto.

En memoria de Oliver Mario Aguayo Zárate
con mucho cariño y profunda gratitud
en donde ahora estés rodando.

You’re just a memory of a love
that used to mean so much to me.

The Rolling Stones

El pasado 26 de enero murió el escritor serbio Goran Petrović, uno de los más exitosos de la literatura europea y de los más traducidos al español. México, después de Serbia, ha llorado su muerte debido al esfuerzo por la publicación de sus novelas en el país y porque el escritor sentía un gran cariño por estas tierras. Goran se interesaba por la historia nacional; se dice que en una de sus visitas confesó su atracción por la figura de Maximiliano y el Imperio astro-húngaro (las latitudes y sus destinos) y se lo imaginaba como un cazador en Cuernavaca que pediría que trajeran cristales de Murano para que fueran las alas de las mariposas y éstas les dieran aviso a los animales de la cercanía del cazador.

Petrović veía ficción en potencia en todas las cosas. La anécdota lo testimonia. Era un buscador de nuevas metáforas que describieran la realidad. La fantasía, la alucinación y los trasfondos históricos eran su mejor deber. Por estas razones, Ianvs, quisiera dedicar este espacio para despedir a quien con sus narraciones nos enseñó algunas lecciones de historia moderna en libros literarios y que un lugar mejor es posible en la ficción.

Interesado por la historia de su natal Serbia y la tragedia de la historia moderna de los Balcanes, en La mano de la buena fortuna, Anastas Branica decide escribir un libro para encontrarse siempre con su amada en un ejercicio de lectura-escritura simultánea. Junto con la historia de amor, una historia ideal, pues todas las historias de amor lo son, Petrović también juega con el espíritu de recomposición de la destruida Belgrado y narra algunos sucesos de la era moderna de Serbia.

El cerco de la iglesia de la Santa Salvación es una obra monumental en todo sentido. Narra la historia de Serbia a través del desarrollo de la historia de la iglesia ortodoxa en la región y representa un dominio historiográfico por parte del autor sobre la genealogía serbio-ortodoxa y de lo relativo a las costumbres monacales. En varios momentos el libro se vuelve un relato fantástico de cómo esa iglesia ortodoxa sobrevivió a incontables asedios, uno de ellos el otomano, mi favorito, pues los monjes, desesperados y con el sentimiento de que dios los ha abandonado, deciden escuchar a un vagabundo que les dice que por las ventanas del monasterio, que hoy están tapiadas, saquen unos largos remos elaborados con las bancas para que remen y la iglesia se eleve, surque el cielo y se libere de los lazos del enemigo. Es, pues, una historia de los milagros, también.

En el libro cuarto, dedicado a las Dominaciones, esos ángeles que dominan sobre todos los demás y conocen los misterios de la creación, se habla de los narradores rebeldes y de la tiranía de la historia. Esos narradores rebeldes son los historiadores:

Existen narradores rebeldes, aunque no del todo, no de una vez y como lo disponen los hábitos arraigados. Su nacimiento se remonta a tiempos tan pretéritos que ellos mismos difícilmente recuerdan. Aunque ellos no viven en realidad, su vida es una ficción más o menos larga. [...] Por esta razón, los narradores rebeldes han creado el espacio de la Historia. Ellos necesitan al menos pasar por ella, aunque sea por un instante si quiera, estar ahí al menos someramente y de preferencia en secreto, para que su verdadero rostro no sea reconocido en una ocasión futura (Petrović, 2012: 236).

Me llama la atención, Ianvs, que Goran se interese en reflexionar sobre la historia y los historiadores en sus ficciones. No es el único caso y pronto debo dedicar una columna a otro escritor, Ricardo Menéndez, quien gusta de estos ejercicios, antes de que como con Goran, el tiempo se adelante y ese soberbio escritor también cruce el umbral que desde ahora del serbio nos separa para siempre.

Tal vez este interés de los narradores de ficciones por escribir desde el mundo de lo posible sobre el mundo de los sucesos se deba a la era de la modernidad líquida en la que toda frontera se ha diluido. Esto pasa con la frontera entre lo histórico y lo literario, una de las más disputadas entre los historiadores, aferrados a que su discurso no es narrativo, y los literatos, que con relativa facilidad recuperan incluso el método historiográfico para hacer ficciones.

En la modernidad líquida los discursos sobre la verdad parecen estar agotados, entre ellos el de la historia, dicen algunos de sus devotos, ¡oh, Ianvs! Tal vez por ello prefiero las afirmaciones certeras sobre el pasado escritas en un discurso verosímil, pues la ficción nos enseña que todo discurso, a pesar de sus métodos y sus técnicas, nunca alcanza esa ilusión de verdad y, sin embargo, es otra forma de conocimiento.

Es una modernidad líquida en la que la juventud que se dice interesada en formarse como historiadora o literata ya no reconoce el libro ni su uso y prefiere unas capturas o unas descargas que encerrarse en la biblioteca con ese objeto en la mano, en esta era en la que yo me quedo más sola sin la mano de la buena fortuna del serbio que escribió sobre cómo la gente era capaz de matar por un pedazo de papel o por la conservación de un libro.

Bajo el techo que se desmorona es la historia de Serbia sumida en el conflicto de los Balcanes en los años noventa del siglo XX, aunque la narración comienza antes, en los años ochenta. Escrita en clave de parodia, “algunos personajes son inventados, pero algunos eventos son reales”, se advierte al abrir el libro, se basa en la historia de un antiguo cine que luego de la segunda gran guerra y el triunfo del comunismo es nacionalizado, por lo que sólo proyecta películas yugoslavas y soviéticas. Con la ruptura entre Stalin y Tito, el cine pudo proyectar algunas películas occidentales. El inmueble tenía en su techo un exquisito fresco que representaba una bóveda celeste. Con el paso del tiempo, ese cielo estrellado comienza a desmoronarse, una finísima crítica a la naciente idea de la Unión Europea, a su bandera de un círculo estrellado y al tan cuestionado ejército de la OTAN que fomentara la guerra étnica posterior.

El narrador es el operador del cine quien vive en un cuarto atrás del hotel, que en cualquier momento podía reclamar como su hogar, dado que en el comunismo no existía la propiedad privada, pero nunca lo hace. Además, decide hacer su propia película a partir de pedazos de otras películas editadas por el ojo censor del Estado y que es una alegoría de la sociedad serbia que durante el siglo pasado sufrió por definir su identidad.

Por entre las butacas de la sala desfilan personajes que podrían considerarse tipos, entre ellos, un oficial del Partido Comunista tan acostumbrado a aprobar las decisiones de sus superiores que levanta el brazo derecho sólo por reflejo, un profesor de filología que reclama que los títulos de las películas se pongan en cirílico, o los más memorables, un grupo de niños a los que no les gustaba la historia por aburrida y que fueron sus víctimas propiciatorias:

La historia los reunió para siempre en la placa-homenaje que contenía los apellidos de los caídos en las guerras de los años noventa. Petronijević (el que afirmaba que sabía todo, que no tenía que estudiar nada) cayó en Croacia como reservista [...] Resavac (el que afirmaba que tenía tiempo, que iba a aprendérselo todo después) murió como voluntario en Bosnia [...] Stanimirović (el que esperaba que la lenta profesora de historia no llegara hasta su apellido) fue alcanzado por los fragmentos de bombas de racimo de la OTAN como transeúnte en Nis (Petrović, 2014: 150).

Los casquillos de las salvas en honor de estos soldados caídos, los recogen otros niños, los del asentamiento de gitanos, con lo cual concluye la novela, pero deja su final abierto para la historia de la masacre genocida de los Balcanes.

Narrador sumamente interesado por la historia, en Papel con sello de agua, Petrović cuenta la historia del papel en Europa, en especial de una casa manufacturera italiana que se precia de hacer el más bello. Una reina desea conseguir una sola hoja para escribir una carta a su amante… y así, de nuevo, la historia es personaje en esta ficción. Uno de los actores es el cronista, el que lleva los detalles de la vida cortesana, y cuyo mayor conflicto es cómo asentar en las actas los años o los cambios de siglos. Los personajes de Goran están imbuidos de la irrealidad autóctona y a ellos realmente se les creen las disyuntivas, ansias y frustraciones de la sociedad serbia de todos los tiempos.

Los escritores, como toda figura pública, están rodeados por el aura del chisme. Goran no fue la excepción. Con su muerte me entero, Ianvs, de que fue equiparado con Salinger por su extrema reserva y que era reacio a la cámara y a dar entrevistas a menos que fueran en serbio, porque él (bien por él) no hablaba inglés, pero, se dice que dijo, podría aprender español (¡más hurras para él!) para ser entrevistado y firmaba sus libros en cirílico; fue un escritor para el que toda la realidad era fantasía en potencia, incluso el dolor del pueblo serbio.

Sube, pues, cartógrafo de las ilusiones, al cielo de los Balcanes para que desde ahí sigas escribiendo la novela-delta que en vida te propusiste y de la que sólo hemos leído un volumen, está en imprenta otro y uno más se conserva como manuscrito. Sube y traza un atlas celeste que tenga un mundo mejor para nosotros que nos quedamos aquí sin ti, pero con tus libros.

Obras citadas

Petrović, G. El cerco de la iglesia de la Santa Salvación. México: Sexto Piso, (2012).
__________ Bajo el techo que se desmorona. México: Sexto Piso, (2014).

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