La necesidad de historias
Por María del Carmen Rivero Quinto.
A Mariano
Comunicarse es una necesidad primaria. La transmisión de ideas mediante diversos códigos y soportes ha modificado nuestra forma de expresarnos y la forma en la que pensamos. El ser humano es un ser de historias, historias de su pasado, de su presente, de su futuro, incluso historias de los otros, pasadas, presentes o futuras. La historia, la crónica y el vaticinio son capacidades que están impresas en nuestro código genético.
¿De cuándo data la primera historia relatada? Ese dato se pierde en el mar del tiempo; pero, de alguna forma, sigue resonando entre nosotros. Tal vez existe desde que existe el mismo tiempo y es una pregunta que incluso la propia Historia no puede responder. Las manos rojas en los muros de Lascaux o Chauvet son vestigios del primer relato ágrafo; aunque con esa simple impresión lo estaba diciendo todo, un aquí estuve y estaré cuando tú la mires, quieras tomar mi mano y figurar lo que quise decir. O quizás el primer relato lo dijo aquel hombre primitivo que regresaba a casa, su cueva, luego de la expedición diaria por los alrededores en busca de alimento o leña para el fuego y contó a los otros, los suyos, lo que le había sucedido en el camino. Tal vez la primera historia brotó de entre la fricción de dos piedras que nos dieron la primera luz, el primer calor, la primera claridad.
¿Qué sería de la humanidad si no se hubiera sentado alrededor de ese fuego primigenio, alrededor de una vela, una bujía, un fogón, para contar y escuchar ese relato que desde entonces siempre es el primero de todos? Seríamos huecos andantes sin la necesidad del relato, seríamos como las piedras, indolentes. ¿A caso esta columna no es el resultado de mi necesidad de generar un subterfugio que me hace sentarme con frecuencia a contarte algo? Y ese algo, ¿no viene de otra cosa, lo previamente compartido y transmitido, de una corrección convertida en explicación y aclaración, o de mi interior que rescató una vieja idea o generó una nueva?
La escritura literaria manifiesta la necesidad de compartir y de que otros vean cómo el escritor percibe el pasado, que vean su herida, la herida por la que se asoma el pasado, la causa que lo hizo estallar en grafías, es decir, en historias; confesar que algo sucedió, escribir que algo pasó es hacer historias. Pensar el pasado es un despertar del espíritu. Por tanto, la Historia es ecos, repeticiones de otras voces, lejanas ya, que resuenan en el oído interior y curioso del historiador. La Historia es en sí una reiniciada eternidad que se lee en todos sus relatos.
La Historia y el relato literario comparten el mismo cauce, se vuelven la misma agua que desemboca en el mismo mar y brota del mismo origen: la cueva que aún repite el eco del hombre primitivo que relató por primera vez lo que le ocurrió estando fuera de ella, fuera del útero, de ese cero de piedra del que parte todo tiempo y todo relato. Historia y literatura poseen una cualidad común, la de que, aunque lo vivido haya sucedido de un solo modo, la manera de contarlo hace que el suceso se muestre una y mil veces inédito.
Los relatos literarios expresan lo inexpresable y el pasado es algo inexpresable, un eco del que nunca se conocerá la boca de la que escapó. Gracias a la ficción y a la imaginación, el escritor literario es capaz de crear otra versión a partir de lo que ya ha sido, y en cada relato nada vuelve a ser igual a pesar de que se trate de un pasado por todos conocido. El relato literario es el anunciamiento de algo que fue de un solo modo, pero que se convierte en una nueva versión cada vez que se escribe y cada vez que se lee. Se trata de la magia de lo mismo en lo diferente, de andar lo no andado por aquellos que han pasado ese camino que todos dicen conocer, pero del que nada se sabe de sus verdaderos senderos.
El pasado emerge en el encuentro y en la fractura, es decir, en el relato, en la convergencia entre historia y literatura. Esto nos da tres tipos de historias: las históricas, las literarias y las híbridas. Para el buen entendimiento de sus relatos, la Historia debe plantear preguntas, dar respuestas concretas sustentadas en las fuentes, pues sin resolverlas no habría relato histórico, sino una trama literaria con algunos personajes de época.
La narrativa, la capacidad de hacer retratos con palabras, es normal en un escrito expositivo, lleno de explicaciones lógicas e informaciones específicas relativas al pasado, y, a Hayden White las gracias, el historiador puede elegir entre una de las cuatro estructuras para ordenar su relato, para contar su historia, a saber, la dramática, la trágica, la romántica o la irónica.
¿Es por esto la Historia menos científica y creíble? En absoluto, pero tampoco se reduce al montón de datos duros puestos en un sartal que va de principio a fin. ¿Es por estas elecciones el historiador un narrador y no un científico social? Jamás, aunque nos cuenta una historia sobre el pasado de la que no se distancia del todo, pues simplemente, sentencia White, no existe una manera neutral de escribir Historia.
De cualquier manera, el historiador, al igual que el narrador en una ficción, no se compromete a expresar una verdad lejana o declarar lo que realmente sucedió, puesto que el pasado es inaccesible como lo es el origen y como lo es el final, que conoceremos cuando lo experimentemos y entonces ya no habrá palabras ni tiempo para un relato más. La realidad pasada es una versión contada en los documentos y demás fuentes que tiene su correlato en los testimonios y las versiones de otros historiadores, por tanto, no hay relato único, sino historias que conforman lo que llamamos Historia; y un acontecimiento, nos enseña la literatura, adquiere su dimensión real, más cabal y más completa, gracias a su relato, a su narración, al hecho de contarlo. En esto los relatos históricos y los literarios se asemejan.
La voluntad de narrar permanece en el tiempo, sus ecos llegan desde las cuevas de los hombres primitivos y puede habitar lo mismo en un cronista que en un poeta, un historiador o un novelista. Las historias nos demuestran que no hay una sola vía hacia la realidad, y los escritores son conscientes de ello cuando declaran, con frecuencia, que es la historia (y la Historia) la que elige su forma narrativa, que el relato se emancipa de sus esquemas y esto se debe, a su vez, a la naturaleza de la realidad: caótica, impredecible, impermanente.
Los relatos híbridos, como la novela histórica, el cuento histórico, la epopeya, el poema o el teatro históricos, difuminan las fronteras entre realidad pasada y realidad ficticia, con lo cual se suspende la obligación de leer en esas historias narraciones cimentadas en datos comprobables y es inútil empresa medir los porcentajes de invención en un relato cuyas acciones suceden en el pasado conocido. Textos netamente históricos transmiten narrando. La biografía es interés por la vida del otro para conocer la vida colectiva. El relato autobiográfico expresa la necesidad de contar la propia vida y no hay cabida para dudar sobre su veracidad. La autoficción es la absoluta y extrema necesidad de fabular el yo y reinventar la propia vida.
Las historias buscan detener el tiempo, son afrenta contra él incluso. Así lo demostró la valiente princesa cautiva del sultán que la mataría llegada la noche y encontró la manera de retardar su propia muerte contándole cada noche, por mil y una noches, una historia sin final. Ahí tenemos el origen de los metarrelatos, las capas de las historias de las historias y la evidencia de que narrar es uno de los instintos primarios de sobrevivencia. La ciencia histórica y la literatura no tienen como objeto al tiempo, sino que buscan superarlo, trascenderlo. La historia y la literatura son dos formas de narrar el pasado y detener el tiempo para, paradójicamente, tomarse su tiempo y escribir lo que ha sido.
En el fin de un ciclo, como lo marca la temporada decembrina, buscamos un momento de recogimiento para la autocontemplación y la autorreflexión de lo que ha sido; también buscamos las historias que creemos merecer como recompensa o consuelo luego de un año laborioso de triunfos, pérdidas e incertidumbres. Este es el tiempo de las historias, las comprobables y las imaginarias, las que ponen en juego nuestra credulidad; regresemos a ellas en espera de nuevos comienzos, nuevos relatos y nuevas entregas de Ianvs.