Una persona sin generación
Por Félix Barquera:
“Los tiempos han cambiado”, esa es la premisa que predomina hoy en día, no sólo en cuestiones sociales, sino también en las políticas y un amplio etcétera. Pensar que todo permanece igual y que no hay cambios constantemente es como pensar que no crecemos, que no cumplimos años, que no nos desarrollamos, que no pasa el tiempo.
El tiempo es una incógnita, pero pesa mucho para nosotros, pues vivimos en él y gracias a él. Todo lo hacemos con base en dos pilares, el espacio y el tiempo, el segundo cambia al primero y podemos pensar en los dos como Heráclito pensaba del río y sus aguas, “a quienes penetran en el mismos ríos aguas diferentes y diferentes les corren por encima”.[1]
En el caso del hombre puede llevarse hasta una variedad mayor. Hay muchas personas que pasan por los mismos lugares y ellas cambian al pasar por éstos y, de la misma manera, éstos cambian con el paso de ellas; es un círculo y un continuum.
Vivimos rodeados de una sociedad que cambia y nos desarrollamos con un capital cultural propio que varía de sociedad en sociedad. Un ejemplo algo burdo si quieren, pero que creo que representa muy bien lo que digo, es el de las caricaturas infantiles: personas que nacieron en los ochentas vieron Los Caballeros del Zodiaco, otras que nacieron en los noventas vieron Los Rugrats, y otras más que nacieron a inicios de la segunda década de los dos mil vieron Princesita Sofía.
Hablemos un poco de la ‘sociedad’. En la antigüedad podemos hablar de la sociedad romana, de la griega, de la egipcia o de la persa, todas muy diferentes entre sí, pero creo que en la era moderna esa línea divisoria entre sociedades ya se adelgazó muchísimo, y las características locales quedan más y mejor representadas, creo yo, en la vida cotidiana y no tanto en el entretenimiento, porque con la globalización ya podemos consumir productos culturales de otras partes del mundo. En las caricaturas está el ejemplo también, Los Caballeros del Zodiaco es una serie japonesa y las otras dos, Los Rugrats y Princesita Sofía, son estadounidenses, y las tres las consumimos en México. El maravilloso y parece que todopoderoso Internet ha facilitado y propiciado la finura de la línea divisoria entre sociedades.
CEl acercamiento a los contenidos internacionales lo puede tener hasta un niño de diez años que tenga acceso a Internet. Las personas tienen a su disposición, para hacer esto más interesante, incluso materiales de una cultura de años precedentes: no sólo tenemos a Juan Rulfo y a Carlos Fuentes, sino que también tenemos a William Blake, a Goethe, a Shakespeare, a Dante Alighieri, a Rousseau, a Miguel de Cervantes, a San Agustín, a Horacio y a Platón, entre muchos otros, una lista tal sería digna de no sólo uno, sino de varios tomos en formato A3 o A1 inclusive.
Con lo anterior, no debe parecernos extraño que una persona nacida en los ochentas quede embelesado por la cultura de décadas anteriores y la prepondere sobre la de hoy. Esto, en realidad, responde a una naturaleza subjetiva más que a la (pseudo)verdad de «lo antiguo es mejor porque es antiguo», y por ende varía de persona a persona.
Si bien una persona nace en un año
específico y se desarrolla en y con los medios que hasta ese año se han
descubierto o inventado, no necesariamente pertenecería en espíritu, por así
decirlo, a esa misma generación, y, entonces, si una persona hoy en día ya
puede acceder al capital cultural de otros lugares y tiempos, ¿esa persona
sigue siendo de la generación del año en que nació o es de la generación cuya
cultura le parezca mejor?
[1] La traducción de Alberto Bernabé. Este es el fragmento DK 12 y el 40 en Alberto Bernabé. Cfr. BERNABÉ PAJARES, Alberto, Fragmentos presocráticos: de Tales a Demócrito, Madrid, Alianza, 2008.